Disfruten el momento
Lo que ha ocurrido el 23 de julio no entraba en los planes de las personas que más poder acumulan en este país. Es más, para muchos de ellos, que antes de irse de vacaciones ya tenían escrito el mensaje de felicitación al supuesto ministro con el que comenzar sus apaños en septiembre, la hostia no ha sido sólo en el orgullo sino también en el bolsillo. No hay peor bofetón que el que no te esperas, sobre todo cuando creías que el que te lo arrea no tenía fuerza ni para levantar el brazo.
El resultado de estas elecciones ha sido una enmienda para los políticos mentirosos, los asesores inmorales, los agitadores ultraderechistas y las comunicadoras procaces. Cada voto que no fue en la dirección que se había previsto fue un martillazo en el dedo para todos los que piensan que el tamaño de su cuenta bancaria es directamente proporcional a la importancia de sus deseos. Cada minuto del recuento, un correctivo para los tontos de baba que se han tirado un mes y medio coreando el nombre de un terrorista como si eso les otorgara alguna razón.
Hagan el favor de disfrutarlo. La izquierda está tan acostumbrada a pensar que nada a contracorriente que parece no ver los buenos momentos cuando suceden. Y este es un buen momento. Toc, toc, toc, ¿escuchan ese sonido? Son los cabezazos contra la pared de los maestros de la demoscopia que nos inundaron con encuestas, no para predecir el resultado sino para que arraigara el pesimismo. Clonc, paff, bum, ¿escuchan ese otro? Son los que financiaron tan cuidada escenografía haciendo polvo sus despachos.
Si son ustedes mejores personas que yo y no les alegra el sufrimiento ajeno, ni siquiera de aquellos cuyo objetivo es abaratar el despido, bajar las pensiones y recortar la sanidad para ver si les cabe otro coche en el garaje, piensen que España es el único país de Europa, junto a Portugal, donde se ha detenido la ola reaccionaria. Haber esquivado esta bala es importante en términos continentales porque los faros en soledad alumbran más. Mostrar una alternativa sirve para los que aún no han caído en la trampa, también para que los que lo han hecho encuentren el sendero para salir de ella. Desde este domingo, Manfred Weber no puede ir con la cabeza tan alta.
Cada minuto del recuento, un correctivo para los tontos de baba que se han tirado un mes y medio coreando el nombre de un terrorista como si eso les otorgara alguna razón
La coalición del PP con Vox hubiera supuesto la confirmación de su tesis, la de que los conservadores europeos deben entenderse con los ultras. Alberto Núñez Feijóo ha estado muy cerca de llegar a la Moncloa pero si no lo ha hecho, no ha sido por el excelente resultado en términos de crecimiento electoral, sino precisamente porque su único aliado para investirse presidente le incapacita para entenderse con otros. El PP no puede gobernar España porque no ha querido adecuarse a su realidad en 2023, sino imponerse de la mano de quienes se han declarado enemigos de toda pluralidad.
El PP, tras la moción de censura a Rajoy, no solucionó ninguno de los problemas que arrastraba. Ni su modelo económico basado en la especulación y los recortes, ni dar una explicación a qué provocó su corrupción, ni asumir que no es buena idea sacar réditos del conflicto nacional. En vez de curarse como organización, decidió tomar el atajo trumpista: la mentira como divisa, la deslegitimación del rival llegando a extremos obscenos y forzar determinados resortes institucionales más allá de su naturaleza.
El PP, en toda esta legislatura, no ha buscado ser la oposición, una tan dura como estimara, sino desencadenar una anormalidad cotidiana que impidiera al Gobierno progresista desempeñar sus funciones. A muchos no se nos olvidan sus artimañas en lo peor de la pandemia, cómo el poder judicial quiso suplantar al legislativo y cómo sus medios de comunicación afines han cambiado la información, en la línea editorial que creyeran, por un parte lleno de catastrofismo y conspiranoia. Lo que ha pasado en estos últimos cuatro años ha superado por mucho los límites de lo razonable.
El PP no ha crecido electoralmente por presentar un gran candidato, por desplegar un programa que despertara el interés de la ciudadanía, tampoco por los errores y desgaste del Ejecutivo. El PP no ha sido el partido más votado ni siquiera por recurrir al bulo del pucherazo, por ganar un debate electoral utilizando más datos falsos que ciertos o por traer a primer término a una banda terrorista extinta. El PP ha llegado hasta donde ha llegado convirtiendo la vida nacional en una farsa tan excesiva como peligrosa.
Si a pesar de todo este cúmulo de barbaridades, nos encontramos con que el PSOE ha mejorado su resultado de 2019 y que Sumar ha conseguido recomponer, de lejos, la catástrofe que supuso para la izquierda el 28M, creo que los motivos para la alegría están fundados. Estas generales, lo escribía el pasado miércoles, debían ser el espigón de la cordura, como por fortuna han acabado siendo. Que las derechas hubieran conseguido imponerse no hubiera significado tan sólo el advenimiento de una etapa de regresión, sino la aceptación de que los métodos empleados para asaltar la victoria eran válidos.
Esto no implica que la derecha se disponga a hacer enmienda, bien por el contrario todo apunta que endurecerá sus peores vicios, pero sí que ahora tiene que sentarse al banquete de la frustración donde unos cuantos saldrán trasquilados de la mesa. Es al PP a quien le toca dar explicaciones, manejar unas expectativas que, comparadas con lo que al final han conseguido, se han vuelto venenosas. Es Feijóo quien tiene que decidir si se presenta a la investidura para mostrar a todo el país su soledad o si no lo hace y lo que deja ver es su impotencia. En política no hay mayor error que querer robar el foco cuando el rival anda conmocionado por una derrota.
Claro que la izquierda tiene unas cuantas cosas en las que pensar, algunas de ellas muy poco edificantes, otras tantas relacionadas con la compleja situación que tiene por delante. Lo que sucede es que más que análisis, lo que la izquierda requiere es de paciencia. Saber entender que si sólo se piensa en la meta, reeditar el Gobierno progresista, se puede desatender el camino para llegar a ella. Cada etapa es importante, cada casilla requiere de atención. Antes de la investidura deberían venir los pactos con terceros, antes de los pactos un nuevo programa de coalición, antes de ese programa la respuesta tajante a quien pretenda hacer del PSOE una muleta para Feijóo. Todo a su tiempo.
Ahora es el de disfrutar. Esto sucede muy pocas veces.
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