Por si no fueran suficientes los clavos que sellan el féretro del sueño estatal palestino, la Resolución 2803 que acaba de aprobar el Consejo de Seguridad de la ONU termina por remacharlo. De una sola tacada despeja definitivamente las dudas que aún pudiera haber sobre el respeto del derecho internacional ante situaciones injustas y sobre si queda alguien dispuesto a jugársela por los palestinos.
El resultado es muy evidente. Por un lado, Donald Trump consolida su imagen de pacificador planetario al lograr que salga adelante una Resolución que, en esencia, avala su desequilibrado plan de veinte puntos. Eso incluye la puesta en marcha de un Consejo de Paz, presidido por él mismo, previsiblemente con Tony Blair como virrey ejecutivo, como máxima instancia política, conformada por dirigentes que no habrán sido designados por los gazatíes, sino que únicamente deben responder a Washington. Una instancia política con poderes para premiar y castigar a quien el inquilino de la Casa Blanca considere oportuno, bajo la que se articulará un órgano de gestión de los asuntos diarios en la parte de la Franja que no quede directamente bajo la competencia de Israel. Un órgano subordinado del que solo formarán parte palestinos “tecnócratas y apolíticos”; es decir, aquellos que se acomoden a los criterios establecidos por EEUU e Israel, al margen de cuál sea su nivel de representatividad entre la población palestina y del que, obviamente, estará excluido cualquier simpatizante del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) y hasta de aquellos ligados a la Autoridad Palestina que no sean del agrado de Washington y Tel Aviv.
La Resolución también menciona el despliegue de una Fuerza Internacional de Estabilización (FIE) de la que, de inmediato, el propio Estados Unidos se ha excluido. De ese modo, aquellos países que habían mostrado su disposición a enviar efectivos militares cuentan ya con un respaldo legal, aunque queda por ver cuál será el mandato específico que se establezca para poder concretar finalmente qué tipo de contingente se llegará a desplegar. Más allá de las tradicionales tareas de una misión de estabilización, incluyendo en este caso el control de las fronteras de Gaza con Egipto e Israel, la clave fundamental será el desarme de los grupos armados leales a Hamás y a la Yihad Islámica Palestina (sin olvidar que hay muchos otros directamente promovidos por diversos clanes familiares que no se subordinan a ninguna instancia superior).
Dando por descontado que Gaza ya está dividida en dos partes –con las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) desplegadas a lo largo de la Línea Amarilla (lo que supone el control directo del 58% de la Franja)– y que Hamás no va a aceptar dócilmente su eliminación política y militar de la escena palestina, todo apunta a que será necesario hacer un uso frecuente de la fuerza. Y en ese punto vuelven a multiplicarse las incógnitas.
Por un lado, cabe pensar que las FDI ejercerán directamente las funciones de seguridad en la parte que dominan, lo que supone eliminar a los grupúsculos violentos que se opongan a su presencia. Pero en el resto de Gaza no queda claro si la FIE estará dispuesta a enfrentarse directamente contra quienes no acepten la mencionada Resolución ni bajen la cabeza ante los reiterados incumplimientos israelíes de alto el fuego. Más difícil aún es determinar en qué condiciones el gobierno de Benjamin Netanyahu estará dispuesto a retirarse de la parte de la Franja que controla, dejando que sean los efectivos de la FIE quienes se encarguen de mantener el control. Nada indica, a tenor de las abiertas declaraciones de diversos altos dirigentes israelíes, que dicha retirada vaya a producirse en un futuro previsible.
Lo que confirma de paso la citada Resolución, que no hace ninguna referencia a las resoluciones históricas que han ido jalonando la historia del conflicto, es que Cisjordania queda al margen. Eso significa no solamente que se asume la ocupación ilegal de sus 5.600km2, sino que se da luz verde a la anexión, con los colonos de la mano de los militares israelíes ampliando su radio de acción y su nivel de violencia ante la pasividad general.
Se trata de un texto que no atiende los derechos ni las demandas de los palestinos y que no cuestiona la ocupación israelí
Y que a pesar de todo ello la Resolución haya obtenido el voto favorable de trece de sus miembros- lo que incluye a países islámicos, como Argelia y Pakistán-, y que Rusia y China se hayan abstenido- en algún momento se sabrá qué han obtenido a cambio de ello (¿en Ucrania o en Taiwán?)- da una idea inequívoca de que no hay voluntad política por parte de nadie para plantear resistencia a lo que solo cabe considerar un hecho consumado en contra de los derechos del pueblo palestino. Así cabe interpretar igualmente la bienvenida que le han dado países como Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Indonesia, Jordania, Qatar y Turquía. Todos ellos, sin excepción, asumen la falsedad recogida en el texto de la Resolución, de que “las partes” asumen el citado plan de veinte puntos de Trump, algo que ni Hamás ni el gobierno israelí han aceptado formalmente.
En definitiva, se trata de un texto que no atiende los derechos ni las demandas de los palestinos, que no cuestiona la ocupación israelí y que impone un instrumento de tutela que no ha contado en absoluto con ellos.
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Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Por si no fueran suficientes los clavos que sellan el féretro del sueño estatal palestino, la Resolución 2803 que acaba de aprobar el Consejo de Seguridad de la ONU termina por remacharlo. De una sola tacada despeja definitivamente las dudas que aún pudiera haber sobre el respeto del derecho internacional ante situaciones injustas y sobre si queda alguien dispuesto a jugársela por los palestinos.