Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
No es, todavía, una guerra clásica; pero no cabe duda alguna de que Donald Trump y sus secuaces están promoviendo una ofensiva ideológica en toda regla contra la Unión Europea y contra la democracia parlamentaria. Ya dijo en plena campaña electoral que le gustaría ser dictador al menos por un día y contar con los generales que tenía Hitler, aclarando así las dudas que pudiera haber sobre su pulsión autoritaria. Y, desde que ha regresado a la Casa Blanca, son innumerables los gestos que demuestran su incomodidad tanto con el sistema democrático de división de poderes como con una Unión Europea que considera que fue creada para “joder” a Estados Unidos.
Lógicamente su ofensiva comienza en casa, alimentando un discurso que trata de convencer a propios y extraños de que la legitimidad obtenida en las urnas está por encima de cualquier otro poder, incluyendo el judicial. El núcleo de su pensamiento (en el que confluyen Benjamin Netanyahu, Viktor Orbán y tantos otros actores políticos de la misma estirpe) sostiene que los jueces no representan al pueblo al no haber sido designados en unas elecciones libres. En esencia, eso significa que a través de las urnas el gobernante de turno es el único legitimado para tomar decisiones que en ningún caso pueden ser invalidadas por un tribunal. Una postura que supone no querer entender que los jueces son, únicamente, intérpretes de las leyes emanadas del poder legislativo, tan legítimo y representativo de la voluntad popular como el ejecutivo. Y que, como tantas veces se ha reiterado a lo largo de la corta historia democrática de la humanidad, aunque el sistema dista mucho de ser ideal, sigue siendo el menos malo de todos los que se han diseñado hasta hoy.
Fruto de esa deriva caudillista, Estados Unidos vive hoy un notable deterioro de sus credenciales democráticas, tanto si atendemos a la persecución de quienes manifiestan cualquier crítica a lo que Tel Aviv (y Washington) está haciendo en Gaza –arrastrados por un antisemitismo mal entendido–, como si se toma en consideración la revocación de la ciudadanía por derecho de nacimiento para los hijos de inmigrantes indocumentados, la deportación de inmigrantes o el despiadado ataque a las políticas de diversidad, equidad e inclusión, todo ello sin aval judicial. Trump no solo ha procurado amedrentar a sus críticos con métodos que recuerdan el modus operandi de las organizaciones mafiosas, sino que también ha atentado contra la libertad de prensa, retirando la acreditación a distintos periodistas para asistir a actos públicos en el Pentágono o en la sede presidencial, y contra la libertad de enseñanza, atacando a las universidades que no se plieguen a su dictado. Y todo ello sabiendo que el Tribunal Supremo le garantiza prácticamente la inmunidad en el ejercicio de su cargo.
Fruto de esa deriva caudillista de Donald Trump, Estados Unidos vive hoy un notable deterioro de sus credenciales democráticas
En paralelo, ha tomado a la Unión Europea como blanco predilecto de sus invectivas y desplantes. Así, el secretario de Estado, Marco Rubio, se anima a dar plantón a Kaja Kallas, Alta Representante de la UE para la Política Exterior, mientras que la propia Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, todavía espera a ser recibida en algún momento en la Casa Blanca. Tampoco cabe olvidar las pullas del vicepresidente, J.D. Vance, en su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich (14 de febrero) calificando a la Unión como un actor desnortado y a punto del colapso interno como efecto de su “globalismo” y sus ataques a los “verdaderos” fundamentos de la civilización cristiana. Un discurso que ahora refuerza Samuel Samson, consejero de la Oficina del Departamento de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo, dentro del Departamento de Estado, pontificando sobre la pérdida de valores democráticos y los desvíos provocados por la inmigración en masa, el afán policial en controlar a la ciudadanía y restricciones a la libertad de culto, la eliminación judicial de rivales políticos y los asaltos al autogobierno democrático. Un interminable listado de supuestos rasgos antidemocráticos por parte de los Veintisiete (colocando a EEUU como ejemplo de todo lo contrario) que se resume en una “conformidad globalista” de la que solo se puede esperar el desastre.
Trump planea terminar con la democracia tal como la entendemos en este rincón del planeta y no le interesa una UE funcional. Y el problema es que no solo es un referente inspirador para los actores políticos que desde dentro de la Unión Europea se sitúan en posiciones antidemocráticas y abiertamente xenófobas y antieuropeístas, sino que también cabe imaginarlo como un generoso financiador de esa corriente de opinión (tanto en Europa como en otras latitudes). Ya en 2017 (con Trump en la presidencia), Angela Merkel dijo que Estados Unidos había dejado de ser un “aliado fiable”, y ahora, en su discurso de toma de posesión del puesto de primer ministro canadiense, Mark Carney ha vuelto a insistir en la misma idea. Estamos avisados.
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Jesús A. Nuñez Villaverde es Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)
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