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Detrás de la tramoya

El reflejo del bicho bola y el vértigo de las primarias

He tenido que buscarlo en Wikipedia: se llama “oniscidea”, el nombre científico del conocido vulgarmente como “bicho bola”. Si se siente amenazado o tiene poco espacio, se enrolla sobre sí mismo, se pliega, se cierra. Es un efecto muy conocido en la naturaleza: como cuando un erizo pega la cabeza a las patas y saca sus púas, o como el reflejo de un músculo que se contrae por el dolor.

La política, que tiene por supuesto mucho de natural, también conoce ese reflejo de protección: cuando hay angustia, la gente se vuelve más conservadora. Cuando hay poco que repartir, en los partidos se pelea más que cuando hay mucho. Cuando hay dolor, el cuerpo social se enrolla sobre sí mismo, se pliega, se cierra.

El PSOE lleva ya algunos años de dolor acumulado, pagando el impuesto de sucesión por la herencia entregada: qué estúpido ha sido negar tanto a Zapatero como para darle la razón a quien pone en él y en sus gobiernos el origen de todos los males... Como un bicho bola, como un músculo dolorido, como el cuerpo social que es, el PSOE ya se replegó en el famoso Congreso de Sevilla, optando por la opción conocida, el camino más seguro, la opción más conservadora: Rubalcaba frente a Chacón.

Si se cumplen los pronósticos, el domingo el PSOE obtendrá, incluso aunque ganara al PP, el peor resultado de su historia. En el peor de los casos tres millones de votos o menos, y en el mejor cuatro o algo más. Nunca el PSOE ha obtenido menos votos en una convocatoria estatal –elecciones generales o autonómicas–. Nunca.

Si eso es así, el resultado será doloroso y habrá una tendencia casi inevitable a la contracción. La reacción podría traducirse en un vértigo hacia las primarias. Que asustados por el golpe de un mal resultado electoral, los cuadros del PSOE decidan optar por el camino más cerrado, más aparentemente controlable y más convencional: evitar las elecciones primarias abiertas y sustituirlas por la fórmula de un Congreso más manejable por los aparatos, sean de quien sean.

Creo que eso sería un suicidio para el PSOE. Primero, porque primero el Congreso de Sevilla, luego la Conferencia Política y finalmente el Comité Federal, han ido marcando el ritmo y la hoja de ruta para que haya unas primarias abiertas, probablemente en otoño. No hacerlo, trampear, hacer trucos o componendas, sería ir en contra de los órganos del partido y sus decisiones.

Segundo, porque es evidente que unas primarias abiertas dinamizarían al PSOE y pondrían el foco de la opinión pública en un proceso nuevo en España; y porque lo contrario sería una penosa y letal contradicción de esas expectativas. Tercero, porque está demostrada la enorme fuerza de unas primarias abiertas para mejorar las opciones de un partido para ganar luego las elecciones. Lo ha constatado la Universidad –ya hablaremos de eso– pero lo indica también la intuición: véanse los casos de Hollande o Renzi, o los clásicos de Estados Unidos y por decenas de América Latina.

Y cuarto y fundamental, porque la gente ya espera eso del PSOE. No perdonaría una traición a ese principio tan sencillo de entender, y proclamado por el propio PSOE en los últimos meses: la renovación de un partido progresista que quiere contrastar con las prácticas oligárquicas, autoritarias y cerradas de la derecha, debe pasar necesariamente por la participación, por la democracia y la apertura. En un partido como el socialista, el abismo no está en las primarias, sino en su ausencia.

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