Los francotiradores Víctor Guillot
Era una carta a la directora de El País y se publicó hace unos días. En ella, una lectora, Beatriz Bander, contaba que había sufrido violencia machista durante diez años. A esa década de maltrato, se unía otra de laberinto judicial para protegerla a ella y a su hijo. Víctimas y supervivientes, escribía, se sienten ahora ninguneadas y despreciadas por los pactos de la vergüenza, esos que firman los negacionistas y los que se abrazan a ellos para alcanzar el poder. Indignada, se preguntaba cuánto tendrán que esperar para que las traten con el respeto que se merecen. Yo añadiría: cuánto tendrán que esperar para que los que ya han comenzado a gobernar las traten con la misma empatía que reciben las víctimas de otros delitos, a las que no se niega ni cuestiona.
En las últimas horas, tres mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas. Desde que comenzó el verano, son ya 13 las víctimas y 11 menores se han quedado huérfanos. El pasado julio fue el más mortífero desde hace al menos cuatro años y solo en lo que llevamos de agosto ya hay el mismo número de asesinadas que las que se produjeron en todo el mes del año pasado. Las cifras son insoportables. Pero, la falta de reacción -¿tienen que producirse en plena sequía de noticias de agosto para que ocupen los primeros minutos y páginas de medios de comunicación?- refleja cómo parte de la sociedad está anestesiada ante ellos. ¿Se imaginan lo que ocurriría si en vez de 13 mujeres asesinadas fueran taxistas o policías?
Que la época estival siempre es una época de riesgo lo constatan diversos estudios. Las vacaciones propician que víctima y agresor pasen más tiempo juntos. Y ahí se demuestra que el verdadero peligro para las mujeres está dentro de casa y no fuera de ella: viven un infierno en su propio hogar. El riesgo también aumenta en parejas de exconvivientes porque el agresor pierde el control sobre las rutinas de su víctima, a la que sí puede vigilar durante otros momentos del año. Al repunte de feminicidios, se ha unido este verano el bombardeo constante de mensajes negacionistas, sobre todo, durante las dos campañas electorales de los últimos meses. Mensajes que refuerzan a los agresores porque les hacen creer que hay quien les comprende. Que no están solos.
Claro que se necesitan políticas efectivas contra la violencia machista. Son imprescindibles. Pero si son los propios gobernantes los que eliminan esas políticas, los mecanismos de detección y prevención dejarán de ser eficaces
Por eso, resulta cuanto menos chocante que el líder del PP, Alberto Nuñez Feijóo haya lamentado los últimos crímenes machistas incidiendo en la necesidad de aplicar políticas efectivas para combatir esta lacra. Feijóo habla de esas políticas efectivas como si desde finales de mayo su partido, el PP, no gobernara con Vox en 140 municipios y en varias cámaras autonómicas. Es decir, como si no estuviera en su mano poner a disposición de las víctimas medidas efectivas contra la violencia machista. Lo cierto es que desde entonces, y a pesar de las críticas que les acusaban de haber comprado el marco ideológico de los ultra, han eliminado concejalías de igualdad en Toledo, Valladolid, Burgos, Huelva, Ponferrada o Talavera de la Reina entre otras ciudades. Han sustituido el término violencia machista por el de violencia intrafamiliar o han jugado con la ambigüedad en parlamentos regionales como el de Extremadura, Comunitat Valenciana o Aragón. También han eliminado los puntos violetas, a los que han tachado de podemitas, en consistorios como el de Torrelodones, en Madrid. Como primeras decisiones para luchar contra la violencia de género no parecen demasiado efectivas. Por cierto, ya es hora de dejar de usar el concepto lacra para referirse al terrorismo machista porque ni es una enfermedad ni un achaque como recoge la Real Academia. Usarlo minimiza su impacto: es violencia estructural y como tal hay que tratarla.
Claro que se necesitan políticas efectivas. Son imprescindibles. Pero cuando son los propios gobernantes los que eliminan esas políticas -ya sean concejalías, casas de la mujer o centros de atención a víctimas de violencia sexual- los mecanismos de detección y prevención dejan de ser eficaces. Las víctimas sentirán que se quedan sin red que las sujete. Porque esos recursos salvan vidas y son la primera puerta que atraviesan muchas mujeres para sentir que están en un espacio seguro. Supervivientes que, como Beatriz Bender en su carta, piden y merecen respeto. Voces como la suya deberían hacer sonrojar a los gobernantes a los que parece no importar mirar a otro lado cuando de violencia machista se trata.
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