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Lo malo de dar un pelotazo es que suele acabar con un cristal roto

Te desvalijan mientras los llevas en brazos. Te quitan la cartera mientras tienes las manos ocupadas en aplaudirles. Se ríen mientras te vacían la nevera. El mundo neoliberal es así: la banca siempre gana, los pobres financian a los ricos, les llenan las cuentas y los rescatan cuando se hunden, porque el sistema —o más bien tinglado— consiste en que las ganancias son para quienes lo tienen todo y las pérdidas para el resto. Ahora mismo, por ejemplo, si alguien tenía algo invertido, con todo el esfuerzo del mundo, en un banco, lo pierde poco a poco, a consecuencia de la crisis de Ucrania y “otros imponderables”, según les dicen, mientras la entidad por cuyos desagües se marchan sus ahorros, gana miles de millones. Y los que ni siquiera habían logrado guardar nada para el día de mañana, son arrollados por la inflación: la macroeconomía fabrica microciudadanos. ¿Qué se puede decir de un mundo que impone sanciones a Rusia mientras le sigue comprando el gas con el que paga sus bombas criminales Putin? Porque lo que acaba de dejar claro el G7 es eso, que el dinero, en rublos o en dólares, seguirá llegando a Moscú y la dependencia energética se irá limitando: que le hablen del futuro a la gente que está muriendo hoy, o a sus familias.

Te desvalijan mientras los llevas en brazos, te quitan la cartera mientras los aplaudes. Y son poderosos porque los apoyan poderes sombríos y los jalean medios influyentes

En España, la gente que se arruina con la insostenible factura de la luz, un auténtico atraco a mano armada, además tiene que escuchar de fondo las carcajadas del presidente de una hidroeléctrica, que gana casi cincuenta mil euros diarios, que los llama “tontos” por acogerse a la tarifa regulada. El insulto ofende a diez millones de personas y, tal vez porque ha sido enérgicamente afeado por dos ministras, las vicepresidentas Yolanda Díaz y Nadia Calviño, le ha debido de hacer ver necesario “pedir sinceras disculpas en el caso de que alguien se hubiera sentido ofendido por unas frases expresadas de forma coloquial, que no trataban de zaherir a nadie.” ¿Si alguien se hubiera sentido ofendido? Me recuerda a la nota que dejó en su parabrisas el dueño de un coche que en una ocasión encontré estacionado en mi plaza del aparcamiento: “En el caso de que el vehículo moleste, llámenos a este número de teléfono.”

El asunto de los contratos firmados por la Comunidad de Madrid durante los tiempos más fúnebres de la pandemia de coronavirus son otra demostración de cómo siempre son las y los mismos quienes sacan tajada, tanto de las vacas gordas como de las flacas. El Gobierno de Ayuso, heroína al parecer de los votantes de derecha, pagó un millón doscientos cincuenta mil euros a una firma estadounidense por tres vuelos para el traslado a la capital de material sanitario adquirido en China, y resulta que esa cantidad fue a parar a un paraíso fiscal en Panamá. El caso hace juego con los del pelotazo del hermano de la presidenta, los de antiguas parejas suyas o amigos cercanos… que parecen haber disparado su popularidad y haberla hecho subir como la espuma en las encuestas. Lo repito: te desvalijan mientras los llevas en brazos, te quitan la cartera mientras los aplaudes. Y son poderosos porque los apoyan poderes sombríos y los jalean medios influyentes: no olvidemos que el Partido Popular se quitó de en medio a su líder, Pablo Casado, por mandar investigar éste lo mismo que ahora están investigando las fiscalías de España y la UE: la supuesta malversación de fondos de Ayuso. 

No sólo a ella, también se sigue la pista de las mascarillas compradas por el Ayuntamiento y en cuya trama, que enriqueció del día a la noche con comisiones millonarias y desproporcionadas a dos intermediarios de tebeo de Mortadelo y Filemón, aparece como contacto un primo del regidor Almeida, al que también han ordenado ir a declarar, ya estaban tardando. La antigua profesora de uno de los implicados acaba de declarar ante el juez que fue ella quien lo puso en comunicación con Carlos Martínez-Almeida, “por ser primo este del alcalde de Madrid”, cuando su exalumno Medina le dijo querer ayudar a las administraciones de la capital a conseguir material sanitario. Según ella, le aseguró que su intención era altruista, pero igual es que el hombre cree que esa palabra significa otra cosa, llegar muy alto de un solo brinco, o algo así. En otras palabras, lo que se llama en el lenguaje común dar un pelotazo, que es algo que suele acabar con algún cristal roto. Ya veremos el de qué despacho.

Lo desesperante, en cualquier caso, es ver cómo, una vez tras otra, los problemas de la mayoría —incluso sus dramas— son un buen negocio para una minoría política y económica que siempre saca partido de la desgracia ajena y reparte el botín entre socios y allegados. Y cómo otros los encubren, justifican y defienden micrófono en mano. A río revuelto, ganancia de pescadores. O de sinvergüenzas.

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