Plaza Pública

Carta abierta y agradecida al presidente mexicano

Francisco Javier López Martín

Andrés Manuel,

Perdona que siendo presidente y ostentando la máxima representación del pueblo de México, me permita este tuteo, pero así me he dirigido hasta ahora al rey de España, al papa Francisco, a la alcaldesa de Madrid, o a Paquita, la compañera sindicalista que acumula una experiencia vital a la que yo nunca podré aspirar.

No estoy acostumbrado a que nadie se moleste en contestarme, tal vez porque siendo abiertas, también la respuesta tendría que serlo y no cualquiera puede permitírselo. El hecho es que has escrito al papa y al rey de España planteando que hagan un relato de agravios y que pidan perdón por las violaciones de los derechos humanos y por los pecados cometidos en la conquista de América.

Creo que ambas cartas merecen respuesta de cuantas y cuantos vivimos en éste país, o de quienes, viviendo en este país, o en cualquier otro del planeta, incluido México, se sientan católicos. A los políticos a veces se os calienta la boca en un mitin electoral, porque desgraciadamente todo acto político termina convertido en acto electoral y acabáis diciendo este tipo de cosas, aunque no vengan a cuento.

Esta misma tarde visitaba el Museo Reina Sofía, que alberga una excelente colección de arte contemporáneo. Tal vez la obra más conocida y reconocida de cuantas se exponen allí sea el Guernica de Picasso. Ya sabes del largo exilio del cuadro en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, cuando su autor se negó a que volviera a España hasta que la democracia no fuera restablecida en nuestro país. La sala que lo alberga está casi siempre llena de visitantes.

Iba con mi hijo y con un compañero alemán, que pasa unos días en Madrid, en uno de esos intercambios que intentan favorecer el conocimiento, el encuentro, el entendimiento entre los pueblos. He procurado explicar a los dos las circunstancias que condujeron a que Picasso pintara el cuadro para la Exposición Internacional de París de 1937, en plena Guerra Civil española.

Las miradas de los dos muchachos eran tan limpias que me han empujado a explicarte que ni tú, ni yo, tenemos derecho a enturbiarlas bajo ningún pretexto ni circunstancia. No estoy diciendo que los niños no tengan que ir aprendiendo el principio de realidad que les convierta en hombres y mujeres portadores de sensatez, conocimiento, afecto y voluntad de transformar el mundo y mejorarlo. Sin ñoñerías, hipocresías, demagogias. Sin autoengaños ni autocomplacencias a las que somos tan dados en nuestros días.

¿Quién es usted para condenar el pecado del otro? El que condena el pecado se convierte en parte de él, lo abraza. Lo dijo Bernanos, aquel católico francés, antifascista, pacifista y monárquico, que se dejó la piel denunciando las hipocresías de los suyos y de los ajenos y que tal vez por ello se ve condenado al olvido en nuestros días. Sólo los verdaderos amantes de la libertad, como Camus, o como los republicanos españoles en el exilio, mantuvieron viva su memoria.

Andrés Manuel, no olvides nunca que eres el nieto de un niño, hijo de guardia civil, que huyó de Cantabria en busca de una vida mejor en México. Lo consiguió y fue aceptado como comerciante en aquellas tierras. Yo soy nieto de dos perdedores de una guerra. Uno de ellos escapó hacia la represión, la tortura y el exilio interior de por vida. El otro hacia la muerte en los campos de concentración a orillas del Mediterráneo.

Si quieres remontarte quinientos años atrás, quienes desde entonces han dirigido tu país, hasta hoy mismo, salvo muy pocas excepciones, son los hijos y descendientes de los conquistadores y no de los indígenas. Sobra decir que no presentarás la dimisión, ni pedirás perdón, dejando tu cargo, para que sea ocupado por un descendiente de aquellos primigenios indígenas. Seguro que, a estas alturas, te sientes tan indígena como cualquiera que haya nacido en esas tierras.

Desde este lado del Atlántico, el oro que llegó de América recorrió los caminos de mi tierra, pero no paró en los bolsillos de nuestros nadies, sino en los de los indianos triunfadores y los de aquellos con los que hicieron negocios allí y aquí. Del otro lado del océano, el sanguinario imperio azteca no hubiera sido barrido del mapa sin los alzados ejércitos de pueblos indígenas sometidos, que colaboraron con ese pequeño puñado de conquistadores llegados desde Cuba. Sois los descendientes más o menos mestizos de todos ellos. De Cortés, Moctezuma, Cauhtemoc y la Malinche. Mira hacia tu vecino del Norte y comprobarás el inexistente mestizaje y los campos de concentración y guetos semidesérticos a los que llamaron reservas indias.

Yo soy parte insignificante del pueblo de España y los pueblos no pedimos perdón a otros pueblos. Somos las víctimas del oro y el poder de unos y otros. Pero sí me siento en la obligación de dar las gracias al pueblo de México, porque abrieron las puertas de una vida nueva a muchas personas como tu abuelo.

Y sobre todo porque acogieron, especialmente bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas, a los huérfanos de nuestra terrible Guerra Civil, pusieron bajo su protección a Manuel Azaña, refugiado en Francia, y permitieron atracar en sus puertos a los barcos cargados con decenas de miles de exiliados.

En México encontraron casa y trabajo Rafael Alberti y María Teresa León, Luis Buñuel, Rodolfo Halffter, Remedios Varo, Josep Renau, José Giral, Max Aub, León Felipe, Ernestina Campourcin, Emilio Prados, Margarita Nelken, José Miaja, Concha Méndez, Juan Larrea, María Zambrano, Wenceslao Roces, Mercedes Pinto, José Bergamín. La lista sería interminable.

La generosidad de aquel gesto, la gratitud por ello, merecen permanecer en la memoria de nuestros pueblos. Lo demás son pendejadas, carajo.

 

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