Lo que la socialdemocracia ha de entender si quiere ganar espacio Cristina Monge
Frankenstein
Son muchas las apuestas, las elucubraciones y las informaciones más o menos contrastadas que leemos, escuchamos o vemos en los medios de comunicación y que se refieren a la posible investidura del Sr Sánchez y a la viabilidad del futuro Gobierno por él conformado. Las reflexiones ya sabidas sobre Txapote, una futura amnistía o la sacrosanta unidad de España están dejando paso a un viejo conocido: el Gobierno Frankenstein. Un paso más en un intento desesperado de reaccionar frente a una reedición de la coalición progresista y de frenar las transformaciones que ha puesto en marcha.
La verdad es que no acierto a comprender cómo vuelven a desempolvar una imagen que evoca al personaje de Mary Shelley al que todos recordamos como un ser tranquilo, emocional, dotado de sentimientos, inteligente y pacífico, que ha generado a través de los tiempos el cariño de los muchos lectores y también seguidores de las distintas películas que le han dado vida. Quienes pretenden identificar al gobierno de coalición con un viejo monstruo, lo que traen a nuestra mente es aquel fotograma de un simpático ser que delicadamente sostiene a una niña en el regazo y le entrega una flor. El efecto se me antoja bastante contrario al perseguido.
Como esa reedición de gobierno progresista es la hipótesis que más se ajusta a la lógica política, es muy posible que volvamos a los trucos, las trampas y las engañifas
Lo cierto es que la tan reciente cultura de coalición en nuestra historia democrática tiene este tipo de tropezones, de relatos políticos un tanto histriónicos que se producen a menudo cuando uno es incapaz de conformar un bloque de mayoría suficiente. Es ahí cuando surge la incomprensión al respecto de las dinámicas democráticas de pactos que no se alcanzan mediante la imposición, sino con la cesión mutua, y que eso no supone la perversión del alma propia, ni la traición a los principios, sino el entendimiento entre distintos para alcanzar fines colectivos. Lo relevante no puede escapársenos y no consiste en que se acuerde, se negocie, se acepte, se rectifique y se vuelva a pactar, no. Lo relevante es que el resultado de todo eso sea un gobierno que no gusta, con una política (especialmente económica y social) que no es la propia y que se percibe como una amenaza.
Tan es así, que las feroces críticas surgen cuando ni siquiera conocemos en términos de realidad contrastada cuáles sean los elementos concretos de la negociación que se está produciendo, ni dónde están los escollos de la misma. Permítanme que no tome en serio las grandilocuencias casi teatrales de unos y otras, más propias de una representación griega que de una exposición concreta de los planos de debate. Nadie descubre sus cartas, y está bien que así sea, porque lo relevante no será lo que cada uno ha cedido o lo que cada cual ha obtenido a cambio, sino los planes de gobierno y las estrategias de trabajo de los próximos años que no debieran ser menores.
El tiempo aplaca los gritos y solo quedan los ecos de los resultados. Todas las transformaciones reales han venido precedidas de mucho ruido, de una reacción fiera y posteriormente de la asunción y hasta de la apropiación de sus resultados. En estos momentos es clave para el bloque progresista asentar las reformas iniciadas en los últimos años, porque cada día que pasa se hace más difícil revertirlas. También lo es para los partidos nacionalistas (independentistas o no) si quieren mantener su estatus de autoorganización y hacerlo en un enclave y con un encaje constitucionalmente posible y socialmente aceptable. Esa es la realidad del tablero, y la buena lógica política y del sentido común nos indica que ha de llegarse a pacto sobre el resultado, porque el riesgo que acecha a todos es muy alto. De hecho, el reto que tenemos como sociedad también lo es.
Como esa reedición de gobierno progresista es la hipótesis que más se ajusta a la lógica política, es muy posible que volvamos a los trucos, las trampas y las engañifas. Habrá quien pretenda revivir los monstruos apolillados en los armarios, y quienes utilicen la Constitución (que apenas parecen conocer), como un arma arrojadiza. Habrá quienes solo miren los dedos que señalan. Sugiero que el resto veamos la luna.
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María José Landaburu Carracedo es Doctora en Derecho, experta en derecho laboral y autora del ensayo 'Derechos fundamentales, Estado social y trabajo autónomo'.
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