Netanyahu, ejemplo paradigmático de desprecio de la ley

Cuando se trata de frenar el abuso y la violencia se entiende que, en términos generales, a donde no llegan los valores y principios morales y éticos de cada persona, llegan las leyes. Unas leyes que tienen inicialmente una pretensión disuasoria, pero que también añaden una intención sancionadora contra quienes las quebrantan. En el actual panorama internacional hay pocos ejemplos tan sobresalientes de abierto desprecio tanto a los valores como a las leyes como el de Benjamin Netanyahu.

Es bien evidente que el primer ministro israelí no se siente constreñido en su política belicista contra los palestinos por ningún tipo de consideración ética, en la medida en que su visión supremacista hace tiempo que le ha llevado a concluir que son entes subhumanos, terroristas y violentos por definición y, por tanto, no merecedores de un trato humano. Eso le permite pasar por encima incluso de los mandamientos básicos de su propia religión, aunque algunos rabinos y una parte no desdeñable de sus propios conciudadanos se movilicen en contra de su política de exterminio de toda presencia palestina en el territorio que va del río Jordán al mar Mediterráneo.

Del mismo modo, es también muy visible el desprecio que Netanyahu profesa por la ley internacional en toda su diversidad. Por un lado, incumple flagrantemente las obligaciones que le corresponden a Israel como potencia ocupante, especialmente las que tienen que ver con el bienestar y la seguridad de la población ocupada, así como el acuerdo al que llegó con Hamás el pasado 15 de enero (lo que se traduce en un saldo provisional que ya supera los 2.000 muertos desde que finalizaron los sesenta días de tregua).

Por otro, en el contexto de la masacre que las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) están desarrollando en Gaza y Cisjordania, viola sistemáticamente las normas más básicas de la guerra, del derecho internacional y del derecho internacional humanitario, empleando armas y tácticas prohibidas, aplicando castigos colectivos a civiles, utilizando el hambre como arma de guerra, asesinando a periodistas y personal de diferentes organizaciones no gubernamentales (con especial ensañamiento con la UNRWA), bombardeando zonas que previamente ha designado como seguras para los gazatíes, negando la entrada de ayuda humanitaria en la Franja y un largo y mortal etcétera.

El mismo desprecio, en definitiva, que le ha llevado a violar el acuerdo de alto el fuego alcanzado con Hizbulah el 27 de noviembre pasado, manteniendo todavía hoy al menos cinco posiciones militares en territorio soberano libanés y atacando sistemáticamente distintos objetivos con el argumento de que son instalaciones y activos de la milicia chií libanesa.

Y lo mismo cabe decir de lo que las FDI llevan a cabo en Siria, no solo manteniendo la ocupación de los Altos del Golán, sino ampliando su radio de acción hasta la propia capital siria, con ataques aéreos e incursiones terrestres que en ningún caso puede presentar como actos de legitima defensa en la medida en que las fuerzas armadas sirias no han realizado un solo ataque contra territorio israelí, mientras que, por el contrario, las israelíes no hacen más que invadir un territorio soberano sin ningún mandato y ahora con el increíble argumento de actuar como protectores de una minoría drusa que rechaza frontalmente el supuesto apoyo.

Una pauta de comportamiento que ahora, con el ataque al buque humanitario Conscience en aguas internacionales cercanas a Malta, confirma definitivamente que Tel Aviv no reconoce límite alguno en su ansia militarista.

A estas alturas Netanyahu es sobradamente consciente de que sus decisiones van en contra del ordenamiento legal que pretende regular las relaciones internacionales y defender los derechos fundamentales de todo ser humano

A estas alturas Netanyahu, con una orden de detención emitida en noviembre pasado por la Corte Penal Internacional (CPI), es sobradamente consciente de que sus decisiones van en contra del ordenamiento legal que pretende regular las relaciones internacionales y defender los derechos fundamentales de todo ser humano. Pero mientras sigue despreciando a la CPI por considerarla antisemita (como a la ONU y a cualquiera que critique sus acciones) y empeñándose en sostener que sus fuerzas armadas son las más morales del mundo, nada indica que vaya a cambiar de rumbo. Y, si no lo hace, no es solamente porque su ideología extremista le lleva a mantenerse en la misma senda, convencido de que así defiende a los judíos y de que está a punto de lograr el dominio territorial de toda la Palestina histórica, sino, sobre todo, porque percibe que esa actitud asesina no va a tener coste alguno ni para él ni para Israel.

Son ya más de setenta años permitiendo que Israel traspase las líneas rojas que a ningún otro Estado del planeta se le permitiría cruzar impunemente. Son ya más diecinueve meses de barbarie israelí mientras la ONU sigue instalada en la impotencia; Estados Unidos no solo apoya inequívocamente a su principal aliado en Oriente Medio, sino que se ha convertido en cómplice activo de la masacre; la Unión Europea muestra escandalosamente su falta de voluntad política para estar a la altura de sus supuestos valores, y los gobiernos árabes continúan perdidos en su inanidad. En esas condiciones solo cabe esperar lo peor.

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