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Plaza Pública

Presidente, ¿por qué no habla?

José Sanroma

Atravieso caminando la plaza de Colón en dirección a Cibeles; voy pensando en que me espera un político amigo, no es extraño pues que este lugar se me aparezca como el escenario de la manifestación convocada para este domingo por Casado y Rivera.

Agotado el tema de la conversación antes del tiempo previsto, aprovecho el sobrante para una breve visita al Museo del Prado. Este conmemora su bicentenario como "lugar de memoria"; voy de paso, sin propósito, doy con La expulsión de los judíos de España, de Emilio Sala. Ahí están los reyes católicos recibiendo el donativo de un representante de la comunidad judía destinado a la guerra contra los moriscos, para ganarse el favor real y evitar la triste suerte que a estos ya les aguarda. Ahí está el fraile Torquemada arrojando violentamente un crucifijo ante Isabel y Fernando, acusándoles de vender a Cristo, como lo hizo Judas. El gesto tuvo éxito.

Ya sé que no hay comparación posible, por mucho que la historia pueda ir enlazando desde tan lejanas fechas, líneas de continuidad, en la cultura política de los españoles, hasta el presente.

Pero la imaginación puede ser tan surrealista como la realidad virtual que fabrica la indecencia ultramontana de la oposición al presidente Sánchez. Por eso imagino al tridente de la Reconquista, Casado, Rivera, Abascal, en los hábitos de Torquemada (¿acaso no pasearon los suyos desde Cibeles a Sol una ración de 20 obispos, encabezados por Rouco Varela –no por el presidente de la Conferencia episcopal– contra el presidente Zapatero y el matrimonio homosexual?).

Ahora, al unísono, lo harán estos tres torquemadas laicos contra el presidente Sánchez y contra el fantasma del "relator", palabra convertida en símbolo con el que golpear duro. Directo a la cabeza.

Han contado con la inestimable colaboración de Torra, que se resiste a salir del pabellón de las máscaras, donde construye su imaginaria república; y que se resiste a enfrentarse con la realidad, donde la atribulada y desvencijada alianza independentista tiene el derecho y la obligación de gobernar la Generalitat, que es parte del Estado autonómico en que está constituida España. Aún les duele a los puigdemontistas de antaño el rufianesco "155 monedas de plata"; y ahí siguen en las cuitas de quién no ha sido ni será traidor al mandato de su 1 de octubre, y Torra haciéndose el valiente en su documento de las 21 condiciones, mientras Puigdemont pace en Waterloo.

Leña para el auto de fe en el que, este próximo 10 de febrero en la plaza de Colón, se quemará a Sánchez, reo de alta traición a España. Ya se le ha declarado presidente ilegítimo, ya le han arrojado violentamente la Constitución, acusándole de haberla vendido a cambio del mísero plato de lentejas que sería la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado.

Echar de la Moncloa a Sánchez. Qué valientes. El grito atronará en una manifestación que quieren multitudinaria.

Bien han aprovechado el cisco de un "relator" inexistente de una comisión de partidos inexistente (que se sepa).

Podría haber sido cualquier otro pretexto; pero en el secarral de una opinión pública tan parcialmente informada sobre la realidad catalana, cualquier chispa vale para incendiar la pradera. Además es gasolina todo lo que huele a intento de lograr la estabilidad gubernamental mediante la conversión en pacto de aquel encuentro circunstancial, en la votación de la moción de censura.

No hay que hilar fino para concluir que los incendiarios hablan de la defensa de la España constitucional pero actúan para las elecciones. No quieren que haya elecciones europeas, ni autonómicas, ni municipales, para la propia cuenta y razón propia de cada una de ellas; quieren diluirlas en un conglomerado plebiscitario contra el presidente del Gobierno de España, porque esta es suya y no hay nada más que hablar.

La imagen de la plaza de Colón se proyectará fuera de España. Fuera, donde Sánchez está ganando crédito. Quién va a entender que este enorme guirigay se lo arma la oposición porque su Gobierno acepta que haya un relator; figura que, hoy por hoy, es una pura X, y que mañana si el Parlament funciona como es debido nada dará que hablar.

Casado, ante la opinión pública europea, ocultará que Sánchez es presidente legítimo porque hasta Rajoy lo quiso, pues pudiendo evitar que lo fuera no lo evitó; y el nuevo líder del PP tendría que hacer acopio de todo lo que aprendió en sus masters, para intentar explicar por qué ha dejado de serlo desde ayer mismo. Rivera ocultará que, en aquel momento de la verdad que fue la moción de censura contra la corrupción, su regeneracionismo se vino abajo; y que ahora su liberalismo se alía a los amigos de Le Pen et alters de similar textura.

Sí se sabrá que los dos han convocado la manifestación de un nacionalismo ultramontano para ser aplaudidos; pero probablemente suceda que esta ensalzará sobre todo al genuino representante, a Abascal, rey del chiringuito, crítico de la derechita cobarde, líder de Vox debelador de independentistas en el juicio que les aguarda y donde haga falta.

La atónita Europa pensará: si eso le hacen al presidente del Gobierno, qué no serán capaces de hacerle a los independentistas catalanes.

Que están en su derecho a manifestarse no es la cuestión.

La cuestión es si el Gobierno percibe que está perdiendo la batalla de la comunicación, en este tragicómico episodio y si el presidente sale al paso.

No es tiempo para buscar responsables, ni para cantar "dónde está nuestro error sin solución", ni para mirar airadamente a quienes se les podría gritar "¿por qué no te callas?".

Es tiempo para que el presidente del Gobierno actúe hablando.

Hay muchos españoles que le apoyan y que, en medio de la algarabía, no comprenden lo que está pasando, ni saben bien a dónde vamos, aunque sí temen a dónde nos lleva la lógica que impulsa la alianza del trío de la Reconquista. La legitimidad de ejercicio del presidente Sánchez se refuerza hoy en su esfuerzo por oponerse a la estrategia de la tensión que impulsan el trío y el nacionalindependentismo, su colaborador objetivo.

La concentración de Colón pretende convertirse en un hecho político importante. Un hito a la altura de su desaforada proclama: "Españoles unios en un frente cívico contra Sánchez que ha traspasado todas las líneas rojas".

Los nacionalseparatistas catalanes convirtieron el de 1 de octubre de 2017 en el mito fundacional de su república imaginaria. Los nacionalseparatistas españoles quieren convertir el 10 de febrero de 2019 en el reverso de aquel. Ambos desastrosos. Llenos de máscaras.

Las palabras del presidente ante ese hecho, y antes de que se produzca, podrían convertirse en un hecho político constructivo.

No soy judío, no creo que dios creara el mundo con palabras, no creo que una palabra de la Tora pueda redimir el mundo.

Leí, en Larra, que los animales no hablan pero se entienden y que como no tienen uso de la razón ni de la palabra no pueden engañar ni ser engañados, ni creer ni ser creídos. También he oído muchas veces la sentencia de que el hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios.

Y aún así pienso que es necesario un discurso del presidente a la ciudadanía española frente a la alianza del bulo y de la rabia con la que se promueve la concentración de este domingo.

Ese discurso no redimirá España.

Pero al menos podría mostrar a Europa que España no es solo el motín festivalero de la plaza de Colón, convocado por unos políticos irresponsables; y que no es Cataluña, sino unos políticos irresponsables, los que se van a sentar en el banquillo de los acusados dos días más tarde.

Y podría mostrar, ante nuestros propios ojos, que España y Cataluña necesitan gobiernos que no usen la cabeza para topar, y políticos que usen las palabras para hacerse entender, no para contribuir al ruido y la confusión.

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