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De incertidumbres e impunidades

La impunidad es a la enfermedad colectiva lo mismo que la incertidumbre a la individual: la estimulan, aumentan sus efectos, propician que crezca o se expanda. Cuando convaleces, si te dejas vencer por la angustia de la incertidumbre no sólo te sientes más enfermo, sino que ayudas positivamente a que el mal se extienda. Si la enfermedad es social, colectiva, como lo es por ejemplo la corrupción, es la impunidad la que impulsa ese movimiento multiplicador. A más incertidumbre, más dolor; a más impunidad, más corrupción.

Una persona que se deja vencer por la incertidumbre está dificultando objetivamente su curación. Una sociedad que consiente la impunidad está aumentando conscientemente su propia capacidad de ser víctima de corrupción, abusos e injusticias.

El establecer este paralelismo entre lo individual y lo colectivo, evidentemente injusto porque las enfermedades individuales casi nunca son responsabilidad de sus víctimas y las sociales lo son casi siempre, tiene como único objetivo subrayar lo importante que es que consideremos seriamente que males como la corrupción o las injusticias son comportamientos socialmente insalubres que es tan necesario combatir y extirpar como si se tratara de enfermedades que afectan a la salud individual.

Una sociedad que no combate comportamientos corruptos es un cuerpo enfermo.

Por eso resulta especialmente grato la forma en que la Justicia primero y las otras instituciones del estado después, han actuado en el caso del Banco Madrid, una entidad de inversiones (“banca privada”), filial del andorrano BPA, sobre la que existen serias sospechas de que estuviera blanqueando dinero. A estas alturas, ya es sabido que el banco se va a liquidar, que sus directivos –tal y como fija la ley– no tendrán derecho a los 100.000 euros que el FROB garantiza a los depositantes, y que la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal de la Policía, la UDEF, va a investigar todos los movimientos de capitales de la entidad que pudieran resultar sospechosos. Y al parecer hay unos cuantos. Y algunos afectan a conocidos políticos y empresarios españoles y extranjeros.

A otro nivel, y en otro grado, pero en el mismo melodrama de corrupción, esta semana ha sido noticia la detención de Raúl López, el mayor empresario gallego del transporte. Tal y como cuenta este diario, el presidente del grupo Monbús, y otras nueve personas, yerno incluido, fueron detenidos ayer durante una operación que investiga delitos de blanqueo de dinero, falsedad, delitos contables y fraude a Hacienda.

En lo que va de año la policía ha desarrollado en España no menos de media docena de operaciones en Cataluña, Andalucía o Navarra, por citar solo tres ejemplos. En todas ellas, empresarios con buena conexión política y escasos escrúpulos han sido detenidos y acusados de evasión fiscal y blanqueo de capitales.

Evidentemente, en todos los casos, los actores de la trama se sentían protegidos en la oscuridad de los despachos y las entrelíneas legales, impunes en su acción individual y colectivamente tan delictiva como socialmente dañina. Afortunadamente, parece que las cosas cobran otra dirección. Hay, desde luego, una mayor conciencia y una cada vez menor tolerancia social hacia los ladrones de cuello blanco. Pero lo que más peso está teniendo ahora mismo para acabar con ese movimiento de intolerable impunidad es precisamente el carácter de realidad global en el que con frecuencia se apoyan estos delincuentes de cifras y altura. Si tú blanqueas capitales chinos de origen impreciso y aconsejas a dictadores cómo preservar su dinero seguro en tu banco, no deberá extrañarte que desde Estados Unidos se diga a un país que vigile lo que se está haciendo en otro del que un banco nacional es filial.

Salud, dinero y las pipas del loro

Salud, dinero y las pipas del loro

Hay que celebrar el fin de la impunidad como se celebra el alta en un diagnóstico médico. Y no debemos nunca dejar de pensar que en la medida en que pierda fuelle o se debilite nuestra conciencia colectiva frente a comportamientos privados o públicos vinculados a delitos o malas prácticas, seguiremos formando parte de una sociedad enferma.

Vigilar, exigir, denunciar…es nuestra obligación individual y colectiva. Aplicar y mejorar la ley, informar y actuar con determinación, trabajo inexcusable de los gobernantes democráticos.

La impunidad es nuestra incertidumbre. Perseguirlas y acabar con ellas la única forma de recuperar la salud.

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