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Los idus de Marzo tras dos años de Pandemónium

Gaspar Llamazares

"Cuídate de los Idus de Marzo".

Julio Cesar de W. Shakespeare.

Cuando se cumplen los dos años de la pandemia, se reavivan en nosotros los recuerdos del primer estado de alarma y del confinamiento. Precisamente ahora, cuando vivimos con la expectativa del final de la sexta ola y con ello del definitivo final de la pandemia en Europa. Hoy, cuando a pesar de la temporal ralentización del progresivo descenso de la incidencia, solo estamos pendientes de la fecha definitiva para la retirada de la mascarilla, también en interiores, junto con un nuevo sistema de vigilancia epidemiológica centrado en los casos más graves, para recuperar con ello la normalidad en Europa y en el conjunto de los países desarrollados. Estamos en la etapa final del paso de la alarma de la pandemia de covid 19 a la incertidumbre de una próxima endemia. Sigue sin embargo pendiente la extensión global de la vacunación y de los recursos de atención sanitaria a los países y los sectores más empobrecidos, mientras rebrota en Europa la tan temida pandemia de la guerra.

Con el segundo aniversario vuelven otra vez los maniqueos irreconciliables y en menor medida la infodemia que nos han acompañado durante las distintas olas de la pandemia. El principal, el de la polarización entre el negacionismo de la pandemia y el fundamentalismo del cero covid. De un lado los que, a pesar de las cifras mil millonarias de enfermos y de los millones de fallecidos, niegan todavía hoy la gravedad de la pandemia, cuando no su propia existencia, y por tanto cuestionan la utilidad de todas las medidas de control y de salud pública: desde los confinamientos a las mascarillas y hasta las vacunas. Un negacionismo que, ante la contundencia en el respeto a la ciencia y en la confianza en la sanidad pública por parte de la práctica totalidad de la ciudadanía, se ha convertido entre nosotros en anecdótico, y se ha visto forzado a esconderse de forma vergonzante tras proclamas vacías de individualismo irresponsable cuando no en un legalismo dogmático.

En el otro extremo, vuelve el rechazo a la totalidad de la gestión de la mayoría de las autoridades sanitarias y de los gobiernos de los países con el dogma de la erradicación del virus. Se afirma no solo que, como es lógico, habría muchas medidas que se pueden mejorar, sino sobre todo que la pandemia se pudo evitar y que en su gestión posterior todo se tuvo que hacer antes y mucho mejor, y que en conclusión el enorme saldo actual de infectados, enfermos con complicaciones y fallecidos, se hubiera podido paliar, si no reducir, a un mínimo. La acusación de un grado de irresponsabilidad política cercano a lo criminal en que paradójicamente coinciden con los negacionistas.

La conclusión es que la gran mayoría de los gobiernos, habiendo podido adoptar una estrategia de erradicación como lo hicieron solo un puñado de países asiáticos, sin embargo, por razones desconocidas, no lo hicieron. Y la pregunta correspondiente, que solo se puede responder con una suerte de teoría de la conspiración, es entonces cómo la inmensa mayoría de los gobiernos y de los organismos internacionales han podido estar absolutamente equivocados y durante todo el tiempo con la estrategia de control y mitigación, mientras solo la pequeña minoría de la erradicación del virus ha estado en lo cierto, aunque parece que tampoco por mucho tiempo a tenor de los brotes actuales en esta minoría de países. Algo lógico si tenemos en cuenta que la transmisión asintomática y la existencia de variantes son algunos de los rasgos que impiden la estrategia de erradicación.

Algunos incluso se atreven a hacer ya una valoración pesimista de la sociedad que salimos de la pandemia, en concreto sobre el hecho de que en vez de salir más unidos y más fuertes como consecuencia de esta terrible experiencia, según ellos nos encontramos por el contrario más enfrentados y más débiles. Algo que no solo parece un diagnóstico precipitado y sin matices, sino que tampoco se corresponde con la actitud de entereza, disciplina y responsabilidad de la mayor parte de la ciudadanía en el seguimiento de las medidas de salud pública y en la confianza en la vacunación a lo largo de lo más duro de la pandemia.

