Plaza Pública

Amable bisturí para 2021

Primera reunión del actual Consejo de Ministros.

Jesús Parralejo Agudo

Aparte la rémora histórica que supone el maldito peñón, igual que las colonias españolas del norte de África, e incluso Canarias, si me apuran, britanos e hispanos ya en tiempos del imperio encontraron gateras por donde zafarse de lo esencial. Unos con el tiempo como vertebrador de la conversación que mueve el mundo desde los clubes de Oxford Circus y los otros con el calendario formateando la Historia como una montaña rusa, ambos practican desde Trafalgar un desprecio recíproco, aunque con ciertas dosis de urbanidad, siempre proporcionales al cruce de intereses comerciales en juego.

Ahora con un brexit aclamado casi por unanimidad en el parlamento de Westminster, el último hijo más rubio de Eton podrá mover a capricho el tablero paracolonial, que tiene en la Commonwealth —mancomunidad de 54 países soberanos— un claro exponente del nacionalismo que suele acarrear sangre, sudor y lágrimas. Claro que la conocida empatía británica logra por un lado que las antiguas colonias mantengan a la cabeza de esta organización a Queen Elisabeth II del Reino Unido, y en paralelo que Gibraltar perviva como antigua colonia en un mundo global.

Pero esta vez les ha salido un hueso duro de roer. Una donostiarra de nombre Arancha González Laya, con el empleo de ministra de asuntos exteriores del reino de España, que con un par acaba de poner a los putos guiris en su sitio: “La última palabra sobre quién entra en Gibraltar la dirá España”. Lo cual traducido al román paladino de la política española significa que al diseccionar con guante de seda la legislatura que ahora empieza, o casi, el peñón servirá de socaire recurrente para escurrir el bulto sobre temas de vital importancia, tanto para los de casa como para los de la UE.

Con el calendario aún salpicado con gotas de cava Vía de la Plata, creo que vale la pena evaluar la actuación de la señora ministra en este y otros asuntos a lo largo del aciago año pasado. Sin entrar en detalles de su gestión, por estar profusamente publicados, es justo reconocer que ha demostrado gran conocimiento de Europa, una preparación técnica del máximo nivel, carácter enérgico y un compromiso político transparente, atributos que no sobran en el actual consejo de ministros.

Una persona que gestiona y resuelve como parece hacer González Laya –dispuesta al diálogo y más diálogo como eje axial de la política-, quizás merecería ser ascendida a señora vicepresidenta, en compañía de Calvo, Calviño y Ribera. Cuatro vicepresidentas para un gobierno, vaya titular. Cuatro. Un número más que suficiente, si acaso ampliado a una cuarta de la mano de Yolanda Díaz, aunque con tanta megalomanía en el jardín de los bonsáis lo mejor sería nombrar con este cargo a todos los miembros del gobierno abajo del primer ministro.

Se imaginan escuchar en el Congreso a la señora Batet, “el señor vicepresidente décimo de cultura, o de agricultura, tiene la palabra”. Pistonudo. Por fin un parlamento reflejo de la realidad de un país poblado por más jefes que indios. Un país sin líderes —incluso en la política— pero con jefes a cascoporro en todos los órdenes sociales.

2020 ha fallecido de coronavirus, pero mejor diseccionar el 2021 que ahora echa a andar entre actos de contricción y deseos de mejora. De este modo podrán aplicarse terapias preventivas, que buena falta hacen en un país de guerracivilismos cruzados, que si bien notablemente más escorados hacia la hedionda foto de Colón, el populismo de izquierdas –obviando el jardín nacionalista– no parece dispuesto a saciar su voracidad dogmática pequeñoburguesa.

Porque entre pandemias en carne viva y otras posiblemente en camino, cuya gestión futura demostraría qué hemos aprendido de la primera, entramos en un año perfecto para diseccionar uno a uno los políticos profesionales que nos gobiernan y oposicionan, a ver si con algo de suerte aflora algún liderazgo con capacidades de estadista, como parece ser el caso de las tres vicepresidentas. Es una necesidad perentoria para dar respuesta a tanta sima nacional.

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Ojalá que en las elecciones catalanas, el amable bisturí logre diseccionar por extensión el escenario político nacional, cortando si es menester lazos o miembros de un cuerpo lleno de pespuntes y costuras. El problema es que este planteamiento no juega a favor del márqueting político que impera por estos lares, practicado sin excepción ni pudor por todos los grupos parlamentarios con morbo mediático. Porque esa es otra. La continuidad o renovación de asientos en los pesebres del poder

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Jesús Parralejo Agudo es experto en gestión de crisis

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