Mensajes desde una violación

El acuerdo judicial entre la Fiscalía, la acusación particular y la defensa de una mujer agredida sexualmente por dos policías locales de Estepona, manda una serie de mensajes a la sociedad, no para alertar sobre la violencia sexual, sino para que continúe invisibilizada y entre la impunidad.

Veamos estos mensajes:

1. En una situación de desigualdad estructural como la que define la realidad social, mediar o negociar entre unos agresores sexuales y la mujer agredida es aprovecharse de su vulnerabilidad ocasionada por la desigualdad social y por las circunstancias emocionales y cognitivas que ha producido la propia agresión sexual, unas consecuencias tan intensas que en este caso han ocasionado un trastorno por estrés postraumático.

2. El contexto particular en el que se produce esa negociación o acuerdo entre las partes, además, se ve agravado por el hecho de que los agresores sexuales son dos policías locales. Esta situación facilita pensar que su palabra durante el juicio va a ser más creíble que la de la víctima, y que desde su posición pueden tener alguna influencia o consideración por parte de cualquiera de las personas que formen parte del proceso.

No olvidemos que la Macroencuesta de 2019 recoge que el 36,5% de las mujeres víctimas de violencia sexual no denuncian por miedo a no ser creídas, el 40,3% por vergüenza y el 23,5% por miedo al agresor. Todos estos elementos están potenciados en este caso, y a pesar de ello se permite el acuerdo.

3. Una negociación bajo estas circunstancias juega también con el miedo al proceso y al juicio oral, una situación muy dura con la víctima que suele ser cuestionada de múltiples formas hasta el punto de ser causante de una importante victimización secundaria. Pero es que además, a pesar de lo traumático que resulta el proceso, el porcentaje de condenas es muy bajo, con lo cual el mensaje para la víctima es claro: te vas a ver sometida a un juicio que te juzga más a ti que a los agresores, vas a sufrir mucho durante todo ese tiempo, y al final es muy posible que no sean condenados. Ante este planteamiento nada alejado de la realidad no es difícil que una víctima decida evitarlo y garantizar una reparación. Eso forma parte de la desigualdad estructural en la que se toman todas las decisiones que venimos comentando.

4. La gravedad de lo ocurrido es más seria de lo que se plantea. Los hechos indican que no fue un abuso sexual, sino una agresión sexual. La situación es similar a la que recogió la sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra en el caso de La Manada, cuando consideró que no había violencia ni intimidación en los hechos, pero luego el Tribunal Supremo corrigió dicha valoración, y dijo que las circunstancias de los hechos eran suficientes para que la víctima se sintiera intimidada, y que por lo tanto se trató de una agresión sexual.

Aquí ocurre igual. El grado de intimidación fue tal que otra compañera de la víctima que no estaba tumbada ni rodeada por los dos policías, salió huyendo de la vivienda y pidió ayuda de manera desesperada. Si ella se sintió tan intimidada como para huir en busca de ayuda, ¿cómo debería sentirse la víctima, desnuda y junto a dos policías que la estaban agrediendo sexualmente? La respuesta es sencilla y la intimidación tan clara que produjo un trastorno por estrés postraumático.

5. Los hechos no sólo no fueron unos abusos sexuales, sino que se trataron de dos violaciones, una por penetrar vaginalmente a la víctima con los dedos y la otra por hacerlo con el pene. Eso fue lo que estableció el Tribunal Supremo también en el caso de La Manada.

6. El desenfoque de la Audiencia Provincial tras el acuerdo es tan grande que entre las medidas adoptadas se establece que los agresores se sometan a un curso de educación sexual, como si su problema fuera una “mala educación sexual”.

La violencia sexual no es sexo, es poder. Los agresores sexuales no violan para tener sexo, sino que tienen sexo para violar la intimidad de una mujer en un ejercicio de poder que satisface sus fantasías y deseos. Unos deseos que no ven satisfechos a través de relaciones sexuales consentidas.

7. El acuerdo revela que la víctima es considerada algo secundario. No aborda su situación ni el daño sufrido, al contrario, se juega con el miedo derivado de los estereotipos sociales y de las circunstancias propias del caso para que llegue a un acuerdo de manera que se pueda alcanzar el objetivo principal. Y este objetivo es que los policías agresores sexuales no entren en prisión. Todo ha girado alrededor de este objetivo y se han utilizado las circunstancias estructurales y particulares para conseguirlo.

8. Pero hay otro mensaje más perverso. Al final, lo que se dice es que el cuerpo de una mujer se puede violentar por dinero. Es lo que se deduce cuando el acuerdo contempla una pena mínima, que ni siquiera conlleva la prisión de los agresores, a cambio de indemnizar con 80.000 euros a la víctima de dos violaciones, tal y como indican los hechos. Salvando la distancia, es lo mismo que ocurre al minimizar la prostitución. El mensaje es similar, si pagas el cuerpo de las mujeres es accesible para satisfacer los deseos de poder de los hombres a través del sexo. El consentimiento de las mujeres se da por válido mediante precio, como si esa decisión no se tomara en una cultura machista que, primero, entiende que el cuerpo de una mujer entra dentro del mercado, y luego actúa para que el consentimiento sea una de las opciones válidas.

La violencia sexual no es sexo, es poder. Los agresores sexuales no violan para tener sexo, sino que tienen sexo para violar la intimidad de una mujer en un ejercicio de poder que satisface sus fantasías y deseos

El voto particular del presidente de la Sección 8ª de la Audiencia Provincial de Málaga pone algo de cordura al desvincularse de la decisión, y destacar que esos policías son peligrosos. Y lo son porque el machismo, cada día, es un peligro para las mujeres fuera y dentro de casa.

Llegar a acuerdos con el machismo es condenar a las mujeres a la sumisión cultural, no sólo química, y a la violencia. Los mensajes que mandan sus hechos son claros, otra cosa es que le hagamos caso.

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