Dentro de este relato oscuro, los hay que comienzan por atribuir a la tardanza en el reconocimiento y la comunicación del gobierno chino la principal responsabilidad de la transformación de la zoonosis en una epidemia y luego continúan achacando a la OMS el retraso en el reconocimiento de la emergencia y en la definitiva declaración de pandemia, para pasar a afirmar como conclusión que se pudo evitar la pandemia y sus trágicas consecuencias. También aseguran que la OMS tardó en reconocer la transmisión asintomática y se quedó en la ya conocida transmisión por gotitas de flugge, ignorando al parecer por puro empecinamiento la realizada mediante aerosoles.

Con el paso del tiempo tampoco se destaca como se merece la aportación fundamental de los sanitarios y de los trabajadores esenciales, como también de los trabajadores informales y de las mujeres que siguieron acudiendo a sus trabajos

Con este clima pesimista vuelve también el recuerdo de la dureza del confinamiento. El recuerdo del encierro y del distanciamiento físico y sus efectos adversos para los colectivos más frágiles como los afectados por algún tipo de diversidad funcional, los niños y los ancianos. También reaparece la atribución del pecado original al feminismo y a la izquierda el 8M, olvidando sin embargo los actos de masas deportivos y de otros partidos políticos, las ferias de arte y las salidas masivas de fin de semana.

Lo que no se resalta suficientemente es la importancia decisiva del confinamiento para atajar la primera ola de transmisión comunitaria y con ello para reducir el colapso hospitalario, los casos de enfermedad grave y la mortalidad a consecuencia de una pandemia desconocida. Con el paso del tiempo tampoco se destaca como se merece la aportación fundamental de los sanitarios y de los trabajadores esenciales, como también de los trabajadores informales y de las mujeres que siguieron acudiendo a sus trabajos o compaginando el trabajo y los cuidados a lo largo de toda la pandemia. Este relativo olvido explicaría el escándalo de algunos ante reconocimientos básicos como la subida del salario mínimo.

Vuelve también a nuestro recuerdo la tragedia vivida en particular en las residencias de ancianos, el acto fallido de su medicalización y las graves consecuencias de los protocolos a modo de barreras para evitar su derivación a los hospitales. Sin embargo, con la distancia del tiempo, la recordamos también con una menor exigencia de la debida tanto de investigación como de responsabilidades. Quizá por eso, el nuevo modelo residencial sigue a la espera y sometido a una dinámica de rebaja de las ambiciones iniciales. Y reaparece el debate sobre la responsabilidad política en la interrupción de las cadenas de suministro, pero sin reflexión alguna sobre su repetición al final de la pandemia, que lo muestra como algo inherente a la globalización económica. Y con ello vuelve la crítica a los responsables de la escasez de entonces y al mismo tiempo y de forma contradictoria por parte de los mismos sobre la supuesta inutilidad de las mascarillas.

De nuevo aparecen también los tópicos sobre la inexistencia de un marco legal para pandemias, ignorando que la declaración de inconstitucionalidad del estado de alarma lo restringe únicamente al estado de excepción, que tampoco puede sustituirse por el mantra de la famosa ley de pandemias.

Reaparece igualmente la crítica a la gestión compartida con las CCAA de las olas siguientes mediante los cierres perimetrales y los toques de queda del segundo estado de alarma. La famosa gobernanza, tan insatisfactoria para unos y que para otros ha significado lavarse las manos.

Finalmente se vuelve a recordar la necesidad pendiente de una evaluación técnica y apolítica ¡oh, paradoja! de la gestión política de la Pandemia, al margen del correspondiente control parlamentario. De nuevo los grupos de expertos y su enfrentamiento con los también expertos de los equipos de salud pública y con la autonomía de decisión de los políticos. La tecnocracia frente a la democracia. Y de nuevo la coincidencia de unos y otros es la antipolítica.

En menor medida aparecen las lecciones aprendidas sobre la pandemia: sobre la urgencia de una verdadera capacidad ejecutiva, presupuestaria y en definitiva de gobernanza de la OMS y del futuro Tratado de pandemias. Sobre el desarrollo de la Unión sanitaria europea, de la investigación y del acceso universal a la sanidad y a las vacunas y medicamentos, a la atención sociosanitaria y los cuidados, en particular dentro de los países empobrecidos pero también entre los sectores informales y de bajas rentas de los países desarrollados. Y sobre todo de la compatibilidad del asesoramiento de los expertos y de las decisiones compartidas de las autoridades políticas en el modelo de gestión sanitaria del Estado de las Autonomías.

El Pandemónium.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa

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