Segunda vuelta

Luz y vivienda, las heridas del Gobierno

Pilar Velasco

Las estanterías delatan nuestras biografías, recorren de manera subliminal las etapas vividas. Las mías están llenas de libros sobre los peores años de la crisis inmobiliaria escritos en la última década. De Rafael Chirbes a José Luis Sampedro, de los desmanes a sus consecuencias. Análisis, reflexiones y experiencias traumáticas de un país donde pasamos de comprar dos casas a no poder acceder a ninguna y a echar a las familias de ellas. Corrupción mediante. De la burbuja a los desahucios no ha pasado tanto tiempo, pero el suficiente para que los programas electorales de la izquierda se hayan comprometido a meterle mano. Por eso sorprende que Pedro Sánchez, en su conferencia sobre los planes del Ejecutivo, no lo haya nombrado.

Se nos acumulan los problemas estructurales y la vivienda vuelve a ser el avispero al que nadie mete mano. Han pasado más de 15 años desde que Zapatero, el presidente del no nos falles, se enfrentó a la primera generación de mileuristas que quería irse de casa. Han pasado 603 días con Sánchez como presidente del primer gobierno de coalición. Aun así, no hay visos de una ley nacional. Casi dos años y sigue sin regularse un derecho fundamental del que los mercados no hacen más que reventar los parches que ponen los gobiernos progresistas tras los desmanes y desregulaciones de la derecha. Sin un marco que regule la vivienda a nivel nacional y frene las políticas de Ana Botella, que serán las de Ayuso, y obligue al próximo PP al menos a derogar las normas que frenen los abusos.

El plan de gobierno de Pedro Sánchez en la rentrée de septiembre es ambicioso y necesario. Ajustar las pensiones al IPC es revolucionario –de ahí el ceño fruncido del PP–, un acto de justicia con los mayores que han trabajado durante toda su vida y han sostenido con sus pensiones a hijos y nietos en la crisis de 2008. Subir el salario mínimo, hacerlo en 2021, y homologar nuestra capacidad adquisitiva a Europa hasta llegar a los mil euros en tres años, también. Poner en el bolsillo de los trabajadores la parte que les toca del repunte económico, una rareza que por fin se traduce en políticas.

Pero, y no es un pero menor, sacar de las intenciones a corto plazo la vivienda es abandonar un flanco por el que se tambalea el proyecto de vida de varias generaciones. Sánchez ha mandado un mensaje positivo a los jóvenes que han sido criminalizados con ligereza durante la pandemia, estigmatizados en grupo por unas cuantas fotos de botellones y descerebrados. Al mismo tiempo, ha obviado un compromiso que va más allá de limpiar su imagen.

Porque no hay pensiones, salarios, o crecimiento del empleo que solucione la insoportable dificultad de acceder a una vivienda. No hay inyección económica suficiente cuando pagar tu casa tritura la mitad de lo que ganas y lo hace durante 30 años. Exponer un plan de recuperación y dejar esto al margen es reconocer que es un bien de mercado, como decía el exministro Ábalos, casi tan intocable como las eléctricas. Es silenciar el “no hay dignidad sin vivienda” tan acertado de la nueva ministra Raquel Sánchez, avalado por cómo se atrevió a limitar el precio del alquiler como alcaldesa de Gavà.

La opinión pública y publicada, decía Sánchez, ha empujado al Gobierno a abordar el tarifazo de las eléctricas. El alquilarazo, como no abre informativos ni amenaza con llenar las calles, tendrá que esperar. Lidiar con la patronal no va a ser fácil, pero parece más difícil hacerlo con bancos, socimis y fondos de inversión. La desafección que ha generado estos días Teresa Ribera al reconocer que las eléctricas se llevan beneficios de más y que el Gobierno poco puede hacer en Europa se está cronificando con la prometida ley de vivienda. El oligopolio de las eléctricas tiene poco que envidiar a los Blackstones de turno.

El precio de la vivienda sube un 3,3% en el segundo trimestre, su mayor alza desde finales de 2019

Atravesamos crisis y salimos de ellas atrapados en un círculo vicioso de precariedad e inestabilidad en el acceso a la vivienda donde solo un 19% de los jóvenes se independendiza. Un porcentaje donde tampoco despuntan las clases medias. Y ya no es solo un problema social, sino económico. Los organismos internacionales más liberales se han dado cuenta. Han hecho cálculos y cuanto más se destina a pagar la vivienda, menos queda para el consumo. Según The Economist, en Estados Unidos los precios disparados se llevan al menos el 4% del PIB. En junio, el FMI avisó a España de que el mercado inmobiliario lastraría la recuperación. La OCDE alerta de que la recuperación real no será posible sin mejorar el acceso a la vivienda. Porque aunque el precio de la luz sea la herida abierta que más sangra, la subida es exactamente proporcional a la del alquiler. La diferencia es que una se ha disparado en cuestión de semanas y la otra a cámara lenta: el alquiler un 40% en cinco años, lo mismo que la factura de la luz del último mes.

Así como la economía es circular, los problemas estructurales están interconectados. Es difícil solucionar el empleo descuidando la vivienda. Desvincular los salarios bajos de la productividad. No se puede disociar una buena educación pública de generaciones preparadas para la transformación verde y digital del presente-futuro. En su libro Misión Económica, la economista Mariana Mazzucato señala cómo “muchos gobiernos han comprometido sumas colosales con una mentalidad de ‘lo que sea necesario’. Pero si hay algo que aprendimos de la crisis financiera de 2008 es que inyectar billones en la economía apenas tendrá efecto si las estructuras en las que se gastan son débiles”.

El precio de la luz y la vivienda corren el riesgo de convertirse en los nini de Sánchez, ni bajan ni se tocan. La vicepresidenta Teresa Ribera ha reprochado a Unidas Podemos insinuar su complicidad con el Ibex. “Quiero entender que se sienten un poco atrapados por sus afirmaciones previas”, ha dicho. En realidad están todos atrapados en lugares parecidos. Unidas Podemos con dificultades para avanzar; el Gobierno de Sánchez sin saber muy bien cómo. No es fácil. El pelotazo está cronificado desde Aznar. Hay que romper con eso, con los fondos, los mercados y la inercia, que no es poco.

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