EL VÍDEO DE LA SEMANA

Mejor incesto que romance

El ministro de Educación ha vuelto a hacer gala esta semana de tres de los rasgos más notorios de su singular actuación como miembro del Gobierno, a saber: nula talla política, escasa sensibilidad social y una desconsideración hacia la prensa no afín que raya en la mala educación. Bueno, en el caso de esta imagen la rebasa con contundencia.

La periodista le pregunta lo que cualquiera preguntaría a un miembro de un gobierno que dice Diego donde dijo digo pocas horas antes: si se siente desautorizado. Y el ministro, sin detenerse, sin mirar, despreciando con el gesto y casi la palabra a quien le inquiere, responde que si se sintiera desautorizado se habría ido. Y sigue avanzando, entero y sin girarse hacia la prensa, dejando entrever en sus respuestas que los periodistas le preguntan obviedades que él responde como tales.

El político peor valorado por los españoles según la última encuesta del CIS parece sentirse muy por encima de la chusma periodística que se interesa por lo que hace. Pocas horas antes, en una entrevista radiofónica, ha defendido la necesidad de que en la nueva reforma educativa se recorte también el dinero a los estudiantes de Erasmus que no hayan obtenido una beca general de estudios. Y lo ha hecho a mitad de curso siendo consciente, supongo, del gravísimo perjuicio que esto añade a la ya de por sí devastadora reducción de la ayuda a los estudiantes. Escuchando la entrevista nadie podía pensar que el señor ministro de la Educación no tenía clara su decisión.

Pero parece que no, que lo hacía sin estar muy convencido porque pocas horas después convocaba a la canallesca para comunicar que había encontrado un mecanismo legal que permitía que los chicos no perdieran el dinero de la ayuda a mitad de curso.

Y, naturalmente, a juzgar por lo que le dice a la compañera de manera casi airada, no cambia porque le hayan afeado desde Bruselas –que lo hicieron- ni porque en Moncloa alguien le haya dicho que desficiera el entuerto –que pudo pasar-. No, nadie le ha desautorizado: ha sido él mismo, como dijo en su “defensa” la Vicepresidenta, el que ha pedido a sus compañeros buscar una solución.

Supongamos que eso es cierto, aceptemos que ninguna fuerza externa ha influido en su cambio de opinión y su búsqueda de una solución, que ha sido cosa suya, que nadie le “ha desautorizado”.

En ese caso, se desautoriza él mismo como político, como gobernante y, desde luego, como gestor del futuro de las nuevas generaciones de españoles.

Que alguien sea capaz de anunciar una decisión tan grave y de tanta trascendencia para miles de familias españolas y que afecta de manera tan evidente a la proyección internacional de España para darse cuenta horas después de que ha metido la pata, no es sino una palmaria constatación de insolvencia personal y, desde luego, política. Cuando se gestiona materia tan delicada como la Educación se ha de ser particularmente cuidadoso y sensible. Pero aquí no ha habido nada de lo uno ni de lo otro.

Porque no parece tampoco discurrir por el camino de la sensibilidad social seguir apretando a los ya machacados jóvenes españoles; ahora, a los que intentan mejorar fuera, esos Erasmus que en apenas tres años han pasado de recibir 67 a 15 millones de euros en ayudas. La política del señor Wert no ofrece a la vista ninguna garantía de mejora en la educación en España y sí una evidente descapitalización en forma de pérdida de docentes en cantidad y en calidad lo que a la larga va a mutilar las capacidades de nuestro país y sus ciudadanos, como lo hacen los recortes que diezman la investigación o los que terminarán matando la Sanidad. No creo que pase a la historia como el mejor ministro de Educación de los tiempos modernos.

Así y todo, soy incapaz de entender que prefiera quedar como insolvente antes que como desautorizado.

Es como cuando los censores del franquismo conseguían un incesto donde querían ocultar un tórrido romance.

Claro que quizá la clave esté en la respuesta que le da a esa compañera que con tanto desaire trata: si me hubieran desautorizado me habría ido.

Y eso de irse aquí y ahora ni suena ni se estila. Requiere talla política, sensibilidad y altura. Y una dignidad que es virtud ya olvidada a fuerza de haberse dejado de ejercitar.

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