Plaza Pública

¿Qué es eso de la transversalidad?

Juan Antonio Gil de los Santos

Cuando el movimiento 15-M irrumpió en las calles hace ya cinco años no lo hizo aglutinado en una serie de partidos políticos escorados hacia un lado u otro del espectro político. De hecho, si hubo una proclama que destacó entre las demás fue la de“no nos representan”, refiriéndose al régimen del 78 y a todos sus actores que durante más de treinta años y con mayor o menor acierto habían hecho posible la rotura del pacto social.

Como movimiento que era las gentes allí reunidas provenían de orígenes muy diversos, no sólo en lo ideológico sino en la esencia misma de percibir y afrontar la realidad. Aunque sí había algo que las uniera era el diagnóstico de la actual deriva: desequilibrio insostenible entre el establishment (una élite blindada bajo el poder político y económico que estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta para seguir encaramándose a su posición) y los outsiders (el común de los mortales que no participaba del sistema de toma de decisiones y del consecuente privilegio de las élites), ensanchándose la brecha entre los unos y los otros, y conduciendo a estos últimos a una situación cada vez más precaria.

El establishment haciéndose uso de su posición de fuerza y de sus ingentes recursos, anquilosado en las instituciones que tenían que velar por los derechos de los outsiders y cada vez más desapegado a la realidad, desgarró por completo el frágil equilibrio sustentado en la constitución de 1978, otrora válido en un contexto histórico en el que los pueblos españoles venían de padecer cuarenta años de una vehemente y despreciable dictadura. Presionados hasta el límite y descubierto el artificio, los movimientos populares se arrojaron a la calle para descerrajarse de aquellos que ponían sus propios intereses por encima de una mayoría social atropellada y abandonada a su suerte.

Y lo hacían de forma organizada desprendiéndose de mortajas partidistas, superando el obsoleto eje izquierda-derecha, secuestrado por un bipartidismo que se turnaba en el poder y que había quedado subordinado a los poderes económicos en la sombra, puertas giratorias mediante. Los “de abajo”, en contraposición con esas élites desafectadas, se negaban a resignarse, a descarnase de la justicia social, de la libertad, la democracia o el bien común, y exigían mayor democratización en la economía, exigían que la clase política volviera la mirada de nuevo hacia ellos y dejara de ser la continuación institucional del IBEX 35.

El tiempo pasó, unas elecciones generales se sucedieron, la Troika y el austericidio continuaron golpeando con crueldad, la miseria se desbocó y extendió, pero el movimiento 15-M nunca desapareció; maduraba y maceraba, incubando dentro de él la solución que no iba a encontrar afuera. Montad un partido y presentaos a las elecciones, alguien proclamaría a aquellas personas que incomodaban en las plazas con sus asambleas y propuestas compartidas por una inmensa mayoría de la sociedad. Pronto desearía haberse mordido la lengua.

Así nacería Podemos, heredero del 15-M. Aunque sería injusto decir que en él no convergieron años de luchas y defensa por el bien común, por modelos de sociedad más justa, en forma de organizaciones o militantes de partidos que compartían objetivos. En esa primera etapa confluyen en un mismo espacio tanto veteranos activistas como personas que hasta ese momento no habían participado en política, unos ya organizados y otros aún por organizar.

Comienza un doble reto: el de canalizar toda esa fuerza popular en una línea de acción compartida y el de organizar un partido como suma plural pero armonizada de colectivos diversos. Podmeos transita, por tanto, de movimiento a partido, con el objetivo de entrar a las instituciones para transformarlas, para ponerlas del lado de la gente.

Tras la eclosión en las elecciones al parlamento europeo de 2014 con cinco eurodiputados, más gente se acerca al partido-movimiento pues identificada por primera vez con un proyecto que derriba las barreras del hartazgo político, recupera la ilusión ante la posibilidad de que se produzca el ansiado cambio. Personas, muchas de ellas abstencionistas en pasadas elecciones, se convierten en militantes de un 15-M hecho partido. Llega el momento en que se de un paso en lo político-organizativo previendo una serie de citas electorales que van a ser cruciales para el futuro del país.

