¡La banca siempre gana! Helena Resano
El nuevo desorden internacional ha llegado para quedarse. Hemos pasado de sopetón de un modelo pactado, conocido y predecible de relaciones internacionales a uno imprevisible y disparatado. Muchas ententes se han roto, muchas reglas e instituciones han dejado de funcionar, incluida la confianza, ese bien público inmaterial tan potente y delicado, tan efímero.
Hay otras reglas e instituciones que siguen funcionando sin que nada parezca afectarles, y quizá por eso no reparamos en que nada garantiza que sean inmunes a los exabruptos de Trump y sus acólitos y poderosos angry white men. Puede que dejen de funcionar, o puede que sigan funcionando con nuevas condiciones y peajes, algunos inasumibles.
Poco queda que idealizar en EE.UU. que siga en pie o libre de pecado woke, y son muchos los ámbitos de nuestra vida diaria que pueden verse afectados tan pronto les pongan el ojo encima. En España, aún gustamos mucho del dinero en efectivo, pero cada vez menos. Vamos prefiriendo por lo general pagar más de forma digital, y eso está bien, del mismo modo que hacemos una infinidad de otras cosas cotidianas de forma casi exclusivamente digital.
La cotidianeidad de un acto la determina su frecuencia: de acuerdo con las estadísticas de pagos del Banco de España, en 2024 por cada 100 pagos que realizamos sin tener en cuenta el dinero en efectivo, 67 los hicimos con tarjeta, 17 ordenando una transferencia (como bizum) y 14 domiciliando el pago en nuestra cuenta. Las tarjetas que utilizamos para hacer todos esos pagos en España, casi 10.000 millones de pagos al año (tocamos a unos 250 por adulto/año), tienen mayoritariamente estampadas la marca estadounidense Visa o Mastercard. ¿Por qué? Porque no contamos en Europa aún, a pesar de los tímidos intentos previos como el Proyecto Monnet en 2012, con una alternativa desplegada y plenamente operativa que nos permita prescindir a voluntad de esas dos infraestructuras digitales norteamericanas para ese tipo de pago cotidiano.
La Unión Europea es el resultado inacabado e imperfecto de una utopía, a la que aún le quedan bastantes asuntos que terminar de unificar, como ocurre con el mercado único de pagos europeos también llamada Zona Única de Pagos en Euros (SEPA) que engloba a los 27 Estados miembros de la UE, a 3 países del Espacio Económico Europeo (Islandia, Liechtenstein y Noruega) y a otros 11 países y territorios como Andorra, Mónaco, San Marino y Suiza.
La Unión Europea es el resultado inacabado e imperfecto de una utopía, a la que aún le quedan bastantes asuntos que terminar de unificar, como ocurre con el mercado único de pagos europeos
SEPA alcanzó un hito en 2002: la adopción de una moneda común, el euro, un paso firme hacia esa utopía de unión, fortaleza y soberanía soñada y más o menos planificada. Supuso un enorme reto de comunicación y de pedagogía para facilitar la adopción de algo tan importante como es la moneda de curso legal, cuya aceptación es, por definición, obligatoria.
SEPA alcanzó otro hito en 2014, con la adopción de los nuevos instrumentos SEPA basados en pagos de cuenta (bancaria) a cuenta (bancaria) como las transferencias (hoy también inmediatas) y los adeudos o domiciliaciones. Fue entonces cuando vimos que la numeración de nuestra cuenta bancaria se adaptó para cumplir con la norma ISO-13616 o IBAN (International Bank Account Number), el estándar internacional que están adoptando muchas jurisdicciones para, por qué no, soñar con una interconexión directa y en tiempo real. Por si el símil ayuda, hablo de soñar con que nuestras cuentas bancarias estén conectadas como hoy lo están, por ejemplo, nuestras cuentas de correo electrónico; sean del proveedor que sean, se hablan en tiempo real.
En 2016 fuimos en España pioneros en la adopción de una modalidad básica de ese pago “a la europea”, bizum, una solución de pago móvil de la industria. Originalmente diseñada para uso entre particulares quiénes “antes” nos hacíamos muchos pequeños pagos con dinero en efectivo por no haber otro modo alternativo, poco a poco está incorporando puntos de venta tanto online como presenciales donde solo podíamos usar efectivo o tarjeta.
Imaginar una solución como bizum para pagos cotidianos, domésticos y europeos, entre particulares y empresas, que ahora hacemos mayoritariamente con tarjetas estadounidenses, no es una entelequia. Es, de hecho, un plan que se llama Estrategia de Pagos Minoristas para la UE de 2020, y que arranca diciendo, ahí es nada, que “los pagos, antes relegados al ámbito de la gestión administrativa, han adquirido una importancia estratégica. Son la savia de la economía europea. En su Comunicación de diciembre de 2018, la Comisión apostaba por un sistema de pagos instantáneos plenamente integrado en la UE, a fin de reducir los riesgos y las vulnerabilidades de los sistemas de pagos minoristas y de aumentar la autonomía de las soluciones de pago”.
Materializar esa apuesta es ahora, en 2025, una tarea urgente. La vulnerabilidad europea en pagos, que siempre ha existido, pero que el actual contexto geopolítico ha desvelado con crudeza, fue reconocida hace unos meses por la Gobernadora del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, en una entrevista informal y en mi opinión muy trascendental.
Quedan por solucionar algunos detalles que estaría muy bien poder conocer y calendarizar para pasar del plan a la acción y poder así reducir nuestra dependencia absoluta de corporaciones de EE.UU. que, ajenas a la voluntad de sus accionistas, pueden verse sometidas a extorsiones anti DEI o a arrebatos de menosprecio trumpista de normas europeas como las leyes de Servicios (DSA) y Mercados (DMA) digitales”. Tengamos en cuenta que existe desde 2015 un Reglamento Europeo de Tasas de Intercambio, que fue muy valiente y marcó una tendencia internacional, que limita los precios que Visa y Mastercard pueden cobrar para que funcionen sus tarjetas en datáfonos de los comercios que no estén aún, por algún motivo woke que hoy no nos aventuramos a pensar posible, censurados.
Entre tanto, se vislumbra otra posible solución, no para todo, pero sí para algunos casos de uso y problemas. El proyecto del euro digital, otra utopía de esas que nos caracteriza a los europeos, aunque en este caso sobrevenida por la velocidad de la innovación y la materialización de amenazas, merece la máxima atención.
Tanto la industria bancaria europea congregada en la European Payments Initiative para hacer realidad esa solución de pago a la europea bautizada como wero, como el Parlamento Europeo con la propuesta legislativa del euro digital, deben esmerarse y apresurarse en garantizar que SEPA es sinónimo de soberanía europea en pagos.
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Verónica López Sabater es economista y consejera de la Cámara de Cuentas de Madrid.
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