Asincronía

Uno de los problemas que tiene la izquierda —y las posiciones progresistas en general— es la necesidad de responder ante las acciones propiciadas por el modelo conservador que rige la sociedad, el cual no sólo no reconoce su responsabilidad en los hechos, sino que cuando la situación se manifiesta con cierta intensidad la niega.

La dinámica definida por la normalidad conservadora genera continuos problemas y conflictos sobre aquellas personas a las que, por su clase o condición, consideran que forman parte de posiciones inferiores o secundarias (mujeres, trabajadores, personas extranjeras, gays, lesbianas, trans, musulmanes…). Frente a estos problemas la izquierda responde con propuestas concretas, críticas puntuales y manifestaciones que buscan corregir la injusticia social que las acompaña, y llamar la atención sobre la situación estructural con el objeto de solucionar las causas que dan lugar al problema.

Esas respuestas se llevan a cabo desde sus posiciones alternativas, que no sólo entienden que esas conductas o hechos son inadmisibles, sino que, simultáneamente, plantean transformar la realidad social para que no tengan cabida en ella. Me refiero, por ejemplo, a la violencia de género, la brecha salarial, la discriminación de las mujeres, la LGTBIfobia, el racismo...

La situación, con ese debate entre lo práctico y lo teórico de lo que no debería ser, resulta perfectamente comprensible y válida desde el punto de vista teórico y como parte del debate político y social. Sin embargo, con frecuencia entra en conflicto cuando se le da prioridad a lo teórico y se aplica a hechos concretos que quedan sin solucionarse. Ocurre, por ejemplo, cuando se dice que la respuesta ante la violencia de género es reflejo del punitivismo del modelo androcéntrico, o cuando se plantea que para resolver los problemas que sufren las mujeres que ejercen la prostitución se debe regular su desarrollo como parte de la normalidad, o que para resolver el tema de la conciliación laboral y familiar debemos facilitar el teletrabajo. Ninguna de esas propuestas resuelve el problema presente, tan sólo se limitan a reflexionar sobre una situación teórica en la que, probablemente, el problema no existiría, al menos con las mismas características que tiene en la actualidad, pero no hay una verdadera solución a los hechos recogidos.

Este mismo posicionamiento lo vemos ahora ante un problema de dimensiones y trascendencia diferente, como es el de la guerra de Putin contra Ucrania, al plantear desde posiciones de izquierda que la solución es la diplomacia mientras hombres, mujeres, niños y niñas están siendo asesinadas bajo las bombas y los crímenes de guerra que se conocen.

El compromiso y la coherencia no significa mantener las decisiones en cualquier circunstancia, sino adaptar la respuesta a las referencias del problema para luego abordar las causas estructurales o los factores que dan lugar al mismo.

Responder ante lo urgente e inmediato con medidas que requieren tiempo y desarrollo puede quedar muy bien en el enunciado, pero no resolverán el problema y ayudarán a consolidar las estrategias de poder que lo ponen en marcha para conseguir sus objetivos, que con la pasividad como respuesta se conseguirán sin dificultad. Pero al mismo tiempo, tienen una consecuencia añadida al no hacer creíbles las propuestas progresistas, ni facilitar que dichas posiciones sean vistas por la sociedad con capacidad para actuar ante situaciones complicadas.

Podemos entenderlo con un ejemplo fuera de este contexto político. Si nos encontramos ante una persona con una hemorragia importante lo urgente es taponar la herida con lo que sea, no buscar gasas estériles y material quirúrgico para actuar, tal y como se recomienda en los protocolos médicos. No tendría sentido no hacer nada en espera de conseguir ese material. Es lo correcto en teoría, de hecho, al utilizar cualquier material para evitar la hemorragia se  pueden presentar complicaciones infecciosas, pero es el riesgo asumible para intentar salvar la vida de esa persona. Podríamos pensar que lo ideal es que no hubiera tenido el accidente, incluso cuestionar las circunstancias que han dado lugar a él, pero, una vez que se ha producido, la solución para por resolver las consecuencias del accidente.

La izquierda cae con frecuencia en esa asincronía que se traduce en un error práctico que no resuelve el problema, y que, además, resta credibilidad a sus posiciones. La realidad exige primero resolver el problema sin perjuicio de actuar para cambiar los factores estructurales o las circunstancias que dan lugar a él.

No tiene sentido centrar las actuaciones sobre lo estructural dejando que el problema siga estando presente

No tiene sentido centrar las actuaciones sobre lo estructural dejando que el problema siga estando presente. No podemos posponer la solución cuando el problema está generando consecuencias graves, ni plantear como respuesta el argumento de que el problema no debería haberse producido.

Las posiciones de izquierdas deben entender que no basta con decir que las cosas no deberían ser como son, sino que deben actuar para que sean de otra forma, y eso exige abordar la realidad tal y como es con medidas que resuelvan los problemas actuales, aunque estas medidas no serían las que se llevarían a cabo si la realidad fuera diferente. Eso no es incoherencia, sino consecuencia.

Confundir el deseo y la aspiración con el argumento de la razón para la acción no resuelve los problemas y, en cambio, sí genera desconfianza para abordar la necesaria transformación social. Una transformación que nunca podrá conseguirse sólo con políticas sobre hechos concretos, y que requiere una toma de conciencia sobre la realidad, la responsabilidad común para abordarla y el compromiso social para culminar dicha transformación.

Y todo esto exige confianza y creer en el modelo alternativo, algo que no se logra bajo la asincronía.

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