A través de debates asamblearios en círculos se lleva a discusión el que será el modelo político-organizativo con el que se hará frente a las distintas competiciones electorales. En octubre de 2014 las propuestas más votadas son discutidas en el congreso fundacional de Podemos en Vistalegre, siendo un modelo político transversal, en el sentido de que apuesta por la construcción de grandes consensos como la defensa de una sanidad gratuita, pública y universal, el derecho social a la vivienda o recuperar los derechos laborales perdidos, el que es respaldado con el mayor consenso.

Y es en esta transversalidad, claro reflejo de la ciudadanía que se arrojó a la calle en el 15-M, el rodea el Congreso o las PAHs, en la que quiero centrar el presente artículo. Porque es gracias a esta transversalidad la que ha propiciado los gobiernos del cambio en ciudades como Cádiz, Madrid, Barcelona o Valencia, entre otras. Es ese transversalismo el que ha hecho posible que objetivos anclados en proyectos de minorías hayan sido integrados en un proyecto de mayorías con posibilidades reales de llegar al gobierno y realizar la transformación de las instituciones desde dentro, condición sine quanon para llevarlos a cabo. Pero, ¿qué es exactamente lo que entendemos por transversalidad?

Debemos entender la transversalidad como la acción de construir mayorías. Pero no mayorías electorales de per se, sino mayorías sociales construidas desde la identidad de compartición de objetivos comunes, construir identidades integradoras y acumuladoras, adaptadas a la sociedad actual; siendo uno de los ejemplos el identitario de los de abajo como superador de clase obrera, que era, no obstante, un acumulador valido hace 50 años.

La construcción no acaba en algo puramente nominativo, sino que identificados los conductores de consenso y las líneas de acción comunes por las que la mayoría social está dispuesta a organizarse para asaltar las instituciones y arrebatárselas a la élite privilegiada, es nuestra obligación aunar esfuerzos y habilitar las herramientas de participación y acción para que esa mayoría social se sienta no solo representada sino provista de medios reales para hacerse oír. Esto se traduciría en el modelo actual en la participación telemática, los círculos y las moradas.

Sin olvidar que en la organización coexisten por un lado la vanguardia militante, el famoso núcleo irradiador, y simpatizantes que participan en diferente grado, las líneas de acción han de estar orientadas no sobre el núcleo irradiador o los simpatizantes ya convencidos, sino sobre esa mayoría social a la que se aspira. Hacia los, también famosos, sectores aliados laterales, en el afán de construcción real de una identidad mayoritaria, concienciada de la importancia de cambio y de que (al contrario de lo que el hastío y el bombardeo mediático ha provocado en ellos) se asienta en sus manos el que se lleve a término. Así sectores como el de funcionarios o los profesionales sanitarios, el profesorado, los desempleados, independientemente de su ideología asentada en caducos clivajes de izquierda-derecha, vaciados en parte de contenido y sentido por obra y gracia del bipartidismo, se sumarán gradualmente a la construcción de grandes consensos como la defensa de una sanidad gratuita, pública y universal, el derecho social a la vivienda o recuperar los derechos laborales perdidos, la lucha contra la corrupción, etcétera.

Bien es cierto que muchos de nosotros provenimos de ambientes muy progresistas, a algunos se nos eriza la piel al rememorar la leyenda del POUM, o somos republicanos confesos, a otros les nace un cosquilleo de orgullo cuando se canta la Internacional, otros son anarquistas, otros se consideran ecosocialistas, feministas, otros provienen de haber militado en grandes partidos, o son personas recién llegadas a la política, pero tan implicadas como los que llevan en el activismo desde que les nacieran los dientes. Hay también militantes de otras organizaciones que tienen su propio funcionamiento.

Por eso es esencial que tengamos siempre presente que los espacios de militancia son un medio y no un fin en sí mismos, para llegar a esa amplia mayoría social que nos necesita. Debemos tener prudencia en no asimilar al cien por cien el espacio militante con ese proyecto hegemónico que estamos construyendo entre todas, escapar de dinámicas perversas de la vieja política que no conducen a nada. Nuestro objetivo no es hacer proselitismo de la extrema izquierda. Tenemos que mirar más allá de nuestro ombligo militante, volver a recuperar la ilusión de la gente, que se sienta identificada, implicada con el proyecto, recuperar el desborde que se produjo al principio en los círculos.

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Juan Antonio Gil de los Santos es diputado

de Podemos Andalucía

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