El mito de Carroll
No quiero acabar el año sin recordar a Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, que ha cumplido 190 años sin haber perdido un ápice de actualidad. Me parece mentira que aquel diácono anglicano, cuyo verdadero nombre era Charles Lutwidge Dodgson, de espíritu abierto, más allá de sus cantos a una nueva racionalidad y su desprecio por cuanto de sensiblero y romántico, se manifiesta en los seguidores de Byron, Shelley, o Wordsworth.
En aras de esa nueva forma de ver el mundo, desde la coherencia y el realismo, Lewis se adentra en un empeño de desentrañar el mundo desde la lógica y la matemática, pero sin dejar de cultivar artes como la fotografía, o la literatura y utilizando el nonsense, con la misma fiereza con la que Valle-Inclán enarbolaba el esperpento.
Sus visiones han llegado hasta nosotros conservando toda la modernidad necesaria en unos tiempos confusos como los que vivimos. Porque es en aquella Gran Bretaña victoriana, adusta, seca, imperial, donde Carroll se convirtió en maestro del nonsense, inventor de palabras, constructor de miradas fotográficas y de pensamientos luminosos, juguetones y evocadores.
El Carroll autor de aquellas miles de fotografías, muchas de ellas infantiles, no pocas de desnudos, que hoy hubieran sido investigadas por presunta pederastia. Un buen día, tras una de sus frecuentes excursiones con las hijas del reverendo Henry Liddell, su capellán en la Christ Church de la Universidad de Oxford, terminó escribiendo el famoso libro de Alicia en el país de las maravillas, para una de aquellas niñas, Alice Liddell, a la que fotografió con frecuencia y por la que sentía una indudable predilección.
Uno de los pasajes más actuales y frecuentemente citados es aquel que aparece en Alicia a través del espejo, en el que uno de los protagonistas, Humpty Dumpty, al que Carroll da la forma de un huevo que se juega la vida constantemente evolucionando sobre la pared, mantiene con la niña una de sus conversaciones filosóficas, semánticas, sobre el sentido y significado de las palabras:
-Ya ves. ¡Te has cubierto de gloria!
-No sé lo que quieres decir con eso de la “gloria” –observó Alicia.
Humpty Dumpty sonrió despectivamente.
-Pues claro que no… y no lo sabrás hasta que te lo diga yo. Quiere decir que “ahí te he dado un argumento que te ha dejado bien aplastada”.
-Pero “gloria” no significa “un argumento que te deja bien aplastado” –objetó Alicia.
-Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso— quiere decir lo que yo quiero que diga… ni más ni menos.
-La cuestión —insistió Alicia— es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
-La cuestión –zanjó Humpty Dumpty— es saber quién es el que manda… eso es todo.
En eso se resume todo. No parece una reflexión para un cuento infantil, pero estamos dentro de un cuento infantil, aunque también es mucho más, una forma de explicar a unas niñas de qué va este mundo. Algo que no ha cambiado casi nada a lo largo de los tiempos, pero que hemos renunciado a explicar a nuestros hijos con tal de no hacerles daño, creyendo, tal vez, que les haríamos perder la inocencia. Preferimos la piadosa mentira, la versión edulcorada e incompleta de Walt Disney.
Los nazis y su führer sabían perfectamente que los poderosos, los triunfadores, nunca se verán sometidos al juicio sobre la verdad o la mentira de sus afirmaciones y sus actos. Ese juicio queda reservado para los perdedores que no pueden escapar del designio de los vencedores. Ha pasado en todas las guerras y a lo largo de toda la historia y amenaza con seguir pasando.
Lewis Carroll viene a coincidir con aquello que Antonio Machado pone en forma de sentencia de Juan de Mairena:
-La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Y ahí suele quedarse la cita. Sin embargo la cita completa va algo más allá, siguiendo el hilo conductor de Humpty Dumpty:
Agamenón: -Conforme.
El porquero: -No me convence.
Una respuesta del porquero que pone en solfa la inicial afirmación sobre la incuestionable verdad. Bien sabía el hoy reconocido porquero que la verdad del rey había de tener un valor que nunca podría quedar por debajo de la verdad salida de su boca.
Pero esta visión de Juan de Mairena vuelve a aparecer en formulaciones muy similares en Rafael Sánchez Ferlosio y en Tzvetan Todorov. Tampoco Noam Chomsky se queda corto cuando afirma:
-Ser emperador, o pirata, depende del número de barcos que uno tiene.
Tampoco es muy distinta la forma de entender el mundo que encontramos en George Orwell cuando nos cuenta sus ideas sobre el uso de la neolengua y nos explica, en su ensayo sobre La política y el lenguaje inglés:
-El lenguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdad, el asesinato una acción respetable y para dar al viento apariencia de solidez.
Una línea de pensamiento que hace que Lewis Carroll, con sus 190 años a cuestas, se encuentre de plena actualidad, en unos tiempos en los que las crisis económicas cíclicas se han tornado en crisis estructurales y sistémicas que llenan de miedo e inseguridad las vidas humanas, la convivencia social y la acción política.
En un tiempo en el que las pandemias, las guerras y el cambio climático ponen en riesgo la propia supervivencia de la humanidad. Conviene no dejar que concluya el año y comience otro nuevo, sin prestar atención a las reflexiones de ese huevo en lo alto de una tapia, surgido de la mente imbuida de nonsense de un cada día más imprescindible Lewis Carroll.
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Francisco Javier López Martín fue secretario general de CCOO de Madrid entre los años 2000 y 2013.