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El lenguaje del poder

Uno de los principales instrumentos del poder es la capacidad de darle significado a la realidad, y para ello nada mejor que utilizar palabras que escondan su verdadero sentido.

Putin llama a la guerra que ha iniciado contra Ucrania “operativo militar”, del mismo modo que la ultraderecha, con el acompañamiento de la derecha, denomina “violencia intrafamiliar” a la violencia de género, “adoctrinamiento” a la educación en valores democráticos, “ideología de género” a los Derechos Humanos, “normalidad” a la desigualdad que discrimina a las mujeres y a grupos de la sociedad, “orden” al caos que genera la cultura androcéntrica y toda su violencia, “pin parental” a la censura educativa y a la oposición a que el Estado eduque en valores constitucionales, y “libertad” a la compra-venta de tiempo y bienes por quienes pueden pagarlo.

Podríamos continuar, pero los ejemplos reflejan bien esa capacidad que tienen las posiciones de poder para darle significado a la realidad a partir de las palabras y de todo lo que las acompaña.

Hoy el poder no sólo tiene la posibilidad de influir sobre la realidad, sino que, sobre todo, tiene la capacidad de crear una nueva realidad donde situar sus ideas, valores y creencias para hacer creer que todo lo que está fuera es una amenaza.

Y ese poder no está en la economía ni en la fuerza militar, estos elementos son parte de sus instrumentos, sino que reside en la cultura. Esa es la razón de la reacción tan agresiva e intensa que vivimos estos últimos años contra la igualdad, el multiculturalismo y el feminismo, por ser posiciones que cuestionan la construcción cultural sobre la que se asienta el poder. Y por eso han denominado a la situación actual “guerra cultural”, intentando hacernos creer que es un nuevo eufemismo, cuando en verdad es la definición literal de su estrategia.

La clave está en entender que para hacer valer esa estrategia se debe partir de una posición de poder dada por la cultura y sus referencias androcéntricas. Sin esa normalidad y conocimiento, y sin la instrumentalización de la historia que permite la cultura que la ha definido, sería imposible poder influir y condicionar la percepción social de la realidad.

El machismo es la primera posverdad, el fake original que ha hecho pasar las propuestas de los hombres como modelo universal para toda la sociedad, y luego lo ha presentado como garante de la justicia, igualdad y libertad, cuando es justo lo contrario

La política es el terreno donde se llevan a cabo las iniciativas más directas de la estrategia, por eso las alternativas planteadas desde las posiciones progresistas tienen tantas dificultades para hacer valer sus propuestas y modelo. En primer lugar, porque están impregnadas de las mismas referencias del machismo que definen la normalidad social, como vemos, por ejemplo, en la sintonía existente entre muchos de los planteamientos y acciones de los líderes de la ultraderecha y los de Putin o Xi Jinping; y, en segundo lugar, porque no cuentan con esa receptividad por parte de la sociedad que se ha organizado sobre los valores, costumbres, tradiciones, mitos, estereotipos, prejuicios... androcéntricos.

El machismo es la primera posverdad, el fake original que ha hecho pasar las propuestas de los hombres como modelo universal para toda la sociedad, y luego lo ha presentado como garante de la justicia, igualdad y libertad, cuando es justo lo contrario.

A partir de ese punto de partida ha seguido diferentes estrategias según las circunstancias de cada momento histórico, y dependiendo de cómo el modelo se veía afectado por las críticas y alternativas. Y ahora, cuando el feminismo ha logrado ocupar espacios de poder, establecer nuevas referencias normativas y transformar parte de la sociedad, reacciona con esta “eufemizaciónde la realidad para hacerla pasar por otra diferente, y justificar su repliegue machista sobre los elementos tradicionales del poder; es decir, de la cultura.

La necesidad de cambiar el nombre a los elementos de la realidad es fundamental para modificar su significado y el sentido de las cosas. La gente no niega que 60 hombres de media asesinen a 60 mujeres cada año dentro de las relaciones de pareja, lo que niega es que seaviolencia de género”, porque aceptarlo supone cuestionar las referencias de la cultura machista que presentan la violencia contra las mujeres como algo normal, que hace que más de 600.000 la sufran, que sólo se denuncie y conozca un 25%, y que esa invisibilidad sea tomada por mucha gente como inexistencia, de manera que la violencia continúa su ciclo de intensidad creciente hasta poder llegar al homicidio. Es más fácil decir que esos 60 homicidios de mujeres forman parte de la “violencia intrafamiliar” y pensar que también hay otras víctimas, para, de ese modo, no entrar en las causas y circunstancias específicas de la violencia contra las mujeres y las niñas.

Y así ocurre con todos los demás elementos de la realidad a los que se les cambia el nombre para ocultar su significado.

Un ejemplo muy gráfico de cómo funciona esta estrategia lo tenemos en los estudios que hizo Sara R. Edwards, de la Universidad de Dakota del Norte, sobre la violencia sexual. Cuando se les preguntó a los alumnos si estarían dispuestos a mantener relaciones sexuales en contra de la voluntad de la mujer que decidieran, garantizándole que no iban a ser descubiertos, el 31,7% dijo que sí. Cuando se les planteó la misma pregunta, pero en lugar de hablar de mantener “relaciones sexuales en contra de la voluntad de la mujer”, les preguntaron si “violarían” a esa mujer en las mismas circunstancias, es decir, con la garantía de que no iban a ser descubiertos, el porcentaje que dijo que sí lo haría bajó al 13,6%. La conducta es la misma en los dos casos, pero la forma de llamarla hace que una parte no se sienta identificado con ella.

El estudio de Sara R. Edwards refleja cómo la construcción machista de la identidad lleva a que muchos hombres vean a las mujeres como objetos y que no duden en utilizarlos para satisfacer sus deseos, pero, sobre todo, muestra cómo una de las estrategias del poder androcéntrico en cualquier contexto y circunstancia es denominar la realidad de forma diferente para que parezca que es distinta.

Los hechos no son un problema para estas posiciones, estos siempre se llevan a cabo para satisfacer al poder y recompensar a quienes lo utilizan, la clave está en cómo se presentan esos hechos ante la sociedad y ante quienes los realizan para que sean aceptados y justificados.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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