El "coño" de los hombres

Cuando el director de la residencia Elder de Tomelloso respondió a su equipo ante las cuestiones que le planteaban sobre la pandemia, “¡estoy hasta el chocho del coronavirus!”, no se equivocó; del mismo modo que tampoco lo hizo el líder del PP, Pablo Casado, cuando en una de sus preguntas de control al presidente del Gobierno dijo "¿qué coño tiene que pasar en España para que usted asuma alguna responsabilidad?"

Y no se equivocaron porque los hombres tienen coño, lo tienen entre los labios, envuelto por palabras preparadas para ser lanzadas al aire y llenarlo de su mensaje autoritario.

Es una especie de exhibicionismo oral con el que presumen de masculinidad mostrando el sexo femenino para ser más hombres. Puede parecer paradójico, pero estar “hasta los huevos”, “hasta los cojones” o “hasta la polla”, y perdónenme por las expresiones, sitúa su “autoridad” en el límite que cualquier hombre puede alcanzar, por lo que con ello nada más reflejan hartazgo o contrariedad. En cambio, colocar la atención en las referencias femeninas sólo está al alcance de “los más hombres”, de aquellos que públicamente se atreven a superar sus límites y toman los elementos de las mujeres como propios, para lo cual hay que ser muy machos o tener bastante poder. Y por eso lo hacen, porque de ese modo unen autoridad a la idea de contrariedad o hartazgo que representa la sola utilización de los atributos masculinos.

Lo presentan como demostración de su poder y capacidad, puesto que al hacerlo no sólo buscan una respuesta, sino que pretenden una sumisión a su planteamiento

En los dos casos comentados (el “estoy hasta el chocho” del director de la residencia de Tomelloso y el “¿pero qué coño tiene que pasar?” de Pablo Casado), los protagonistas buscan demostrar su autoridad masculina con el “coño femenino” en sus labios. Por ello lo presentan como demostración de su poder y capacidad, puesto que al hacerlo no sólo buscan una respuesta, sino que pretenden una sumisión a su planteamiento. Una especie de encerrona para que quien escucha sólo pueda transitar por el camino señalado con sus exclamaciones, bien por medio de una respuesta que no genere contrariedad o con un silencio cómplice.

Todo ello es reflejo del sexismo que existe en la construcción del concepto de autoridad, una idea que asocia la legitimidad de su ejercicio a la figura de los hombres, para que sean ellos quienes puedan utilizar las formas y expresiones que decidan a través de la práctica, y así consolidar su decisión como algo común y social. Y para conseguirlo resulta esencial destacar el papel trascendente que la biología y el sexo han tenido en la construcción cultural androcéntrica (visión del mundo que sitúa al hombre como centro de todas las cosas). Las mujeres pueden utilizar expresiones similares, pero sólo como reproducción del modelo masculino establecido, al igual que ocurre con otras cuestiones.

Puestos a ser gráficos, si lo que se quiere es expresar hartazgo después de haber soportado durante tiempo una situación cuestionada, se puede recurrir a la expresión “estoy hasta la coronilla”, que, además, es muy ilustrativa a la hora de representar esa saturación paulatina. Y si lo que se pretende es destacar algo incomprensible o sorpresivo por medio de alguna parte de la anatomía humana, se podría recurrir al órgano que tiene el máximo protagonismo en ese escenario, el cerebro, y, por ejemplo, decir “¡qué cerebro tiene que pasar en España...!” o bien “¡qué circunvolución cerebral o circuito neuronal tenemos que estimular para que con lo que está pasando en España usted asuma alguna responsabilidad!”.

Pero no se trata de ser gráfico, sino de ser autoritario, y ahí unos “cojones”, y no digamos un “coño”, no tienen rival, puesto que lo que se destaca es la esencia de donde nace el poder dado por la construcción androcéntrica, la cual lo sitúa en el género elaborado a partir del sexo definido por esos órganos sexuales exclamados. Y todo ello se potencia si se superan los límites formales de la anatomía, y los hombres se muestran con su coño en los labios para hacer de la palabra algo más que aire, y de sus consecuencias algo más que sonido. Es decir, para hacer del lenguaje un ejercicio de poder.

Lo que llama la atención es que esta situación se presente ahora, cuando se supone que el nivel de civismo y respeto dado por la convivencia democrática debería ser mayor. Que sea el propio Parlamento el foro donde se lanzan insultos contra representantes de partidos de ideología diferente, y donde se recurre a las expresiones genitales para demostrar poder, casi siempre de forma estudiada y medida por parte de quienes presumen de buenos modales y educación, no es ninguna sorpresa, sino la evidencia de la falsedad que envuelve a muchos de estos planteamientos políticos y sociales.

Sólo tenemos que ver que son, precisamente, esas posiciones malhabladas con el español las que más se oponen a que se hable bien en otras lenguas co-oficiales en la sede del mismo Parlamento que ellos desprecian y devalúan con su falta de respeto y su lenguaje vulgar.

Pero, como decía al principio, no se trata de ningún error, puesto que del mismo modo que “el movimiento se demuestra andando”, el poder se demuestra abusando. Y los hombres con coño en los labios abusan de su posición a través de la amenaza velada o de la ostentación manifiesta, algo que forma parte habitual de su comportamiento en el espacio público y privado.

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