Plaza Pública

¡Cuidado, que tengo un micro!

La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, interviene en una rueda de prensa en la sede del partido, en Madrid.

Toño Benavides

Al igual que Cayetana Álvarez de Toledo, esa vara de medir que nos miraba como si le debiéramos tres meses de alquiler, Inés Arrimadas, se expresa con la firmeza indignada de esas personas que se creen con derecho a regañar incluso a su propia abuela.

Tan romántica e idealista como una cartilla de ahorros, ella parece saber en todo momento lo que falta en su despensa y sobra en tu carro de la compra. No me cuesta nada imaginarla abriendo los regalos de los Reyes Magos con cierta desazón porque, en vez de juguetes, hubiera preferido un par de calcetines. Es, en fin, la niña sensata que, por caridad, le niega la limosna al pobre para que no se lo gaste en vino.

No es que le falten méritos para estar al frente de un partido político e ilusionar a la ciudadanía, pero hay que reconocer que tampoco se requiere un especial talento para suceder a un personaje como Albert Rivera, a quien sólo le faltaba sacar de la manga en los debates televisivos un pasapuré, una máquina de embutir chorizos y el gato chino de la suerte.

Era de esperar que, después de semejante despliegue de quincalla ornamental y escasa oratoria, Inés Arrimadas se vería obligada, como mínimo, a rodearse de una troupe circense de caniches con tutú para no defraudar al público en sus comparecencias, pero no. Lejos de eso, la ardilla atómica del cohete naranja ha basado sus intervenciones en el arte de hablar todo el tiempo sin parar y nos advierte del apocalipsis que ha de traernos el socialcomunismo con la urgencia y el ceño fruncido de una Casandra jerezana. También lo hacía Rivera, pero, en su caso, el discurso era menos eficaz porque toda la atención se la llevaba el adoquín y la vergüenza ajena no te dejaba concentrarte en las palabras.

“Para ser político hay que hablar bien y seguido”, decía cierto personaje de mi pueblo que, acostumbrado a no entender nada de lo que escuchaba, acabó pensando que aquello se debía a una deficiencia cognitiva por su parte.

"Nos pasamos el día hablando para que no se note que no sabemos nada"para que no se note que no sabemos nada dijo el recientemente fallecido Carlos Peisojovich, a quien Andreu Buenafuente recordaba en su programa Nadie sabe nada el pasado sábado 31 de octubre. Peisojovich, que era capaz de meterse varias horas en un estudio de radio con un folio en blanco, lo que llevaba a cabo es una hazaña de la imaginación y la memoria. En un político es la forma de ocultar que, detrás del discurso, en realidad no hay nada que entender.

Ocurrió en el previo a un debate con Irene Montero, en el programa Salvados, donde la indiscreción de un micro recogió las indicaciones de un asesor de Arrimadas con clara vocación de sofista:

«Este tipo de formatos son pura actitud. La gente al final... O sea, al final, es pura actitud, o sea, al final la gente es: “Me cae bien... Pues mira qué bien lo explica, aunque no me estoy enterando de nada de lo que dice. No me he quedado ni con un dato ni con un porcentaje, pero lo explica muy bien."»

Ella asentía en todo momento celebrando entre risitas lo tonto que puede llegar a ser el público. "Cuidado, que tengo un micro", respondía ella, en lo que venía a ser la admisión de culpabilidad más clara que un juez pueda encontrar. [Ver aquí]

Hay que sospechar de la gente “bien vestida”, y mucho más de la gente que siempre se viste para la misma ocasión. ¿Cómo entenderse con esas personas que abotonan el abrigo con remaches como si se tratara del blindaje de un buque de guerra? ¿Qué ocultan todas esas placas de revestimiento refractarias al diálogo? ¿Qué defienden cuando atacan con esa oratoria-metralleta donde no importa mucho lo que se diga mientras se diga muy deprisa; que no busca comunicar ideas claras y coherentes sino cimentar una imagen de solvencia a fuerza de apropiarse de la palabra (cuando no se puede pervertir) y mantenerla el máximo tiempo posible haciendo piruetas en el aire?

Para un partido que pacta con la ultraderecha tan alegremente como quien se va de casetas por la feria de Sevilla, el discurso viene a ser como el envoltorio dorado de un caramelo de piedra pómez, el golpe contundente de una razón de corcho y la forma de esconder una agenda política que, bien entendida, sólo puede dejarles en evidencia.

No dudó Inés en acudir a la convocatoria del día del Orgullo LGTBI en 2019, alegre y montaraz cual cabritilla alpina triscando de abucheo en abucheo como si le estuvieran arrojando margaritas, después de defender que la gestación subrogada o la prostitución pueden entenderse como una expresión de libertad de la mujer sobre su propio cuerpo. Como si todas las mujeres tuvieran la misma capacidad de elegir y las putas fueran todas ricas por su casa e hicieran guardia en la esquina por el gusto de expresar su libertad y entretener a los turistas. Supongo que eso es lo que te pasa por la cabeza cuando bajas por la calle Montera camino del Congreso y no ves ni ricas ni pobres, sino sólo españolas.

Para un neoliberal, la libertad de los pobres consiste en la posibilidad de elegir a quién alquilarle el vientre, así que no me extraña nada que, cuando se trata de reclamar el voto o negociar el apoyo a los presupuestos del Estado, prefieran resucitar un terrorismo etarra que lleva diez años muerto antes que debatir sobre políticas sociales.

No deja de sorprenderme cómo han maniobrado contra el diccionario para redefinir el concepto de libertad hasta invertir por completo el significado de la palabra. ¡Qué caritativos parecen cuando hablan de bajar los impuestos como si nos hicieran un favor inmerecido, a la vez que abogan por mantener un statu quo que consagra las desigualdadesstatu quo, sobre la idea de que el progreso de una nación pasa invariablemente porque las élites económicas conserven lo que les sobra aun a costa de que a los pobres les falte lo más básico! ¡Cómo luchan a brazo partido para que el mendigo no se coma un bocadillo de más mientras hacen la vista gorda ante la evasión offshore del pastizal emérito y se les llena de banderas el balcón y la boca de vivas al rey!

El pasado 12 de Noviembre, durante la rueda de prensa posterior a la reunión semanal de la Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Madrid, Begoña Villacís, que es como Inés Arrimadas pero con algo más de oleaje capilar, acusaba a los madrileños en situación de precariedad en barrios obreros como el de Aluche de ponerse dos veces en las colas del hambre. Y esto reconociendo que aún no se han repartido las tarjetas para comprar alimentos, que empezarán a repartirse a las familias más vulnerables este mes de noviembre. Hay que entender la postura de la vicealcaldesa porque, a fuerza de acumular paquetes de garbanzos, cualquiera de esos menesterosos podría montarse en cuatro días un emporio alimentario más grande que Monsanto con el dinero de los contribuyentes, y eso es la ruina de un país.

Arrimadas sabe que a veces es necesario esconderse tras un muro de palabrería hueca cuando a un lado están tus votantes y al otro el que te paga las facturas. En cambio, a Begoña Villacís, con tanto cabeceo para lucir melena, se le han debido marear las neuronas y la escasa inteligencia la ha llevado directamente a caer en la pornografía.

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Cuando se ha perdido el pudor necesario para ocultar lo que realmente se piensa, no hacen falta micrófonos indiscretos.

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Toño Benavides es ilustrador y poeta.

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