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Plaza Pública

Del principio de la solución al consenso constitucional

José Martínez Cobo | Javier Pérez Bazo

Que la ciudad francesa de Toulouse, la antaño capitalidad del exilio, haya sido en nuestros días lugar del alzado homenaje de la España en el exterior a la Constitución Española al cumplirse su 40º aniversario, desborda sin duda la linde del mero símbolo. En el Midi concurrido hoy por juventud universitaria hispana en busca de su madurez, la alta edad del aquel destierro republicano, que aún se aferra a la vida, ha ido recubriendo de olvido las cicatrices de tantas discrepancias habidas entre las izquierdas de entonces, bajo la secuaz mirada de los delatores franquistas.

Algunos de aquellos expatriados, o sus hijos o sus nietos, asistieron el pasado 25 de noviembre al espectáculo coreográfico y musical que, titulado “Hambre” y venido desde tierras aragonesas, por voluntad de su presidente, de la mano del excelente bailarín Miguel Ángel Berna y su compañía, de la orquesta del Reino de Aragón dirigida por Ricardo Casero y de la dirección artística de Rubén Velázquez, acogió el Halle aux grains tolosano. La jota, en atrevida y afortunada comunión con la zarzuela y la danza contemporánea parecía reproducir los logros de tal alianza en beneficio del Arte. El punteo y el tacón silentes, el revuelo de brazos, la armonía del salto, el acompasado diálogo entre las castañuelas y la orquesta, el coro tan soberbio, los tambores, la trompeta íntima. Franz Liszt y Luigi Boccherini, Tomás Bretón, Santiago de Murcia y Alberto Artigas… Sin estridencias, con acorde y asenso, como si quisiera ser el paradigma de la conjunción en la diferencia, como si de una alegoría se tratara. Pudo entonces marchársele lejos la memoria al espectador, orientado por el  símil, hasta el pacto constitucional de 1978, consensuado en beneficio de la convivencia nacional. Se conmemoraba  así, y muy justamente, la Constitución y el exilio al mismo tiempo.

Días antes, el 8 de noviembre, Alfonso Guerra y Miguel Roca llegaron asimismo a Toulouse con el idéntico motivo de celebrar nuestra Constitución del 78. Organizado por el Instituto Cervantes y la diputación local, el encuentro entre dos de los protagonistas del texto constitucional no pudo tener mayor éxito de público e interés. Ese día por la mañana nos acercamos con el vicepresidente Guerra al refectorio del antiguo monasterio tolosano de los Jacobinos. 70 años antes, en febrero de 1948, en él se habían dado cita los delegados de más de doscientas agrupaciones socialistas en el exilio (Francia, Bélgica, Inglaterra, África del Norte, México…) para celebrar el III Congreso del PSOE. La expectación era grande entre la militancia, incluso en la misma calle, pues se esperaba la llegada de Indalecio Prieto desde México; se auguraba que impondría su política contraria a la estatuida oficialmente meses antes por Rodolfo Llopis.

No sorprende que correspondiese a Trifón Gómez, vicepresidente del Partido, la apertura del Congreso ni que lo hiciese evocando el problema español que, a su decir, escapaba “de las posibilidades y al esfuerzo que el Partido estaba desarrollando para propiciar la solución” de salida de la España franquista, al tiempo que confiaba en que de la capacidad de la cita congresual dependía el principio de la solución a ese problema. Los socialistas, al igual que las demás fuerzas del exilio republicano, buscaban cómo liberar a su pueblo. Tarea nada fácil, sin duda, en un PSOE en el que desde finales de 1944 las desavenencias habían dado paso al enfrentamiento, cuya primera muestra pública tuvo lugar durante la Asamblea de delegados del PSOE, en julio de 1947, también en el centro de Toulouse.

La comisión ejecutiva del presidente de gobierno Rodolfo Llopis, legítimo representante del exilio socialista, defendía la reconstrucción de las instituciones republicanas cuya legalidad y legitimidad, tras su refrendo por el pueblo en 1931 a través de las Cortes, les parecía incuestionables. Rodolfo Llopis a raíz de su posición minoritaria en la Asamblea de delegados (hoy Comité Federal) se vio obligado a dimitir de la presidencia del gobierno republicano al cual los socialistas del exilio nunca volverían.

La tesis contraria era la conocida posición de Prieto. Se sustentaba sobre la suposición de que  los aliados de la Segunda Guerra Mundial, únicos capaces de deshacerse del régimen de Franco, nunca aceptarían sustituirlo, al menos de inmediato,  por una república. Por tanto, según don Indalecio, se imponía encontrar otra vía, que no sería otra que la negociación con las fuerzas monárquicas hasta alcanzar una solución transitoria de gobernanza que desembocase en un referéndum del pueblo español sobre sus instituciones. La propuesta prietista al III Congreso del PSOE, contraria a la tendencia hasta entonces dominante del Partido y del propio Llopis, no sólo fue adoptada por aclamación en los jacobinos, sino que además consiguió que se confirmara una comisión negociadora integrada por el besteirista Trifón Gómez, por el neutral Jiménez de Asúa y por él mismo. Meses más tarde suscribirán con las fuerzas monárquicas las “Bases convenidas para resolver el problema español” del llamado Pacto de San Juan de Luz. Como se sabe, el tiempo les daría la razón.

Fue el principio de la solución.  O, si se prefiere, el primer andamio para levantar la morada de la definitiva convivencia pacífica entre españoles, sin exclusiones ni fronteras. Descartadas "cualesquiera soluciones violentas” o de fractura radical, se perseguía, si se nos permite la paráfrasis, un período de transición conducente a restablecer la normalidad constitucional y las libertades ciudadanas; y esto, previamente a una consulta a la nación mediante referéndum o a través de los representantes para instaurar democráticamente un régimen definitivo.

Cierto es que la andadura fue larga, pedregosa, intrincada en el dolor, a menudo dramáticamente sangrante, dilatadísima hasta la muerte del dictador. Pero no lo es menos que aquella solución sagazmente pergeñada en el tolosano III Congreso del PSOE algo tuvo de profética. Porque con el consenso de los responsables constituyentes avalados por sus respectivos partidos políticos y el posterior texto constitucional plebiscitado en 1978 se rubricó la conclusiva solución del problema español, sin violencia pero con ruptura pactada, con la generosidad de la renuncia y la conquista de libertades, con acuerdo entre los disensos y, en definitivo colofón, con el posterior refrendo de los españoles. La Constitución en estos días conmemorada vino a ser el texto en el cual los socialistas vieron reflejadas sus aspiraciones del III Congreso.

Fue la mejor solución de quienes 40 años atrás, como dijo Alfonso Guerra a los medios de Toulouse, tenían “hambre de libertad, de justicia y de respeto”. Parecía recordar nuestro amigo sevillano al perspicaz Indalecio Prieto cuando en 1942 se allegaba a la intimidad dolorida del desterrado para compartir análogos sentimientos de “hambre de justicia y hambre de patria”. No deja de ser curiosidad del destino que, probablemente sin conocer estas convergencias caprichosas de la palabra, Aragón acercara a la ciudad rosa de las violetas una función de gala con el título “Hambre”, una finura artística de la excelencia. _____________________

José Martínez Cobo es coautor, con su hermano Carlos, de la obra La intrahistoria del PSOE, y presidió el célebre XIII Congreso del PSOE celebrado en Suresnes en 1974.

Javier Pérez Bazo es catedrático de Literatura española en la Universidad de Toulouse – Jean Jaurès.

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