Carta a María Lejárraga

Querida María:

Soy una mujer de España y acabo de leer tus cartas. Más de un siglo después. María, tengo que contarte algunas cosas. Primero, quiero decirte que tu nombre está escrito. Que tu nombre ha sido reconocido. Que las mujeres de este país saben quién fuiste. Saben lo que escribiste. Y saben cómo pensabas. Que, además, hay una obra de teatro, una novela y un documental que nos han hablado de ti, de tu obra y de tu vida. Te leemos, María, con tu nombre impreso en la cubierta de los libros.

Las cosas han cambiado mucho en cien años. Han cambiado para las mujeres. Creo que no me equivoco cuando te escribo que la mayor transformación social de nuestro país ha sido el feminismo. El intento por la igualdad que tú y tus compañeras señalasteis. Y no ha sido fácil. Ese relato contiene mucha historia social y política, la lucha de muchas de vosotras y de nosotras; también dolor.

Déjame contarte que las escritoras estamos junto a ellos en las librerías. Que nuestras familias no se enfadan porque nos dediquemos a esto. No más de lo que les puede molestar a las de ellos. Que creamos desde la libertad. Que estudiamos en igualdad, que firmamos artículos de opinión en los periódicos. Que somos leídas, María. Siempre menos, pero somos.

Déjame contarte también que la dictadura, esa noche tan oscura para todos y todas, terminó. Y que nació un país en democracia. Y que esa democracia fue apuntalando derechos. Y ha sido gracias a la demanda social de las mujeres y gracias a las mujeres que han hecho política durante décadas que se han ido tomando los territorios de ellos, que hemos levantado la voz.

Pero no lo hemos conseguido todo aún. Muchas mujeres han perdido la vida en esa causa. Miles de mujeres aquí; millones en el mundo. Y muchas siguen siendo objetivo de la violencia por el solo hecho de ser mujer

Hemos alcanzado conquistas básicas y elementales que hoy nos parecen mentira: como viajar libres por el mundo, como tener la custodia de nuestros hijos e hijas. Y asuntos vitales como la posibilidad de interrumpir un embarazo o de separarnos de nuestras parejas. Asuntos tan vitales como leyes que nos protegen de la violencia machista.

Y, sobre todo, compañera, ha pasado algo muy bonito. Nos hemos mirado unas a otras de nuevo. Como os mirasteis vosotras. Nos hemos comprendido. Hemos sumado fuerzas. Tal vez, nunca antes fuimos tan conscientes de que formamos parte de un árbol cuya raíz también te contiene a ti. Que viene de muy lejos. De muy hondo. Nos hemos comprendido eslabones de una historia muy antigua y silenciada. Hemos fundado una casa.

Pero no lo hemos conseguido todo aún. Muchas mujeres han perdido la vida en esa causa. Miles de mujeres aquí; millones en el mundo. Y muchas siguen siendo objetivo de la violencia por el solo hecho de ser mujer. Sobre algunas de nosotras pesan además otras violencias: el clasismo, el racismo, la homofobia, la transfobia.

Tengo que decirte que nuestros derechos se cuestionan a menudo. Que muchas veces no nos creen. Que no nos tienen en cuenta. Que no se nos escucha siempre. Que en según qué ámbitos aún carecemos de referentes. Que no estamos en los lugares del poder con la misma presencia que están ellos. Que hay mujeres que siguen recorriendo los caminos que tú anduviste por lo que ahora se llama la España vacía. Que no dirigimos el destino del dinero, que seguimos ganando menos, que la cultura del hombre se impone todavía en nuestras relaciones emocionales, laborales y culturales.

Tampoco, María, hemos conseguido recoger del todo los nombres de nuestro exilio. Ni hemos conseguido reparar la memoria de la guerra. Que esa herida sigue en tierna cicatriz. Que sigue siendo utilizada como arma política. Que las familias están cansadas de buscar huesos. De buscar justicia.

María, me gustaría tanto prestarte algunas lecturas. Te pasaría, por ejemplo, Los años, de Annie Ernaux; Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin; El cuento de la criada, de Margaret Atwood. Te prestaría la poesía de Idea Vilariño, que tanto me ha acompañado en los últimos meses. Pero también en nuestra lengua, casi de ahora. Qué pensarías, por ejemplo, de Clavícula, de Marta Sanz, de Lectura fácil, de Cristina Morales, o de El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza. Tan distintas, revolucionarias y persistentes en contarnos.

Te decía que las mujeres de este país saben quién fuiste. Me gustaría creer que lo saben también ellos. Que vuestra escritura, y hoy la nuestra, forme parte de la literatura de este pequeño pueblo que tú llamabas y se llama España. Que no sean cosas nuestras. Porque las nuestras son cosas de todos.

Me despido, María.

Gracias, muchas gracias, por resistir.

Por escribir.

Por escribirnos.

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Este texto fue leído este miércoles por la escritora Aroa Moreno en el acto de recepción de legado de María Lejarraga, Carmen de Burgos, María Zambrano y Carmen Caffarel en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes.

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