Plaza Pública

La izquierda confinada

¿O habré dicho confitada, para que se la coma con patatas la derecha populista? Pasó en Francia, el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad: los desheredados votando al Frente Nacional o como se llame ahora. ¿Podemos evitarlo aquí? ¿Las recetas vigentes hasta hoy, serán válidas a partir de ahora? ¿Nos manifestaremos respetando los dos metros de distancia? Ha dicho el presidente Sánchez (28.4.2020): Vamos a tener que aprender a vivir en esta nueva “normalidad”. ¿Está la izquierda empezando a estudiar? ¿Cuando llegue el examen, habrá gente, medios y conocimiento; rutinas y estructuras adaptadas a ella?

La “izquierda”, en su más amplio sentido, tiene necesidad de agruparse; adquiere su sentido al reflejar el sentir de la gran masa de la ciudadanía esquilmada. No me refiero solo, aunque también, a la confluencia política para conseguir un mundo más justo y solidario, sino a la posibilidad de concentrarse en manifestaciones, eventos y asambleas, de los centenares, millares, de plataformas, mareas, colectivos, grupos y grupúsculos que luchan aquí y allá para mejorar la situación social de la ciudadanía. Es lo que se ha hecho hasta ahora, con mayor o menor éxito.

La pandemia, reacción lógica de la Tierra al maltrato sufrido, va a cambiar nuestras vidas en, como mínimo, tres aspectos. Una crisis económica sin precedentes por su anchura y profundidad, el distanciamiento físico, y las ciberrelaciones que ello favorece. Respecto a la primera, parece obvio que las oligarquías, con la derecha que les sirve, y con la sartén por el mango, nos van a cocer al fuego lento del miedo. Acabado el chollo del consumo, en el que, copiando el anuncio de La Casera, corríamos para tener sed, ahora toca el terror a enfermar, el pavor a quedar hundido para siempre en la fosa de la miseria. ¡Quietos! ¡Se acabó el correr, bienvenido el acurrucarse! Antes de empezar el baile, ya hay un porcentaje de la población, a la que se suele llamar “clase media”, profundamente asustada, que ve cómo sus derechos, junto con sus ingresos, se van recortando sin que la resistencia a tal proceso sea lo firme que debiera ser.

Los medios de comunicación ponen al desnudo la clase de los desheredados, los “nadies” de Galeano, la ponen a la vista de todo el mundo, como un verdadero grupo social en el que teme caer aquel segmento de población que vive dignamente de su trabajo estable, lo que le permite dedicar esfuerzos a justas reivindicaciones. El miedo no gana batallas, dijo el sabio, pero este es el sentir de la mayoría de los candidatos a caer en la fosa de la que es dificilísimo salir. Por ello, en lugar de agruparse y luchar por revertir la situación, se encierran en su concha, el virus ayudando, y dejan que los buldozzers los vayan empujado a la fosa común, previa esquilmación de todos sus bienes.

Ante la crisis todos sufriremos, pero los mayores, aunque muchos cubiertos por unas pensiones que alguien empieza ya a sugerir que se recorten, se verán afectados por los otros capítulos. El tema de la edad no es baladí para los movimientos de izquierdas. Por muy deprisa que se avance en las distintas etapas de desconfinamiento, difícilmente podrá haber concentraciones ni asambleas como las anteriores; cada vez será más difícil sostener los locales donde se fraguan las meritorias reivindicaciones por la vivienda, las pensiones dignas y tantas otras.

Las vías de organización van a variar, y no es seguro que los actuales miembros de los grupos se preparen para ello. Dice el tecno-sociólogo Zeynep Tufekci: “Antes de internet, el tedioso trabajo organizativo necesario para evadir la censura u organizar una protesta también ayudaba a crear la infraestructura que servía de apoyo a la toma de decisiones y a las estrategias para sostener esfuerzos. Ahora, los movimientos pueden saltar esas etapas, lo cual con frecuencia los debilita; (El País. 30.3.2014. P. 10).

¿Cómo se reforzarán? El distanciamiento penalizará la forma tradicional de moverse en el mundo reivindicativo. Se requerirá ingenio y creatividad para diseñar nuevas formas de relación, empezando por las cibernéticas. No se puede parar un desahucio por Twitter, ni una manifestación cabe en Zoom. Además, en la mayoría de los casos, sucede que el segmento de edad predominante en dichas acciones no es muy ducho en el manejo de las nuevas tecnologías de comunicación, a partir de ahora imprescindibles para mantener un mínimo de cohesión en el interior de los grupos y también entre ellos. No tengo la solución. Lamento decirlo ahora que el lector ya lleva unos minutos soportándome. Pero, honestamente, no la tengo. Pero sí sé que las herramientas que se van a utilizar para salir (o mejor, adaptarse) a la terrible crisis que se avecina, están dominadas por la derecha, al servicio de la oligarquía que se enriquecerá, aún más, con ello.

Habrá paños calientes y alguno de frío; unos pocos pacientes se revelarán, y si tienen suerte serán absorbidos por el sistema, pudiendo incluso llegar a conducir alguna maquinaria de arrastre. ¿Pero qué medios tendrán los sindicatos, las mareas, los colectivos de reivindicación social, los militantes de partidos de izquierda, sus meramente simpatizantes, para parar el tsunami? Lo que sí es seguro es que los FAES, los Steve Bannon, los Salvini, los Trump o los Bolsonaro dispondrán de todo el dinero y el material que deseen, de la formación precisa, de rotativas sostenidas por créditos ad hoc de los bancos, las iglesias (con sus Cáritas, pero también sus Opus y sus Legionarios, para que no se escape nadie del redil).

Además, ¿alguien duda de que ya se están preparando para la nueva dinámica social? Por cierto, he leído varias noticias en las que unos voluntarios recogen alimentos, que luego llevan a la parroquia del pueblo, para distribuirlos entre los menos favorecidos, lo que es encomiable. Pero que yo sepa, en ningún caso se han llevado a una “casa del pueblo”, ni tampoco a un sindicato o la sede de una marea.

No propongo caer en el clientelismo, de cobrarse el favor, pero sí sería recomendable que la izquierda tomara conciencia del terreno que está dejando al contrincante, encerrada como está en su área. Mientras en la derecha proliferan los bots, los community managers asalariados, las bases de datos que facilitan mailings masivos, a la izquierda se cierran (no por censura sino por agotamiento, por desatención, por inanición) páginas de Facebook, cuentas de Twitter o plataformas participativas.

'True News'

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¿Cuántos grupos sobreviven únicamente por el empecinamiento de unos pocos numantinos? La energía de esta cobertura que se va deshilachando, ¡cuánta falta nos hará a medida que la crisis vaya congelando a la ciudadanía! Batalla desigual. Ya no vale lo de “resistir es vencer”. Ahora es preciso proclamar el “adaptarse (a las nuevas reglas y consecuencias de la crisis) es vencer”. ¿Lo está previendo la izquierda? ¿Podríamos abrir un debate sobre cómo debería actuar la izquierda postpandemia bajo los nuevos condicionantes que inevitablemente están aflorando? Yo me apunto.

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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. También es miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre

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