Moción de gobernabilidad Pilar Velasco
Las brechas de la desigualdad y la pandemia
Comienzo con una constatación difícilmente cuestionable: vivimos en un mundo donde impera la injusticia estructural, avanza a pasos agigantados la desigualdad y sufrimos una pérdida de solidaridad. Los avances tecnológicos no se corresponden con el progreso en los valores morales de solidaridad, fraternidad-sororidad, justicia, igualdad y libertad, como tampoco el crecimiento económico con la eliminación de la pobreza. Todo lo contrario: a mayor progreso tecnológico y crecimiento económico, mayor pobreza, menor solidaridad y compasión, más lejos de la justicia y de la igualdad.
Tal situación se traduce en diferentes y cada vez más profundas brechas de desigualdad entre las que cabe citar las siguientes: económico-social entre ricos y pobres, que desemboca en aporofobia; patriarcal entre hombres y mujeres, que desemboca en miles de feminicidios; colonial entre las superpotencias y la pervivencia del colonialismo, que desemboca en el mantenimiento de la colonialidad; ecológica, provocada por el modelo de desarrollo científico-técnico depredador de la naturaleza, que desemboca en ecocidio; racista entre personas nativas y extranjeras, que desemboca en xenofobia; afectivo-sexual, que desemboca en los discursos de odio y las prácticas violentas contra las identidades afectivo-sexuales que no responden al patrón de la heteronormatividad y la binariedad sexual: LGTBIfobia; intelectual entre conocimientos científicos y saberes originarios, que desemboca en epistemicidio; global entre el Norte y el Sur, que desemboca en surcidio (palabra de creación propia); la religiosa entre personas creyentes y no creyentes, entre sistemas de creencias hegemónicos y contra-hegemónicos, entre religiones ricas y religiones pobres, que da lugar a la persecución de las personas no creyentes y al desprecio de las religiones y espiritualidades de los pueblos originarios; digital entre quienes tenemos acceso a internet y quienes se ven privados del mismo, que da lugar a múltiples discriminaciones laborales, culturales, educativas: desigualdad entre personas adultas y niños/as bajo el prisma adultocentrista; desigualdad y rechazo a las personas diversas funcionales por mor del falso paradigma de la “normalidad”.
Las brechas de la desigualdad matan, como dice el Informe de 2022 de Oxfam ratificando el título del libro del sociólogo Göran Therborn, catedrático emérito de la Universidad de Cambridge, La desigualdad mata (Alianza editorial), donde analiza, desde un enfoque multidimensional y en perspectiva histórica, los mecanismos a través de los que se producen y reproducen las desigualdades, reconoce los momentos históricos de igualación y ofrece propuestas programáticas para la eliminación de las desigualdades o, al menos, para reducirlas.
Durante la pandemia se han hecho más profundas las brechas de la desigualdad de todo tipo: de género, etnia, cultura, religión, clase social, identidad sexual, etcétera, y se ha puesto en práctica por parte de varios gobiernos la necropolítica, según la certera expresión de Achille Nbembe, y la cultura del descarte denunciada por el papa Francisco.
La pandemia ha mantenido confinada o en permanente alerta a la población mundial a través de las diferentes olas y ha provocado más de seiscientos millones de personas contagiadas, ha causado la muerte de casi 17 millones de seres humanos y ha tenido consecuencias económicas y sociales muy negativas para toda la humanidad y la naturaleza. (Ver aquí el estudio recién publicado por la revista científica The Lancet).
Pero no podemos quedarnos en las cifras frías. Detrás de ellas hay vidas humanas perdidas en total soledad y sin consuelo, proyectos truncados, experiencias de amor rotas, familias destruidas que han sufrido tan irreparables pérdidas sin ni siquiera la posibilidad de una despedida en compañía y con un final infeliz inmerecido para quienes dedicaron su vida a trabajar por un mundo más justo, más humano y solidario.
El covid-19 no ha afectado a todas las personas por igual y con la misma intensidad. Ha sido, y sigue siendo hoy, mucho más agresiva en los continentes, los países, los grupos humanos y las clases sociales más vulnerables de la población mundial, donde las heridas que ha dejado son más profundas y más difíciles de curar porque son estructurales, y ha ampliado las brechas de la discriminación en todos los terrenos y de todo tipo: educación, mercado laboral, inmigración, etc., preferentemente en el Sur global.
El covid-19 ha puesto de manifiesto, por una parte, la vulnerabilidad y la precaridad del ser humano y la fragilidad del mundo, y, por otra, el rotundo fracaso de la globalización neoliberal, cuyos principales mantras ha desmantelado
Ha reforzado la desigualdad en la que se encuentran los siguientes colectivos: mujeres, personas trabajadoras precarias e informales, trabajadores y trabajadoras de la calle, las personas desempleadas, las personas sin techo, las que habitan en las periferias empobrecidas de las ciudades, personas ancianas, quienes se encuentran confinadas en los campos de refugiados y refugiadas, personas inmigrantes, poblaciones desplazadas internamente, personas encarceladas, con otras capacidades, comunidades minoritarias, personas temporeras del campo sin papeles, personas sin patria o sin Estado y, en definitiva las que, en palabras del científico social portugués Boaventura de Sousa Santos, están “Al Sur de la cuarentena”.
