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La victoria del PP es necesitar a los ultras menos que el PSOE a los nacionalistas

Son tres o cuatro latiguillos, pero son suficientes. Son conceptos cuyo fin es causar miedo al adversario, por improbable que parezca, en buena lógica, su cristalización en amenazas reales, su paso de las palabras a los hechos: la patria se rompe, el terrorismo vuelve… Ese discurso, que hace las funciones de plato fuerte, se adereza con alguna salsa especial, por ejemplo la mayonesa de la crisis económica, que siempre está a la vuelta de la esquina porque la provocan las mismas corrientes neoliberales que luego se ofrecen a resolverla a base de recortes para casi todos y beneficios estratosféricos para unos pocos; y se remata con una dosis de victimismo: nos atacan, nos desprestigian, lanzan jaurías mediáticas contra nosotros. Y la cosa funciona, no hay más que ver los resultados de las últimas elecciones en Madrid y ayer mismo en Galicia, donde el Partido Popular ha arrasado. Es difícil calcular qué parte de ese éxito se debe al fracaso del PSOE regional y cuánto ha pesado allí el lastre de Puigdemont, capaz de mandar a pique cualquier barco que lo recoja en alta mar, por lo visto.

La lectura de lo ocurrido este domingo en Galicia es clara: allí gana la derecha por goleada —lo ha hecho en las últimas cinco citas autonómicas con las urnas—, no existe la ultraderecha, Sumar y Podemos se comen uno al otro y el socialismo se hunde en esa autonomía y sigue la estela de lo que ocurre en otras, donde la alternativa más común es o PP o un partido nacionalista, en este caso el BNG, que sube mucho pero no alcanza el poder. La excepción a esa regla podría ser Salvador Illa en Cataluña —ya se verá—, que le podría ganar el pulso a ERC y a Junts, pero no se sabe si a la suma de los dos. Y ya lo decía Di Stéfano: ningún jugador es tan bueno como la suma de todos. La política es dos cosas, una a nivel nacional y otra a nivel local.

Es difícil calcular qué parte de ese éxito se debe al fracaso del PSOE regional y cuánto ha pesado en Galicia el lastre de Puigdemont, capaz de mandar a pique cualquier barco que lo recoja en alta mar, por lo visto

La otra lectura es la que traslada lo ocurrido en Galicia a lo que ocurre en el país en general, es decir, que esto lo ha ganado por extensión Núñez Feijóo y ha perdido Pedro Sánchez. Es un modo de verlo y tiene sus argumentos, sin duda. También los tienen quienes se quejan de que los comparen con terroristas, que es lo que ha hecho el PP con el BNG, los que consideran juego sucio utilizar la Xunta para venderse o repartir dinero y subvenciones entre los presuntos votantes. Y no les faltará razón a quienes interpreten que el PP cada vez necesita menos a Vox y el PSOE cada vez necesita más a los partidos nacionalistas.

¿Gana en Galicia la gestión o el discurso? Probablemente un poco de cada, lo primero porque es evidente que muy disgustados no estarán con quienes llevan tanto tiempo gobernando las personas que les siguen dando de forma tan masiva e incontestable su confianza; y lo segundo porque gana terreno la versión de que esas urnas expresan con transparencia un castigo a la amnistía, que son la contestación de las y los ciudadanos consultados a las cesiones al independentismo a cambio de la investidura del presidente Sánchez. Cabría decir que sin procés también se llevaban el gato al agua y con números muy parecidos.

Uno, que en lo único que se considera radical es como demócrata, debe felicitar a los triunfadores legítimos, reconocer el KO técnico que ha logrado Rueda y desearles a quienes los han avalado que cuando los carteles se despeguen, las banderas se guarden hasta la próxima y empiecen a tomarse las decisiones que conlleven medidas a favor o en contra de la gente, esta no tenga que arrepentirse de la opción escogida.

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