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La Francia indignada busca a su Podemos

Javier Pérez Bazo

Hay un París en el que se ha instalado la vigilia bien amanecida la primavera. Sabemos que en una de sus plazas más emblemáticas, la que rinde homenaje en bronce a Marianne, símbolo de la República francesa, convergen históricas reivindicaciones sindicales, algunas demandas de la izquierda y, desde fecha reciente, el culto laico por las víctimas del macabro terrorismo yihadista. Ahora allí sucede la "Nuit debout", la noche en pie que se levanta también de día bajo la mujer con gorro frigio, un ramo del olivo de la paz izado al cielo y la tablilla sacrosanta de los derechos humanos.

Apenas a dos bocacalles de donde escribo, en esa Place de la République, se ha dado cita en los últimos días una muchedumbre decididamente dispuesta a dejarse oír, a encarar a las fuerzas de seguridad y a ningunear incluso a la misma alcaldesa española de París. Y ha cundido el ejemplo en ciudades que quieren apuntarse a la gloria: Toulouse, Marsella, Nantes… A la vuelta de la esquina del último día de marzo está sin duda el recuerdo de aquel mayo francés del sesenta y ocho, cuando se prohibía prohibir y se creyó que debajo de los adoquines estaba la playa.

De modo que a Francia parecen habérsele removido sus cimientos por este seísmo popular con epicentro en el hartazgo, en el "ras-le-bol" que genera las consignas del inconformismo y los debates a cielo descubierto. El país, zarandeado, se despertó sorprendido. Aunque sólo los ilusos no predijeron lo que se les venía encima tras la deriva lerda del presidente François Hollande y los augurios de zozobra que encarna su primer ministro Manuel Valls. No han podido hacerlo peor.

Veamos. Primero fue el grito unánime de cólera contra el terrorismo, del que la política de siempre se apresuró a buscar réditos electorales a fuerza de alicortar las libertades y de bombardeos en Siria a modo de llanero solitario vengativo. Después, el inhumano e infernal episodio del campo de refugiados en Calais sacó el sonrojo y las vergüenzas a una tierra históricamente de asilo. Por tanto traspiés, los inquilinos del Eliseo y de Matignon siguen dándose de bruces mientras el socialismo galo se desgarra irreversiblemente. Entre los últimos dislates, la torpeza de imponer una reforma laboral (la ley de la ministra El Khomri), que con sus drásticos efectos está concitando la confluencia de iras de muy variada procedencia, inicialmente orquestadas por las organizaciones sindicales, determinados sectores activistas más o menos radicalizados declaradamente sin partido político ("Convergencia de luchas") y alentados por el periódico alternativo Fakir. La protesta pronto prendió mecha entre la más inconformista población estudiantil y alza el vuelo cuando ya despuntan los exámenes de fin de curso. Mientras esto escribo, el primer ministro francés ha propuesto a una delegación de estudiantes un apósito de mejoras, sin lograr aislarlos de las reivindicaciones contra la ley del trabajo.

No ha habido mejor caldo de cultivo para la protesta ciudadana transversal. Con cierto tono insolente y bravucón, Valls se escuda en que la reforma está concebida a imagen y semejanza de la de Rajoy y la de Merkel, olvidando o desdeñando los efectos perversos de la ley, que han denunciado hasta la saciedad sus correligionarios españoles. Nada parecen importarle los despidos aleatorios y colectivos con miserables indemnizaciones para salvaguardar los intereses gananciales de las empresas y su competitividad, la ampliación o flexibilidad de la jornada laboral y las bajadas salariales, entre otras consideraciones regresivas. De modo que la "Nuit en pie" con el rechazo a la reforma como referente, sigue aglutinando sensibilidades hartas de la grosera globalidad derechizada y el malestar ciudadano. La rebeldía universitaria ha sumado su cólera y se confunde con los movimientos sociales.

Da la impresión de que esta Francia indignada, asamblearia y beligerante, busca desesperadamente un cambio de sistema, acaso la enésima revolución; sin embargo se encuentra aún lejos de conseguirlo. Se ha llegado a comparar la "Nuit debout" de la plaza de la República con el movimiento de indignados españoles que levantaron su voz y gesto el 15-M en la Puerta del Sol, pero ni las circunstancias en las que surgen ambos movimientos, ni su naturaleza, ni sus condiciones estructurales son las mismas. En nuestro país una cruelísima y galopante crisis azotó sin piedad a las clases desfavorecidas, que continúan padeciendo la precariedad y la miseria; en Francia los subsidios familiares, la menor tasa de paro, la dación en pago antes que los desahucios salvajes, por citar sólo tres hechos entre otros, la amortiguaron. Por lo demás, el país vecino, a veces tan proclive al desdén de lo que ocurre fuera de sus fronteras, ignora el devenir de las mareas de la indignación española, es decir, las razones que la encauzaron y, a fin de cuentas, que acabaron con su expresión callejera. Parece ser, no obstante, que desde Podemos se asesora al movimiento indignado. No sorprenda que un día de estos veamos a Pablo Manuel Iglesias encaramado a cualquier pedestal de la Place de la République parisina.

A la "Nuit debout", empeñada en hacerse eco en la periferia parisina, extendida hoy por el hexágono, aún le falta no poco recorrido y mucho para identificarse con el caso español del 15-M. Desde la perspectiva de hoy, convendremos que la creación de Podemos, que no es un partido antisistema contrariamente a lo que se diga, vino a canalizar los principios de los movimientos indignados y el descontento popular con el aval de más de cinco millones de votos (20,6 %). Si bien es cierto que a ello contribuyó significativamente la incubación de un liderazgo para el partido, la elaboración de un líder singular, universitario medianamente culto, alevín de los modales que la educación exige, desgarbado, adulador del pueblo y faltón, convenido por el sistema al que está obligado a criticar, intérprete en emisiones radiofónicas y tertulias televisivas a su medida (cosa impensable en Francia), afincado en las redes sociales, egocéntrico y paradójicamente necesario en el panorama político de nuestros días.

No lo tiene fácil Francia, país muy reacio a renovar su clase política y experto en abortar las experiencias populares. La "Nuit debout" y sus variantes deberían plantearse pasar de la calle a la Asamblea Nacional francesa y, por tanto, prepararse para ello. A la española, pero aprendiendo de los muchos y dilatados errores de Podemos. De otro modo, se recordará como mero desvelo o vigilia anecdótica para la historia. Dejará malherido al socialismo francés, eso sí, pero también ofrecerá un camino despejado a la derecha retrógrada de ingrata memoria. O, como tantas otras veces, la indignación quedará en agua de borrajas.

Ellos y Nosotros

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Javier Pérez Bazo es Catedrático de Literatura española en la 

Universidad de Toulouse Jean-Jaurès

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