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... Que cree en los muñecos

Cada jueves, doña Rogelia venía al estudio de la radio. A la abuela le acompañaba su hija, nieta, madre, jefa y empleada, Mari Carmen. La muñeca nacida en Orejilla del sordete era la estrella y su “refajo” una prenda interior que conocía toda España. 

Cuando alguien fallece, solemos repasar lo que hemos compartido con esa persona y, casi siempre —salvo que quien abandona la vida haya hecho imposible la nuestra—, la memoria se va, directamente, a lo bueno. Cuando los que nos acompañaban se van, tratamos de reencontrarnos con ellos en los mejores momentos del pasado. 

Quien se dirige a nosotros desde un escenario, un plató de televisión o un estudio de radio, forma parte de nuestra existencia, aunque no sea personaje principal de nuestro relato de vida. Y Mari Carmen, en la mía, era una de ellas, una de las pocas humoristas que veía desde un sofá de eskay con mis ojos de niña.

Entonces yo no le daba mucho valor al hecho de que una mujer diera voz a unos muñecos que, por sus bocas de madera o de fieltro soltaban chistes, frases con doble sentido o “palabrotas”, yo me reía y ya está. Ahora, con los años, soy más consciente de lo rompedor que era, en esa España recién coloreada, tras cuatro décadas de blanco y negro, ver a una mujer practicar el humor en público.  

Ahora, con los años, soy más consciente de lo rompedor que era, en esa España recién coloreada, tras cuatro décadas de blanco y negro, ver a una mujer practicar el humor en público

Y si hace un par de semanas recordaba mi contacto con Antonio Gala a través de mi primera experiencia radiofónica profesional, hoy me repito sin repetir personaje, porque conocí a Doña Rogelia “en persona” en Protagonistas de Luis del Olmo. 

En aquel programa, Mari Carmen colaboraba un día a la semana y, para confirmar que lo que yo había sentido de pequeña frente a la tele era cierto, que sus muñecos tenían vida propia, la humorista llegaba a la redacción cada jueves diciendo frases inquietantes: “Ayer me dijo Nicol —el pato, para los no iniciados— no se qué no sé cuantos…”

Y Del Olmo debía sentir lo mismo que yo de niña, que la abuela era un ser vivo, porque más de una vez el realizador, Julián Bernabé, tenía que ordenarle que dirigiera el micrófono hacia la ventrílocua. Luis se empeñaba en acercarlo a la boca de la muñeca…

Cada vez que aquello ocurría nos echábamos unas buenas risas en la pecera; ahora, con los años, aquella imagen es una de las más tiernas que conservo de un tío de dos metros que saludaba al personal, cada mañana, con voz de Dios hablándole a Moisés. 

Muere Mari Carmen y yo hago un viaje a la infancia que tiene un punto de melancolía pero también de alegría. Porque la expresión tan manida de ‘no perder a la niña que llevas dentro’ es realmente una tabla de salvación para afrontar las miserias de la vida. 

Si no fuera por esa parte infantil de mí que sigue partiéndose de risa en un sofá de eskay, mirando a un mundo tan loco, me pasaría el día diciendo “coñe” “cojones”, “jodía” y “una mierda”, como la abuela malhablada de trapo, pero sin gracia.  

Volver a ser un niño. Enrique Urquijo.

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