Federico Mayor Zaragoza, ciudadano del mundo
Carta abierta con motivo de su 90 cumpleaños
Querido Federico, me encuentro en la ciudad mexicana de Monterrey y no puedo acompañarte presencialmente, pero no quiero faltar a la cita en tan memorable efeméride para ti, tu familia y tus amigos y amigas, cual es tu 90 cumpleaños [este 27 de enero]. Por eso, me hago presente a través de este texto que quiero compartirte en tan merecido homenaje. En el perfil que hice de tu personalidad en mi libro Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica te definí como “ciudadano del mundo”.
Esa identificación creo que es el mejor reconocimiento que podemos hacerte en tu 90 cumpleaños. Una identificación que coincide con la definición que ofreciera Diógenes Laercio de Diógenes el Cínico. Cuenta Diógenes Laercio que en una ocasión preguntaron a Diógenes el Cínico de dónde venía. Su respuesta fue: soy kosmopolités, “ciudadano del mundo”. En aquel momento, ficticio o no, comenta Martha Nussbaum, tuvo lugar el acto fundacional del conocimiento político cosmopolita en la herencia occidental. Un varón griego, comenta, “insiste en definirse atendiendo a una característica que comparte con todos los demás seres humanos, hombres y mujeres, griegos y no griegos, esclavos y libres”. Conforme al testimonio de Diógenes Laercio, Diógenes el Cínico “se burlaba de la nobleza del nacimiento y de la fama, y de todos los otros timbres honoríficos, diciendo que eran adornos externos del vicio. Decía que solo había un gobierno justo: el del universo [kosmos]”.
Otra experiencia de Diógenes el Cínico ratifica su reconocimiento de la irrenunciable dignidad como ser humano por encima de jerarquías y promesas imperiales. Alejandro Magno pasó un día junto a él mientras estaba tomando el sol en el mercado. El emperador le dijo que podía pedirle lo que deseara y que inmediatamente se lo concedería. La respuesta del filósofo no se hizo esperar: “Sepárate, no me hagas sombra”. La dignidad no conoce jerarquías. El disfrute de la luz del sol está por encima de los títulos nobiliarios y de los reconocimiento reales o imperiales.
El fundamento de la ciudadanía cosmopolita radica en la igual e inalienable dignidad de todos los seres humanos, en una doble palabra: en la fraternidad-sororidad
Esa es tu verdadera personalidad, querido Federico, que encarnas ejemplarmente: la ciudadanía cosmopolita, global, que inauguró el filósofo cínico hace 25 siglos y que con frecuencia es negada en las Constituciones y legislaciones de los países democráticos que reducen la ciudadanía a la nacionalidad o a la nación, de forma que se considera solo sujetos con derechos a las personas nacionales. A lo largo de tu vida siempre has trascendido esta concepción tan discriminatoria y excluyente de la ciudadanía.
Conforme a la lógica cosmopolita de la ciudadanía defendida teórica y prácticamente por el filósofo cínico, e inspirándote en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que citas constantemente y tienes interiorizada, reconoces y defiendes la igual dignidad y los derechos de todos los seres humanos, independientemente de su procedencia geográfica, del color de la piel, de la etnia, la cultura, la religión, la clase social, el género, la identidad sexual: derechos de reunión, expresión, asociación, residencia, trabajo, derecho a la vivienda, al trabajo, a la cultura, a la educación, a los servicios sociales, sanitarios, derechos políticos, sociales, económicos, etc.
La ciudadanía que defiendes y practicas es abierta, hospitalaria, inclusiva, con capacidad para reconocer sin restricciones dichos derechos a las personas migrantes, refugiadas y desplazadas. ¿Por qué hay que negar los derechos fundamentales a las personas migrantes que viven, trabajan, pagan impuestos y contribuyen a mejorar las condiciones de vida de las personas nativas?, te interrogas con una pregunta no retórica. El fundamento de la ciudadanía cosmopolita radica en la igual e inalienable dignidad de todos los seres humanos, en una doble palabra: en la fraternidad-sororidad.
Conforme a la defensa de la ciudadanía global, a tus 90 años sigues luchando sin descanso contra el racismo, la xenofobia, la islamofobia, el antisemitismo, el patriarcado, el colonialismo, el supremacismo blanco en todos los terrenos: el deporte, la publicidad, los lugares de trabajo, la escuela, la universidad, la familia, la política, la cultura, los medios de comunicación, contra las actitudes excluyentes y los discursos de odio hacia las personas, las culturas y las etnias diferentes.
Termino esta breve carta, que te escribo en la distancia geográfica, pero desde la cercanía y la sintonía anímicas, con el poema de Leopoldo Senghor, político y poeta senegalés, a quien conociste y trataste siendo director general de la UNESCO:
“Querido hermano blanco/ Cuando yo nací, era negro, cuando crecí era negro, cuando me da el sol, soy negro, cuando estoy enfermo, soy negro, cuando muera, seré negro.
“Mientras tanto, cuando tú naciste, eras rosado, cuando creciste eras blanco, cuando te da el sol, eres rojo, cuando sientes frío, eres azul, cuando sientes miedo, eres verde, cuando estás enfermo, eres amarillo, cuando mueras, serás gris.
“Entonces, ¿cuál de los dos es un hombre de color?”.
Ad multos annos, querido y entrañable amigo Federico.
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Juan José Tamayo es teólogo de la liberación y autor de Teologías del Sur. El giro descolonizador (Editorial Trotta), que dedica un capítulo a la teología palestina de la liberación.
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