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La banalidad del optimismo

Como ya es costumbre, Kiko Llaneras daba la bienvenida al nuevo año con una lista de datos que, en sus propias palabras, busca combatir una paradoja: “la mayoría de la gente cree que el mundo retrocede y que nos dirigimos al caos, aunque los datos dejan claro que esa percepción es falsa. El mundo no empeora, mejora”. Llaneras bebe directamente del optimismo de Steven Pinker, al que cita en su artículo:  “Todas las estadísticas señalan que mejoramos. En general, la humanidad se encuentra mejor que nunca”. Llaneras es, sin duda, un extraordinario periodista, arquitecto del mejor periodismo de datos en nuestro país. Pero considero que se equivoca al movilizar este “optimismo pinkeriano”, tanto por los datos que maneja —en ocasiones, cuestionables— como por sus efectos políticos —el disciplinar la crítica al sistema—.

Empecemos con lo primero: la noción de que, efectivamente, el mundo mejora y la tendencia es positiva. Para cuestionar esta idea, sin entrar en detalles daré pinceladas de dos grandes problemas cuyos indicadores Pinker y Llaneras presentan con optimismo: la pobreza y la crisis climática.

En lo relativo a la pobreza, como el antropólogo de la LSE Jason Hickel ha explicado, el Banco Mundial ha declarado en repetidas ocasiones que el umbral que Pinker utiliza para su gran narrativa de progreso “es demasiado bajo para ser utilizado en cualquier país” y no se utiliza a la hora de diseñar o evaluar las políticas de la institución. De hecho, debido a numerosas críticas académicas, el Banco Mundial tuvo que actualizar sus umbrales de pobreza adaptándolos a diferentes tipos de economías. Así, explica Hickel, con el criterio más reciente, “hay unas 2.400 millones de personas que se encuentran en situación de pobreza hoy en día”, más del triple de lo que Pinker quiere hacer creer. Esto tendría que ser suficiente como para replantearse el optimismo que nos tratan de transmitir. Pero incluso si utilizáramos su criterio, la crisis sanitaria del covid-19 ha traído consigo más de 150 millones de nuevos “pobres extremos”. Algo difícil de celebrar.

La cuestión no es si el vaso está medio lleno o medio vacío; la cuestión es que 'el vaso lo tenemos que llenar nosotros'.

Por otra parte, en cuanto a la crisis climática, conviene no olvidar que —por muchas noticias buenas que incluya Llaneras en su artículo— continuar con la tendencia actual es abocarse al desastre. En este sentido, un reciente informe del Instituto de Recursos Mundiales demostraba que en ningún sector (transporte, industria, agricultura, etc.) se estaba haciendo lo suficiente como para poder alcanzar el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5ºC, como se acordó en la COP21 de París. En el mejor de los casos, en algunos sectores las acciones eran insuficientes, mientras que en el peor de los casos se requería, directamente, un giro de 180º. Así, como Kelly Levin (una de las coautoras del informe) explicó a The Guardian, “tres áreas en particular requieren ese giro de 180º: la producción de cemento, la fabricación de acero y los esfuerzos para poner una tasa a las emisiones de carbono”. En otras palabras, ser optimista con la crisis climática por un par de pequeñas buenas noticias tiene el mismo sentido que ser optimista en el hundimiento del Titanic porque el cuarteto de cuerda suena fantástico.

Fuente: Estado de la Acción Climática 2021: Transformaciones de los sistemas necesarias para limitar el calentamiento global a 1,5 °C (adaptado del inglés, diseño original Guardian Graphics)

No obstante, el mayor problema de la narrativa de Pinker o Llaneras no es tanto su parte empírica (que como hemos visto es cuestionable en sí), sino los efectos políticos de adoptarla. Este discurso resulta problemático en tanto que tiene como fin el aceptar sin rechistar el sistema político y económico en el que vivimos. Por ejemplo, en un artículo de 2016, Llaneras argumentaba lo siguiente:

“El debate entre percepción y datos no pasaría de eso, de un debate, si no fuera porque la creencia de que el mundo empeora se usa con fines políticos. Si el mundo empeora, mejorarlo exige cambiar el sistema (aunque el sistema, o partes del mismo, siempre según los datos, nos hacen ir a mejor). Quien se oponga a cambiarlo todo será alguien que se opone a frenar el empeoramiento del mundo. Es decir, un egoísta, un inmoral, o un irresponsable”.

El optimismo aquí funciona como argumento para deslegitimar críticas contra el sistema, puesto que los datos demuestran que vamos a mejor. De hecho, utiliza en ese mismo artículo el ejemplo de la crisis de 2008 (en la que nuestro país seguía inmersa). En lugar de cuestionar las causas estructurales de la crisis, o las políticas de austeridad que tanto daño hicieron, Llaneras insiste en que “pocos indicadores nos han devuelto más allá de 2000 y muchos no han dejado de mejorar”, considerando esta una serie de  “alteraciones puntuales […] parte de un proceso que abarca siglo”. Por tanto, concluye Llaneras, el discurso de movimientos que disputan el statu quo es deshonesto, puesto que el sistema funciona. Sin embargo, son muchas las voces que cuestionan esta conclusión y argumentan que el mundo no mejora porque el sistema esté bien, sino que el mundo mejora a pesar del mismo, gracias a que hay mucha gente y movimientos presionando para mejorarlo. En este sentido, en su último libro, Thomas Piketty reconoce que "desde finales del siglo XVIII existe una tendencia a largo plazo hacia la igualdad". No obstante, explica el economista, esta se hace siempre contra los sistemas establecidos: “Este movimiento hacia la igualdad es la consecuencia de luchas y revueltas frente a la injusticia que han permitido transformar las relaciones de poder y derrocar las instituciones en las que se han basado las clases dominantes para estructurar la desigualdad social en su propio beneficio”. El optimismo del que Pinker o Llaneras hacen gala funciona como obstáculo al “combustible” de estas movilizaciones, por lo que sería deseable desecharlo.  

Esto presenta una paradoja, puesto que, como indica correctamente Llaneras, 2021 sí ha dejado algunas muy buenas noticias. Además de las que recoge en su artículo (particularmente aquellas que se refieren al covid-19), el gobierno de coalición ha logrado que seamos el primer país en recibir los cruciales fondos de recuperación de la UE, así como la histórica primera reforma laboral acordada entre la patronal y los sindicatos en las últimas décadas que avanza en los derechos de los trabajadores. ¿Cómo lo debemos ponderar para no caer en la banalidad del optimismo, pero evitando la parálisis del pesimismo?

Como explica Terry Eagleton en Esperanza sin optimismo (2016), cuya primera parte parafraseo en el título de este artículo, existe una manera de imaginar un futuro más justo lejos del optimismo despolitizador que algunos intelectuales tratan de vendernos. En su libro, Eagleton opone el carácter superficial y pasivo del optimismo al de la esperanza, que solo nos permite imaginar un mundo mejor a través de la acción y del compromiso. Esperar un futuro mejor requiere trabajar por el mismo. La cuestión no es si el vaso está medio lleno o medio vacío; la cuestión es que el vaso lo tenemos que llenar nosotros

Encaremos este nuevo año sin la banalidad del optimismo, pero con el compromiso —político y moral— de la esperanza.

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