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La industria de la mentira

Poco futuro tendría una clínica en la que los médicos no curaran a sus pacientes. Tampoco tendría sentido alguno un establecimiento que vendiera productos caducados en malas condiciones. No parece negocio pretender poner en el mercado coches que vayan en dirección diferente a la que el piloto desea. Sin embargo, sí que es negocio difundir mentiras. Hay gente especializada en hacerlo día a día y también hay abundante clientela encantada del servicio.

The New York Times acaba de publicar un interesante reportaje titulado La industria de la calumnia. Los periodistas Aaron Krolik y Kashmir Hill se han dedicado durante unas semanas a rastrear un fenómeno de creciente importancia en la red. Se trata de la proliferación de sitios web dedicados a que la gente pueda denunciar diferentes cuestiones que merecen su rechazo. En ellas aparecen todo tipo de situaciones, desde negocios a los que se critica su deficiente servicio hasta acusaciones directas hacia personas hasta ese momento desconocidas sobre las que se quiere verter algún tipo de reproche o acusación.

La solución frente al problema

Se trata de webs en las que no existe filtro alguno y en las que cabe decir lo que cada uno quiera. Es lo que, de forma absurda, ahora algunos llaman libertad de expresión. En muchos casos, se trata de mentiras, de calumnias o de un manifiesto deseo de perjudicar a alguien. Aparentemente, son opiniones de gente que expresa su punto de vista. De hecho, la mayor parte de estos sites tienen un cuidado aspecto amateur que le aportan cierta verosimilitud de autenticidad y limpieza. Se han detectado multitud de irreparables daños reputacionales frente a los que poco se puede hacer.

La extensión de este fenómeno ha tenido una interesante consecuencia. A la par que crece el número de webs dedicadas a la difamación y a la denuncia, se ha podido constatar la puesta en marcha de servicios de “gestión de la reputación”. Por una módica cantidad, a partir de unos 600€ para empezar, se encargan de conseguir que se eliminen de la red esas publicaciones. Algunas llegan a aparecer como primera referencia en Google o cualquier otro buscador cuando alguien teclea el nombre del afectado.

La mafia en Internet

Lo extraordinario del trabajo de Krolik y Hill es la conclusión a la que han llegado. Su investigación ha arrojado un sorprendente hallazgo: “Pronto descubrimos un secreto, escondido detrás de una cortina de humo de empresas e identidades falsas. Las personas que difunden la difamación y los autoproclamados buenos, que ayudan a eliminarla, suelen ser la misma persona”. Impresionante.

Así funciona un negocio. Monto una empresa para proteger tu reputación. Para ayudar a que te sea útil, me dedico a propagar todo tipo de calumnias en tu contra que te lleven a asumir que quizá necesites contratar mis servicios de auxilio. Inmediatamente, se le viene a uno a la mente las clásicas películas de mafiosos en las que hacían pagar a los comercios de un barrio una cuota por un servicio de protección. Si no la abonaban, la propia mafia se encargaba de destruir su local.

El negocio de la desinformación

En realidad, este tipo de endemoniado círculo económico está en la base de lo que es Internet en una significativa parte de su actividad, como es el caso de la información. La red está llena de bulos y mentiras que se distribuyen a velocidad de vértigo. Para cualquier persona que no tenga el privilegio de tener acceso directo a las fuentes originales, puede resultar realmente complicado llegar a saber si una noticia es verdadera o radical e intencionadamente falsa.

Mi madre, ya nonagenaria, aprendió hace unos años a navegar por la red. Cada vez que charlo con ella, es habitual que me haga referencia a alguna información impactante que asegura haber leído. Mi desconocimiento del asunto del que me habla le ayuda a confirmar la supuesta veracidad de su hallazgo, en tanto me puede relatar con detalle lo sucedido. En buena parte de los casos, tengo la convicción de que se trata de pura basura que alguien ha decidido difundir. Cuando se lo digo, siempre me plantea una pregunta que, a bote pronto, no es fácil de responder: “Qué interés va a tener Internet en mentirme”.

La clientela de los bulos

El problema es que esa pregunta esconde uno de los grandes problemas que definen la perversidad del mundo digital. La fabricación de mentiras se ha convertido ya en una boyante industria que obtiene importantes ingresos económicos y cubre innobles fines ideológicos. El negocio de la verdad tocó techo hace ya tiempo. El número de personas que desean conocer la verdad de lo que ocurre en el mundo actual tiene límite y, seguramente, se alcanzó tiempo atrás. La verdad es sólo una y, por tanto, es limitada. Puede repetirse, pero ya pierde novedad y originalidad.

Por el contrario, la industria de la mentira no conoce fronteras. Su capacidad de extensión es infinita. Las mentiras son ilimitadas. No hay miedo en excederse. En realidad, sí que hay un límite, el del número de personas dispuestas a creerlas. El negocio de la información parece haber cambiado desde que la fragmentación ha roto el territorio monopolizado por los medios tradicionales. Ahora tiende a centrarse, más que en contar lo que ocurre, en vender la versión que cada uno quiere escuchar de lo sucedido. No sólo existe el acto malintencionado de algunas fuentes de mentir, sino que también es indispensable contar con un significativo número de personas que prefieren que se les mienta, siempre y cuando se les diga lo que desean oír.

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