Comparto piso a los treinta: Un llamado a recuperar lo que debería ser nuestro Daniel Valero 'Tigrillo'
Sobre los adverbios
Es muy conocido el pasaje sobre la felicidad en Poeta chileno, de Alejandro Zambra: “Dicen que eso es la felicidad: nunca sentir que sería mejor estar en otra parte, nunca sentir que sería mejor ser alguien más. Otra persona. Alguien más joven, más viejo. Alguien mejor.” Se ha citado mucho y se ha escrito sobre esa intersección entre felicidad, deseo, posibilidad. Pero lo que no suele decirse es que esas frases son en el libro el colofón de una reflexión más amplia sobre el tiempo y la repetición. El protagonista escribe una carta a un niño que tiene que repetir curso, argumentando en qué medida repetir algo es escapar a la condena del tiempo, el desgaste. Repetir algo es la condición de posibilidad de, contra el tiempo, perseverar en las cosas, detenerse en ellas, encontrar su verdad: sean cursos escolares, palabras o noches con la persona amada.
No me parecen entonces tan interesantes las reflexiones, por cierto, bastante de moda en ciertos entornos últimamente, sobre el tan traído y llevado deseo: como afecto, como pulsión, como brecha entre el amor y la muerte, o, incluso, como aquello que se comparte como forma de comunidad (en ese sentido, por poner un ejemplo reciente del que se ha hablado bastante, me resultan terriblemente banales tanto la propia película Las chicas están bien –por ese y muchos otros motivos– como los comentarios sobre ella en esa línea).
Me parece más sugerente lo que Zambra construye en las líneas anteriores a esa definición. Con el tiempo todo se pierde, y sobre todo “el ruido de los días”, dice el escritor: resulta difícil recordar exactamente de qué inercias, de qué sonidos estaba lleno el silencio de la vida cotidiana, en el que normalmente no reparamos. Me parece un buen escritor, entre otros motivos, porque intenta nombrar esto: “Un poema funciona como una canción. Si te gusta, la escuchas de nuevo y así mil veces. Y una novela es como una canción más larga, más rara, más difícil de memorizar. Pero en la lectura de una novela también funciona el placer anticipatorio, por ejemplo. Piensas, mientras lees, en que volverás a leer esas mismas palabras, en que esa posibilidad existe, y entonces el presente se proyecta y se amplía, sin dejar de ser presente. Hay que hablar de esas cosas, creo yo.” Hay que nombrar ese milagro de un presente que es mucho más que presente.
Lo que quizás ocurre en nuestro tiempo acelerado del neoliberalismo es que solo existe un adverbio: “ahora mismo”. El “ahora mismo” del click, del Glovo, de Amazon Prime, del like
En esas dos páginas magistrales, Zambra pone en marcha todo un andamiaje de adverbios: “generalmente”, “siempre”, “ocasionalmente”, para ganarse ese “nunca” de la definición final. Además de esa definición de felicidad, lo que hemos ganado por el camino es la noción de que necesitamos esas marcas del tiempo en la lengua, los adverbios, para ordenar y dar sentido a la corriente de la experiencia. Y paradójicamente, lo que quizás ocurre en nuestro tiempo acelerado del neoliberalismo es que solo existe un adverbio: “ahora mismo”. El “ahora mismo” del click, del Glovo, de Amazon Prime, del like. Ese “ahora mismo” que es el de la satisfacción inmediata, que es puro consumo absorto, que mata, ahora sí puede decirse, el deseo. Todo se da por sentado, todo va de suyo: nadie se detiene en el milagro de ese presente que se amplía. Hemos olvidado que lo verdaderamente excepcional es que esa persona ha vuelto a levantarse otra mañana a nuestro lado, y eso es amor. Ya no reparamos en los ritmos diferentes, en la espera, en lo que estaba implícito, en las huellas de nuestros actos que solo se revelan décadas después, en la vida entera que cuesta saber quién es uno; y, por supuesto, hay muy pocas ganas de comprometerse con un “nunca” –nunca más volveré a drogarme– o con un “siempre” –te amaré siempre–. Quizás son los adverbios las palabras más importantes de la literatura. Esa pobreza de adverbios hoy es la pobreza de nuestra experiencia.
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Clara Ramas San Miguel es filósofa, política, profesora en la Universidad Complutense de Madrid y autora del ensayo 'Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx' (Editorial Siglo XXI). Acaba de traducir y publicar también una edición de 'El 18 Brumario de Luis Bonaparte', de Karl Marx, en la editorial Akal.
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