Diario de una confinada

¿Los primeros serán los últimos?

Raquel Martos

Los niños ya tienen “fecha de salida”. La expresión suena a presentación de videojuego y no está mal traído, han pasado ya unas cuantas pantallas las criaturas. Un mes, con sus días y sus noches, dentro de sus hogares –en el caso de que vivan en un lugar que pueda denominarse así, muchos de ellos no tienen espacio, ni comodidades, ni paz y conviven con problemas que ya habitaban allí antes del toque de quédate en casa–, si eso no es estoicismo, que venga Zenón de Citio y lo vea.

En el plan para la “desescalada”, expresión que sumamos a todas las que componen el diccionario panhispánico y pandémico de dudas, una vez liberados los más pequeños, piden paso los siguientes. Los mayores de doce años ya se manifiestan por su libertad, también quieren pisar las calles nuevamente, pobres, normal.

Seguramente, con tal de salir, muchos adolescentes se quitarían con gusto un par de años o tres, como hacemos los adultos por coquetería. Cuando yo era pequeña, si me preguntaban la edad, estiraba el cuello para dejar muy clarito aquello de “tengo ocho años y medio” o “tengo casi nueve”, cómo cambia lo importante la perspectiva sobre lo banal…

Los que practican deporte también quieren coger número para salir en el turno siguiente. Están más que avalados los beneficios físicos y mentales de la actividad frente a la vida sedentaria, pero quizás tenga más fuerza que cualquier estudio científico “la nueva normalidad”, podría ser que con tal de salir, muchos decidan sacar a la calle el chándal de estar en el sofá y se animen a correr o a caminar a paso mariano.

Y, en el último puesto para resolver este trágico escape room, los mayores. Los que más han vivido, los que más están muriendo, los que menos tiempo tienen para perderlo, los que más valoran lo breve, ¿un paseíto?.

Habría que encontrar la manera de que los primeros no sean los últimos, de que ellos también tengan su porción de “nueva normalidad”, aunque sea pequeña.

El ministerio de Sanidad dice que la opción está sobre la mesa. Podría ser que para que los mayores salgan, el resto tengamos que organizarnos más aún, que para que su soplo de calle sea todo lo seguro que requiere su condición de “grupo de riesgo”, tengamos que ser disciplinados y generosos con el espacio que les dejamos libre. Si llega el momento, en esa solidaridad demostraremos si de verdad nos duelen tanto como decimos, en esa empatía también nos mediremos.

“Quien mueve las piernas mueve el corazón” fue el slogan que creó Josep María Espinás para promocionar la primera bicicleta estática que apareció en España, tan eficaz que se quedó en la memoria colectiva de una generación. Si le damos una vuelta, ahora que todo suena de otro modo, podríamos concluir que igual tenemos que mover el corazón para que los mayores puedan mover las piernas.

Más sobre este tema
stats