Tornados y progreso

El pasado fin de semana una ola de tornados arrasó el centro de Estados Unidos, provocando cuantiosos daños materiales, miles de heridos y alrededor de un centenar de fallecidos en los seis estados afectados. A pesar de que este fenómeno es habitual al converger en esta zona el aire caliente del oeste desértico con las corrientes húmedas del Golfo de México, el evento, que afectó a un corredor de más de 400 kilómetros de largo, ha sido especialmente virulento. La Casa Blanca declaró el sábado el estado de emergencia federal para intentar paliar la catástrofe.

Dos casos han irrumpido en la emergencia con especial relevancia, ya que afectaron a una fábrica de velas en Mayfield, Kentucky, y a un almacén de Amazon en Edwardsville, Illinois, pereciendo ocho y seis empleados en sus respectivos centros de trabajo, cifra que aumentará considerablemente, ya que aún hay decenas de personas sepultadas entre los escombros. A pesar de que la alerta por tornado llegó a tiempo, en ambos complejos se impidió a los trabajadores abandonar sus puestos, como los supervivientes han denunciado.  

La agencia para la Salud y Seguridad en el Trabajo ha abierto una investigación a la compañía de distribución, ya que aunque el aviso de emergencia fue emitido por las autoridades 23 minutos antes de que el tornado alcanzara el almacén, a las 20:26h de la tarde, al parecer los empleados no fueron advertidos hasta poco antes, como muestran algunas conversaciones publicadas por sus familiares en redes sociales: “Amazon no nos deja marcharnos”, escribió Larry Virden a su mujer 3 minutos antes del desastre. “Qué es lo que pasa”, contestó ella a las 20:51h, “espero que estés bien, te quiero”. 

En la fábrica de velas de Mayfield parece haberse vivido una situación similar. “Si os marcháis, lo más probable es que seáis despedidos", contó McKayla Emery, de 21 años, a la cadena de televisión NBC desde la cama de su hospital. Otros trabajadores han relatado que desde las 17:30h “escucharon las sirenas de advertencia y querían abandonar el edificio. Durante horas, a medida que se corrió la noticia de la tormenta que se avecinaba, hasta 15 trabajadores suplicaron a los gerentes que les permitieran refugiarse en sus propios hogares. Temiendo por su seguridad, algunos se fueron durante sus turnos, independientemente de las repercusiones”. 

Es imposible, tanto por el país como por lo sucedido, no referirse al desastre de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist Company el 25 de marzo de 1911 en Nueva York, donde fallecieron a causa de un incendio 146 personas, entre ellas 129 trabajadoras, la mayoría de ellas muy jóvenes, entre catorce y veintitrés años, inmigrantes en su mayoría de Italia y Europa del Este. Además del elevado número de víctimas, el caso fue especialmente cruento porque los empresarios habían cerrado con cadenas las puertas de emergencia, imposibilitando el escape de las últimas plantas del edificio. Muchas de las trabajadoras saltaron desesperadas al vacío para huir de las llamas.  

El incendio de la Shirtwaist, al suceder una semana después del Primer Día Internacional de la Mujer Trabajadora, quedó unido indefectiblemente a la jornada: morir abrasada por ganar 7 dólares después de 52 horas de trabajo semanal. “Estas mujeres no podían acercarse a hablar con el propietario; no tenían ni permiso para comer”, relató Jane Hodges, directora de la Oficina para la Igualdad de Género de la Organización Internacional del Trabajo, en el 100 aniversario del incendio. “Recibían bajos salarios, trabajaban largas horas, el sábado en este caso, y las puertas estaban cerradas con llave. No tenían derechos, ni protección legislativa o representación laboral. Era la clásica 'fábrica clandestina', a un paso de la esclavitud”. 

En Bangladesh, una de los países donde se concentra una importante industria fabril, este tipo de accidentes son habituales. En julio de este mismo año, un incendio en una factoría alimentaria se llevó la vida de 52 empleados. En 2019, también el fuego acabó con 70 trabajadores en una industria química. En el año 2013, el derrumbe de un edificio que albergaba cinco talleres de confección textil acabó con al menos 300 trabajadoras, en lo que fue un breve flash informativo para hablar de los “talleres de la miseria” que surten a las multinacionales de ropa occidental. La precariedad laboral es extrema y se diferencia en poco de las condiciones de hace un siglo en Europa y Estados Unidos.  

Esta serie de tornados deja, sin embargo, una pregunta en el aire: ¿cuánto hemos retrocedido en derechos laborales en nuestros países, teniendo en cuenta la notable diferencia entre Norteamérica y la UE en cuanto a legislación laboral? El año 2021 ha sido el de la ley Rider, pero también el de las cocinas fantasma en Madrid y los supermercados del mismo tipo en Barcelona, negocios que sólo saltan a la prensa por los conflictos que crean con los vecinos preocupados por el aumento del tráfico en su zona y los humos en sus patios de luces. Decenas de transportistas esperan con sus motos que la app de la compañía les otorgue un pedido, mientras mozos de almacén o cocineros trabajan sin descanso para terminar el producto a tiempo: el reclamo publicitario de la velocidad por encima de todo. 

El sindicato Comisiones Obreras presentó la pasada semana el Informe sobre la Precariedad Laboral, realizado junto con la Universidad de Alicante. En él se nos contaba que un 48% de los trabajadores de nuestro país sufría este fenómeno, teniendo especial afectación entre los jóvenes, las mujeres y los inmigrantes. Lo novedoso del estudio es que introducía el concepto de precariedad multidimensional, un rango para su medición que incluía, además de los bajos sueldos, parámetros como la inestabilidad por temporalidad, las jornadas extensas o la sobrecualificación. La reforma laboral de 2012 ha agravado este proceso, ya que ni con la recuperación económica de los años precedentes a la pandemia se restituyeron las condiciones previas a la Gran Recesión de 2008. 

Como decíamos la pasada semana en estas mismas páginas, la precariedad laboral no es un fenómeno simplemente individual, sino sistémico, producto tanto de la posición geopolítica de España como periferia de la UE como de un modelo económico que ha apostado por la especulación, también con el propio trabajo. No sólo se desperdician recursos de formación, no sólo las personas afectadas sufren los bajos salarios, la inestabilidad y unas jornadas que les impiden tener un ocio compartido, sino que es la propia sociedad la que pierde su presencia: ante la escasez personal la capacidad de ejercer como ciudadanos se retrae. 

La precariedad laboral no es un fenómeno simplemente individual, sino sistémico, producto tanto de la posición geopolítica de España como periferia de la UE como de un modelo económico que ha apostado por la especulación, también con el propio trabajo.

Una idea para finalizar: el progreso no es una condición inexcusable de la flecha del tiempo. Los avances sociales se produjeron gracias a la lucha organizada del movimiento obrero estructurado en sus partidos y sindicatos a lo largo del último siglo y medio. Una vez que el neoliberalismo, a partir de los años 80, alteró con éxito el equilibrio de fuerzas, el progreso no sólo parece haberse detenido, sino que ha aparecido la involución. Mientras que 2021 ha sido también el año de una ridícula guerra cultural en torno a la nostalgia, nuestra realidad postpandémica pide a gritos un brusco giro que vuelva a poner el trabajo en el centro.  

Hoy tocaba contarles todo esto a modo de telegrama, sin alardes retóricos, tan sólo datos, historia y actualidad, una que nos ha traído inquietantes sucesos a golpe de tornado. A ver si, en esta ocasión, no nos llaman reaccionarios por decirlo.

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