El bipartidismo de bloques como pensamiento único

Israel Sanmartín

La actualidad política española está definida por lo que se ha denominado “política de bloques”. El concepto es utilizado frecuentemente para explicar la compleja realidad de nuestro país. Lo han puesto en circulación periodistas, analistas políticos, políticos y algunos académicos. El objetivo es encontrar un diagnóstico definitivo y blindado que permita diagnosticar primero y controlar después lo que pasa, al menos desde lo que ellos llaman “el relato”. La “política de bloques” significa que España está dividida en dos unidades simétricas y antitéticas. “Derecha” e “izquierda” o “progresistas” y “conservadores” suelen ser algunas de sus formulaciones. Desde esa división, se exponen todos los males y bienes de nuestro país para definir dos secciones monolíticas e irreconciliables. Y a las que pertenecen todos los ciudadanos que votan o que se vinculan sociológicamente con alguna de esas facciones ideológicas. Todos los medios de comunicación y los partidos políticos también tendrían su acomodo en ese mapa conceptual. 

El diagnóstico de bloques es un pensamiento único que domina y acapara todo el espacio público, paralizando la capacidad de reflexión y de acción de los ciudadanos tanto individual como colectivamente. Todos ellos están secuestrados por la pertenencia a un bloque. Es complicado buscar espacios interseccionales, porque no tienen libertad explicativa ni la posibilidad de una incidencia real sobre los hechos. La opinión pública y la actividad política bloquean toda posibilidad de nuevos escenarios. Todo se lleva a un patrón dicotómico y binario. “Buenos” contra “malos”, “constitucionalistas” frente a “soberanistas” o “dialogantes” y “aislacionistas”, son algunas de las díadas que emiten los postes irradiadores que crean narrativas para entender lo que “no está sucediendo”. En cierta medida, es un argumento que prácticamente no admite alternativas porque todo se reduce a una relación paralela sin puntos de encuentro basada en la emotividad y en la “ideologización de todos los aspectos de la vida”.

El diagnóstico de bloques es un pensamiento único que domina y acapara todo el espacio público, paralizando la capacidad de reflexión y de acción de los ciudadanos tanto individual como colectivamente.

Este diagnóstico binario ha creado una realidad geopolítica que recupera viejos debates de nuestro país, como el del bipartidismo, el turnismo y la idea de las dos Españas. Este último concepto es básico para entender el nacimiento del estado liberal en España desde 1808.  Liberales contra conservadores es una de las vetas explicativas más recurrentes para mostrar el nacimiento peculiar, para algunos fallido, de nuestro estado liberal, donde para unos la nación creó el Estado y para otros fue el Estado el que creó la nación. Esa interpretación fue rehabilitada en la Segunda República, en la Guerra Civil y en la Transición. Ahora es recuperada en su versión más extrema para definir el presente. Por otro lado, la noción de bipartidismo también ha sido manoseada desde la Transición como un elemento estabilizador de las grandes democracias occidentales. Y habría sido un elemento imprescindible en la España de los últimos cuarenta años. En ese sentido, se ha sustituido una idea de “bipartidismo de partidos” por un bipartidismo de bloques, una vez que se multiplicaron las formaciones que tuvieron una representación parlamentaria significativa. Por último, el turnismo es otra de las expresiones que sale a relucir con frecuencia. Y es que hay una cierta resignación con la posibilidad de que gobierne el “enemigo” por parte de los creadores y participantes de cada uno de los bloques. A estos elementos,  habría que añadirle un envoltorio contextual que estimuló el binarismo explicativo, que fueron los más de cuarenta años de Guerra Fría. 

En esos escenarios, la demonización del “otro” está asociada a esquivar lo que une, es decir, a obviar lo que se califica técnicamente como “interés general” o lo que podríamos definir de forma más accesible como “el interés de todos”.  Ese “todos” es un problema igualmente. Es curioso como los lectores de la realidad política actual y los propios políticos son capaces de interpretar la “voluntad popular” después de las elecciones. Así, identifican “mandatos populares”, “órdenes desde las urnas” o incluso “mayorías sociales” en muchos casos opuestas a las métricas de los votos. En ese marco, se hace muy complicado admitir que todos los votantes de un partido o asignados injustamente a un bloque, tengan el mismo deseo que el que supuestamente se le otorga. Los creadores de la realidad de bloques son capaces de encontrar la primigenia intencionalidad de los votantes de forma individual y colectiva y, desde una visión ciertamente exotérica, leer y comprender lo que quieren. Estamos, sin duda, ante una relectura de la idea “laclauniana” de pueblo a partir de una perspectiva discursiva mezclada con deseos y una gran desvinculación de la realidad. Lo mismo sucede con la desconsideración habitual de los adversarios. “Fascistas”, “comunistas”, “Frankenstein” y todo tipo de motes o faltas de respeto personales e institucionales son parte de “signos” semióticos fundamentales para construir los bloques. 

En definitiva, este texto no trata de aportar ninguna solución a una situación que igual es una conjetura, tampoco es una apuesta por lo que se ha denominado como “la tercera España”, ni mucho menos es un afeamiento a ninguno de los bloques ni a sus augures, líderes e integrantes. Es, simplemente, un ejercicio para dejar claro que individualmente puede haber ciudadanos que no compartan el diagnóstico de bloques, ni que se le asigne una pertenencia a alguno de ellos por el hecho de votar a tal o cual partido. En ese sentido, esta pieza es un intento de proponer la posibilidad de pensar España alejada de la bipolaridad, de la deshumanización del enemigo y de los argumentos teleológicos fijos y simples que llevan a la confrontación desde todas las esferas. Porque eso deteriora la vida diaria en nuestros ámbitos privados y públicos y construye un gran desequilibrio para la salud mental. Y eso es, simplemente, inaceptable e insoportable, aunque en el fondo sepamos que ningún árbol llega al cielo sin que sus raíces lleguen al infierno (Jung).

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Israel Sanmartín trabaja en el Departamento de Historia de la Universidade de Santiago de Compostela.

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