Trump 2: La Venganza Joaquín Jesús Sánchez
Los ultras del machismo
El machismo juega en equipo y también tiene ultras que defienden de forma exhibicionista y violenta los colores de sus ideas.
Lo ocurrido estas últimas semanas con los ultras de diferentes equipos refleja muy bien la situación social, y cómo el modelo androcéntrico utiliza los diferentes espacios para conseguir su objetivo de defender lo propio por encima de las relaciones y las vías que establece la propia sociedad, pues la meta no es la victoria, esta solo es parte de la competición deportiva, sino la intimidación y el poder, y este, además de la derrota del contrario, requiere su humillación o destrucción.
Los seguidores de un equipo están representados, fundamentalmente, por una gran masa de hombres, algunos de los cuales acuden a los estadios donde juega el equipo, la mayoría cuando lo hace en el espacio seguro de su propio terreno, aunque también hay quienes lo acompañan cuando se desplaza a otros campos. Por lo general, adoptan una actitud tranquila y contemplativa, aunque en determinadas circunstancias adquieren una posición más activa y participativa, pero siempre, en todo momento, sin dejar de apoyar lo que representan los colores de su equipo.
Dentro de este grupo de seguidores activos, y compartiendo el mismo escenario, están los aficionados ultras, quienes adoptan una estrategia basada en la exhibición de sus sentimientos por el club, para lo cual desarrollan una actitud activa llena de elementos destinados a captar la atención en un doble sentido. Por un lado, en defensa de lo que forma parte común del equipo y su historia, y por otro, atacando a cualquier otra posición, equipo y colores diferentes a los suyos, unas veces con más beligerancia, otras con menos, pero siempre con agresividad y violencia (verbal, simbólica y física) con el objeto de atraer a los propios e intimidar a los ajenos. Su papel es tan importante que el club les reserva una zona especial y visible para que todas sus estrategias puedan ser vistas por propios y extraños, pues no se trata solo de animar y apoyar, sino de aleccionar sobre el significado de su presencia y actitud para que otros sigan su camino y permitan sus acciones.
Finalmente, está el resto de seguidores que no acude al estadio, ni dentro ni fuera de casa, pero que tienen los mismos sentimientos, disfrutan de todo lo que el equipo les proporciona y buscan los mismos objetivos. Y aunque no son tan visibles y reconocibles como los otros, son los más numerosos y los que más influyen en el día a día en la sociedad a la hora de defender a su equipo y lo que representa. Dentro de este grupo de “invisibles” también los hay más pasivos y más activos, pero cualquiera de ellos salta a las redes o defiende con vehemencia todo comentario o crítica que se dirija hacia el equipo, y se encarga de presentar las decisiones que lo perjudican como un ataque intencionado. Por eso con frecuencia hablan de “penaltis falsos”, "fueras de juego falsos”, “goles falsos”… para ellos lo único verdadero es lo que ellos dicen que lo es.
El machismo y el comportamiento de los hombres en nuestra sociedad es muy similar, pues en el fondo, tanto unos como otros están inspirados y definidos por la misma construcción de poder y violencia androcéntrica.
El machismo es un gran equipo que juega con la realidad de la igualdad para someterla a sus dictados, y lo hace con los hombres como titulares en cada una de las posiciones de defensa y ataque. En esta competición la mayoría de los hombres adoptan una posición pasiva, como lo hacen los seguidores de un equipo. No van al estadio ni exhiben su camiseta por la vida, simplemente se limitan a presumir de lo que representan los colores de sus ideas y a beneficiarse de lo que otros hacen, eso sí, mostrando que forman parte del grupo a través del apoyo y las acciones puntuales, especialmente cuando la situación se pone difícil, o cuando el enfrentamiento es contra adversarios históricos, bien porque comparten elementos comunes, como ocurre en los derbis de las relaciones personales, o porque el conflicto se remonta a periodos lejanos de la historia, como sucede en los clásicos de las reivindicaciones políticas.
El machismo y el comportamiento de los hombres en nuestra sociedad es muy similar pues en el fondo, tanto unos como otros están inspirados y definidos por la misma construcción de poder y violencia androcéntrica
Sin embargo, también hay hombres que necesitan sentirse protagonistas y ser reconocidos por esa identificación con los valores y posiciones que definen los elementos comunes del grupo. Son los ultras del machismo, aquellos que muchos identifican cuando el resultado de sus acciones es especialmente grave, por ejemplo, cuando asesinan a sus parejas, cuando violan a una mujer, o cuando se juntan en grupo para agredir sexualmente a una chica joven. Entonces todo el mundo los ve como “ultras”, incluso se para el “juego” de la convivencia con minutos de silencio y se escucha por la megafonía de la realidad comunicados de condena que emiten los medios de comunicación. Pero lo sorprendente es que hasta ese momento nadie los veía como ultras, a pesar de todos sus comportamientos previos, ni tampoco ven a ninguno más de todos los que los acompañan haciendo lo mismo, sólo a los pocos que son identificados como responsables del resultado en cuestión. El resto, como ellos mismos antes, son parte de la “grada de animación” que da color a la vida al criticar y atacar al contrario, es decir, a las mujeres y al feminismo, con sus cánticos y mensajes sobre “denuncias falsas”, que las mujeres también agreden, que todas son unas “feminazis”… cargados de violencia. Todo forma parte de la normalidad que ellos mismos imponen, y que permite que otros hombres quieran ser reconocidos y respetados como ellos.
Y es esa normalidad de seguidores pasivos, activos y ultras la que justifica la realidad que da lugar a las consecuencias más negativas, como vemos cuando actúan los ultras del deporte y los ultras del machismo, sin cuestionar todo el entramado de ideas, valores, creencias, costumbres… que definen los colores defendidos desde las casas, los estadios y las gradas de animación, sin que nadie haga nada para erradicar esta situación de violencia que vivimos. Todo lo contrario, se les da espacios y tiempo para que exhiban sus amenazas y ataques.
Porque todo forma parte del sistema, como muy gráficamente hemos visto cuando los propios jugadores se dirigen a sus ultras para aplaudirles sus acciones y “agradecerles” su violencia en la defensa de los colores que comparten y benefician a todos. Justo lo mismo que otros hombres hacen con el machismo cuando a pesar de la violencia que ejercen sus ultras y seguidores niegan su existencia, mientras la mayoría guarda silencio y luego les dan la confianza y el agradecimiento del voto.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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