La errática oposición de Feijóo

Todavía no se ha investido a un presidente del gobierno, pero sin duda sí que se ha investido a un líder de la oposición. Y no precisamente de la manera que le habría gustado a Feijóo, pero las urnas son caprichosas y la Constitución Española es taxativa en cuanto a la formación de gobierno. Esta historia comienza con tres fracasos y continúa con tres farsas.

El primer fracaso fueron unas elecciones cuyo resultado no esperaban y acabaron por poner a Feijóo frente al espejo de la realidad y recordarle que con el único apoyo de la extrema derecha no se podía gobernar España. De ahí surgió el segundo fracaso, cuando aun sabiendo el improbable éxito de su investidura se presentó a ella y durante un largo y fatigoso mes recibió de nuevo la ya por entonces evidente confirmación de que nadie más iba a votar a favor de su candidatura y, por lo tanto, no sería presidente del Gobierno. Y, finalmente, el tercer fracaso ha sido el errático discurrir de una oposición en ciernes que todavía no ha entendido su lugar y que está más preocupada por intentar pacificar su ruido a la interna que en ser útil al país. Y de ahí nacen las tres farsas que siguen a los tres fracasos.

Cuando fracasas y el camino de rosas que habías asumido que te depositaría tranquilamente en la Moncloa se esfuma frente a tus ojos es comprensible que de la impotencia del aciago resultado surja el dar palos de ciego sin ton ni son. Feijóo se arremangó la camisa y comenzó a rebuscar en el fondo de su chistera de ocurrencias (la misma en la que encontró el malogrado “derogar el sanchismo” o en la que buscó las excusas para permitir que en su partido se corease el “que te vote Txapote” durante la campaña). Y como quien busca, encuentra, rápidamente dio con las tres farsas a las que nos ha sometido como líder recién investido de la oposición. Comenzó por poner a toda máquina el manifestómetro, convocando una manifestación 48 horas antes de su investidura en Madrid (en la que ya creía poco hasta él mismo) y unas semanas después en Barcelona (en la que hubo más dirigentes del PP madrileño que del catalán, que solo cuenta con 6 diputados). Baños de masas venidos a menos, palabras gruesas de fin de España y un motivo que ya suena a obsesión: la amnistía. La misma cantinela alarmista que no les funcionó en campaña y que ahora suena a fábula de Pedro y el loboEspaña se lleva rompiendo tanto durante los últimos cinco años que al final lo único que se ha roto es su argumento.

¿Cómo es posible que el expresidente gallego haya sido capaz de dilapidar de esta manera tan fugaz todo el capital político con el que llegó a Madrid a rescatar al PP de la guerra civil interna en la que se había metido?

La segunda farsa ha sido la de utilizar el cruel conflicto entre Israel y Palestina para importarlo a la política española y convertirlo en un dardo arrojadizo para atacar al Gobierno. Pronto escuchamos a voces tan presuntamente moderadas como Borja Sémper junto a otras menos acreditadas en mesura como Díaz Ayuso decir que había vínculos entre el terrorismo de Hamás y el Gobierno de España. Y lo cierto es que aprovechar un ataque terrorista que dejó más de 1.000 muertos en Israel para atacar a tus adversarios políticos en tu país es moralmente reprochable, sobre todo si además tus adversarios políticos han condenado, como no podía ser de otra manera, un ataque de tal magnitud. Pero todavía es más miserable si al mismo tiempo que acusas a tus adversarios de una barbarie como esa enmudeces a la hora de condenar también los crímenes de guerra que lleva a cabo un Estado (no un grupo terrorista esta vez) contra una población gazatí arrinconada, con los suministros básicos cortados y bombardeos constantes que han acabado con las vidas de más de 3.000 personas, más de 1.000 de ellas niños. Acusaciones incomprensibles combinadas con silencios injustificables.

Y la tercera pero probablemente no última farsa consistió en acusar al Gobierno de llevarnos hacia “un horizonte similar a los Balcanes”. Cuando Feijóo dice eso nos alerta de que vamos a un horizonte que terminó en un conflicto armado que se desarrolló durante los años 90 en el que murieron más de 100.000 personas. ¿Cómo puede ser así de irresponsable un líder de la oposición? Pero sobre todo, ¿cómo es posible que el expresidente gallego haya sido capaz de dilapidar de esta manera tan fugaz todo el capital político con el que llegó a Madrid a rescatar al PP de la guerra civil interna en la que se había metido? La actividad opositora del PP se mueve entre sobreactuación y sobreactuación y con una única esperanza: que se repitan elecciones hasta que salgan ellos. Me temo que no es la mejor manera de hacer oposición.

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