Esta oposición que sólo arrima el hombro si es para empujar y hacernos caer

Igual estaba bien cambiarle el nombre, porque oposición ya parece llevar de raíz el enfrentamiento como destino. O, desde luego, conseguir, de algún modo, que no se pudieran establecer políticas que impidan bloqueos lamentables como el del Consejo General del Poder Judicial. En cualquier caso, las estrategias que se limitan a combatir lo que diga el rival, a entorpecer cualquier iniciativa, a votar en contra de sea lo que sea que proponen los demás, no conducen más que a un desierto, el lugar donde se dan voces que no oye nadie. La idea del adversario constructivo es siempre fundamental en una democracia, pero más aún en tiempos de crisis, cuando lo responsable sería arrimar el hombro, pero no para empujar y hacer caer, sino para sostener el país entre todos. “Arrimar el hombro” es una expresión de origen rural que proviene de la postura y la cercanía de los cuerpos de los jornaleros que trabajaban el campo de sus vecinos para ayudarlos a sembrar o cosechar. Hay gente, sin embargo, que sólo sabe sembrar la discordia.

En esta época preocupante, cuando se oye el aullido de los lobos en el horizonte y la amenaza de hundimiento sobrevuela todos los barcos, pero sobre todo y como siempre los más pequeños, en España tenemos una oposición, la del Partido Popular, que dice a todo que no y lo hará cada vez más, según se acerquen las próximas elecciones, para las que ya ha empezado la cuenta atrás. Núñez Feijóo y los suyos no han respaldado prácticamente ninguna de las numerosas ayudas con las que el Ejecutivo trata de amparar a las y los ciudadanos ante la que se avecina en los próximos otoño e invierno: ni las que tratan de frenar el aumento de los precios; ni las que buscan garantizar la movilidad; ni las que se encaminan a otorgar a los más desfavorecidos prestaciones que permitan su subsistencia; ni las que quieren apuntalar el sistema educativo; ni las que quieren anticiparse a la catástrofe energética que va a producir la invasión de Ucrania unida a la voracidad sin límites de las empresas hidroeléctricas y gasísticas… Todo les parece mal y lo que sale adelante en el Congreso es con su voto en contra o su abstención.

¿Acierta en todo el Gobierno? Sin duda, no, porque eso sería imposible. Pero, ¿qué iniciativas propone la derecha, aparte de hablar de comunismo, terrorismo, independentismo y demás ismos de usar y tirar?

A la falta de colaboración se añade la de explicaciones, salvo una genérica: nosotros tenemos nuestras propias iniciativas y o se aprueban esas o ninguna. Pero nadie en la calle de Génova ha explicado por qué les parece innecesario subir un quince por ciento el ingreso mínimo vital, sin el que tantas personas se morirían de hambre; qué tienen contra la suspensión de los desahucios o la implantación de los abonos de transporte gratuitos desde septiembre a fin de año; por qué les parecen mal las ayudas de veinte céntimos por litro de combustible, que le dan un pequeño balón de oxígeno a los transportistas, pero también al resto de las y los ciudadanos; qué pega le ponen a la congelación del importe de la bombona de butano; rebaja del IVA de la luz hasta el 31 de diciembre, a la suspensión en todo 2022 del Impuesto del Valor de la Producción de Energía Eléctrica (IVPEE) o a la eliminación de los vergonzosos “beneficios caídos del cielo” de las empresas, salvo que se trate de defender los privilegios de unos pocos a costa del sufrimiento del resto… Es el famoso “porque no” de los niños, que no se da a razones.

¿Acierta en todo el Gobierno? Sin duda, no, porque eso sería imposible. De hecho, en algunas cosas es argumentable que se queda corto: demasiados van a pasar las de Caín y con lo que les ofrecen no será suficiente. Pero, ¿qué iniciativas propone la derecha, aparte de hablar de comunismo, terrorismo, independentismo y demás ismos de usar y tirar? El trabajo de un cargo público es proponer, dar soluciones, las mejores desde su punto de vista ideológico, pero ¿es eso lo que vemos o un continuo embestir a todo lo que se mueve? La llegada a puestos de responsabilidad de personajes que serían cómicos si no fuera porque provocan dramas, eso sí, siempre ajenos, tiene mucho que ver con ese abaratamiento del discurso: basta decir lo contrario del enemigo y listo. Que se derrumbe España, que ya la levantaremos nosotros. Y si no, ya habrá algún juez que nos guiñe el ojo por debajo de la venda.                                              

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