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Plaza Pública

No es juego de tronos, sino una tragedia griega

Rodrigo Amírola*

No sé si el destino sonreirá a Sánchez, pero no hay duda ninguna de que siempre depara situaciones paradójicas. El PSOE, un partido histórico y uno de los pilares del orden del '78, se ha encontrado después del 20-D con sus peores resultados de la democracia – 90 escaños y el 22´08% del voto - y la inédita posibilidad de formar gobierno. Al mismo tiempo, nunca ha tenido un secretario general y un aspirante a la Presidencia del Gobierno tan discutido y discutible. Esa posibilidad inédita se abre paso después de la propuesta de formar un Gobierno del cambio, plural y proporcional de Pablo Iglesias, que trata de desbloquear una situación de impasse parlamentario y seguir el mandato de los últimos comicios. La paradoja es que, a pesar de todo, Sánchez puede ser presidente, y en sus manos está el futuro del PSOE y la oportunidad cierta de que España tenga un gobierno de cambio que deje atrás la legislatura de retroceso social y democrático protagonizada por el nefasto PP. No estamos ante Juego de Tronos como ha sugerido algún dirigente socialista, sino ante una tragedia con reminiscencias griegas. Y, como en toda tragedia, al final de la obra se revela la verdadera cara del protagonista.

Sánchez es un viejo conocido de la política profesional. Entró a trabajar en ella allá por 1998 y llegó a ser diputado entre 2009 y 2011 por azares del destino. Tras un breve parón, regresó en 2013 y su nombre empezó a sonar para ocupar la Secretaría General del PSOE. Pero la política en este país ya no era la misma que él conoció. El ciclo político-electoral, que se abrió tras las elecciones europeas con la irrupción sorpresiva de Podemos, sacudió el tablero e hizo desplazarse a todos los actores tradicionales. El PSOE se vio obligado a adelantar sus primarias, tras la dimisión de Rubalcaba, y Sánchez se enfrentó con éxito a Madina y Pérez Tapias en la disputa por el liderazgo socialista.

En este tiempo acelerado ha mostrado muchas caras diferentes. Como es conocido, Sánchez fue el candidato que más avales consiguió – más de 40.000 –, lo que significa que tuvo el apoyo del viejo aparato y del bastión andaluz de Susana Díaz. Pero, enseguida, comenzaron las suspicacias con un secretario general, desde su perspectiva, díscolo, que acudía y hacía llamadas a platós de máxima audiencia, titubeaba y se metía en el jardín del artículo 135, parecía pretender “autonomizarse” del aparato, rodeado de un equipo poco cualificado y, llegado el momento, ser el candidato a presidente. Por aquel entonces, se empezó a apodarle el breve porque con ese panorama no parecía poder salir vivo de las autonómicas que se libraban tras el éxito de Susana Díaz en Andalucía y sería sustituido para tener un candidato competitivo frente a Rajoy y la amenaza del “populismo” de Podemos en las generales. Entonces Sánchez empezó a ponerse muy serio: fue la época en la que exigió la cabeza de Tomás Gómez y colocó a un “independiente”, incendiando la federación socialista de Madrid y dando un golpe de mano hacia dentro. También trató de hacer frente a Podemos, utilizando argumentos similares a los del inmovilismo y azuzando el miedo.

Después llegaron las autonómicas y municipales, en las que, por un lado, el PSOE conseguía recuperar poder territorial gracias al apoyo de Podemos y, por otro, perdía apoyos sustanciales en las principales ciudades del país y se veía obligado a apoyar a candidaturas del cambio político como Ahora Madrid. Sánchez se armaba de poder para la guerra interna pero había aparecido por primera vez y, de forma importantísima, como alguien ambiguo a la hora de buscar apoyos electorales y tejer alianzas.

La audaz propuesta de Podemos permite imaginar soluciones institucionales ante el laberinto de sombras sin horizonte de la vieja política. Ha destacado el cambio rapidísimo de posición del PSOE desde la primera respuesta esperanzada de Pedro Sánchez. Esa posterior respuesta de estupefacción y contrariedad – expresada como “humillación” y “chantaje” – contrasta con el anhelo y el interés de la gente por la formación de un gobierno de progreso, que ponga en marcha políticas de rescate ciudadano y avance en las reformas que España necesita.

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Ahora, después del panorama abierto por el 20-D, nos encontramos ante un empate catastrófico como lo ha caracterizado, con tintes gramscianos, Íñigo Errejón. Esto es, una situación de tensiones e incertidumbres, en la cual lo viejo no tiene fuerza suficiente para restaurar la normalidad del orden anterior, ni lo nuevo, aún, tiene capacidad para conducir los nuevos tiempos. En el centro de esta escena, complejizada por la propuesta de Iglesias y el movimiento táctico de Rajoy, se encuentra Sánchez. Se han despertado las fuerzas del destino: de un lado, sus barones y parte de los poderes fácticos, presionando para formar una Gran Coalición que excluya a Podemos y, de otro, su instinto de supervivencia y la “necesidad” urgente de formar un Gobierno del cambio. Sánchez puede poner por delante el interés general de la ciudadanía, yendo en contra del interés de su partido, definido por la vieja guardia. O tomar un camino incierto: renunciar a la posibilidad de su investidura y dejar paso al PP o a nuevas elecciones. Parece que el proceso va a ser largo, pero las fuerzas ya están desatadas. En el momento de la verdad veremos el carácter de Sánchez.

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Rodrigo Amírola es Coordinador de la Secretaría Política de Podemos

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