Lo que el covid-19 ha puesto de manifiesto es, por una parte, la vulnerabilidad y la precaridad del ser humano y la fragilidad del mundo, y, por otra, el rotundo fracaso de la globalización neoliberal, cuyos principales mantras ha desmantelado: el afán de lucro, la acumulación privada, la competitividad, el individualismo, el consumismo, el Estado reducido a lo mínimo y la privatización de lo público y de los bienes comunes.
Para analizar el fenómeno de la pandemia, sus consecuencias y las respuestas que conduzcan a un cambio civilizatorio, la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII ha celebrado el 41 Congreso de Teología on line del 9 al 11 de septiembre de 2022 en un clima de diálogo interdisciplinar y de voces plurales, con las intervenciones de Víctor Codena, teólogo español de la liberación, Mayte Muñoz, psicóloga clínica y psicoanalista, Victoria Camps, catedrática emérita de la Universidad Autónoma de Barcelona, Jesús Peláez, catedrático de la Universidad de Córdoba, y Leonardo Boff, teólogo brasileño de la liberación, y con la participación muy activa de 300 personas de diferentes países y continentes. Durante tres días se conformó una comunidad internacional sin fronteras.
El congreso de teología ha realizado un análisis sobre la pandemia, que ha cambiado el rumbo de la humanidad, ha quebrado las seguridades en las que estábamos instalados, ha generado mayor incertidumbre en torno al futuro, ha frustrado proyectos y sueños de otro mundo posible y ha sacrificado millones de vidas humanas.
Pero, como indica el Mensaje final del congreso, la pandemia ha revelado también aspectos positivos como la solidaridad del vecindario y del voluntariado, de médicos, enfermeros, enfermeras y personal sanitario que han cuidado con ternura y generosidad a las personas enfermas y acompañado a las moribundas aun arriesgando su vida, e incluso perdiéndola, las nuevas formas de vivir la experiencia religiosa al margen de los tempos y del clero; la conciencia de comunidad que nos lleva a reconocer que o nos salvamos todos o perecemos todos; así como otras iniciativas creativas para aliviar el sufrimiento. Ha generado un pensamiento eco-humanista que nos ha permitido descubrir la interconectividad de todo.
Como respuesta a la pandemia y a las situaciones de vulnerabilidad que ha reforzado, el congreso ha tomado conciencia del valor emergente del cuidado, que tradicionalmente se ha asignado a las mujeres como una carga más y se ha situado en la esfera privada y que debe ser considerado como un derecho, un deber y una responsabilidad de todas las personas hacia los colectivos más des-cuidados y des-protegidos. El cuidado es inseparable de la justicia, debe ser practicado en la esfera social y política, e impregnar la forma de relacionarnos entre los seres humanos y con la naturaleza y la propia democracia.
Tanto los conferenciantes como las intervenciones de los participantes coincidieron en que tras la pandemia no se puede volver a la vieja normalidad, sino que hay que cambiar de vida, generar una resistencia activa frente a los poderes necrófilos y construir un mundo diferente. La experiencia de la Covid ha mostrado cómo el dolor, la incertidumbre y la conciencia de nuestros propios límites no puede paralizar las energías utópicas ínsitas en los seres humanos, sino que debe llevar a repensar y vivir de otra manera las relaciones eco-humanas, la organización de nuestras sociedades guiadas por la gratuidad y no por el lucro, y el tejido de lazos comunitarios.
El congreso propuso como referente fundamental para las personas cristianas a Jesús de Nazaret, que vivió la vulnerabilidad en su propia persona, convivió con gente especialmente vulnerable y murió víctima de los poderes coaligados: político, económico, religioso, cultural y patriarcal. Desde dicha ubicación, Jesús de Nazaret invita a crear una sociedad alternativa en la que el servicio, traducido como cuidado de la gente marginada social y religiosamente, sea el pilar fundamental de la convivencia eco-humana y de la actividad política.
El congreso se situó del lado de las víctimas tal como lo expresa el franciscano Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger: “A mí lo que me interesa de esta pandemia son las víctimas. De hecho, para la Iglesia, y me refiero a las comunidades cristianas dispersas por todo el mundo, va a ser un desafío porque tendremos que estar con las víctimas de la mayor pobreza que vendrá tras el virus".
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Juan José Tamayo es emérito honorífico de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones. Su último libro es 'La compasión en un mundo injusto' (Fragmenta Editorial, 2021).
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