El trumpismo militar contra toda lógica estratégica
Cuando Vladimir Putin ordenó la invasión de Ucrania en febrero de 2022, sus asesores militares le aseguraron que Kiev caería en cuestión de pocos días. Tres años después, las trincheras se extienden a lo largo de cientos de kilómetros en una contienda que ha causado decenas de miles de bajas en ambos bandos, y cuyo fin aún no se vislumbra. En Gaza, Benjamin Netanyahu prometió eliminar a Hamas en semanas, pero el conflicto va camino del año y medio, expandiéndose territorialmente al Líbano, Siria y Yemen, y con impacto en toda la región. El reciente bombardeo estadounidense sobre instalaciones nucleares iraníes el pasado 22 de junio, que Donald Trump presentó como una operación de "destrucción total", fue desmentido por la propia inteligencia yanqui, reconociendo que los ataques tan solo retrasarían las ambiciones nucleares de la República Islámica "unos meses".
Todos estos casos dan buena cuenta de una realidad demoledora a estas alturas de la historia y que los estrategas castrenses occidentales se resisten a aceptar: la era de las victorias militares rápidas y decisivas forma parte del pasado. Estamos asistiendo a la consolidación de un nuevo paradigma bélico caracterizado por la prolongación indefinida de los conflictos, un periodo que expertos y teóricos denominan ya como "era de las guerras infinitas". La tozuda insistencia en la ilusión de las contiendas cortas está provocando sucesivos fracasos estratégicos que van desde Afganistán hasta los actuales conflictos en Medio Oriente, pasando por la tragedia humanitaria sudanesa. Y a pesar de la acumulación de evidencias empíricas, que no hacen sino desmentir visiones y asertos militares "clásicos", esta mentalidad obsoleta sigue dominando los centros de poder occidental.
La democratización del armamento avanzado ha permitido que actores terroristas no estatales, grupos paramilitares y milicias irregulares sean capaces de resistir durante años a ejércitos convencionales muy superiores sobre el papel. Ucrania, un país con un PIB que representa el 11% del español, está conteniendo a la segunda potencia nuclear mundial gracias a la combinación de armamento occidental, tácticas asimétricas y una acentuada determinación popular. En Sudán, las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) —antigua milicia Janjaweed convertida en ejército paramilitar de 100.000 hombres bajo mando de Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemedti— llevan casi dos años resistiendo a las fuerzas regulares en una guerra que se internacionalizó a través del concurso de Emiratos Árabes Unidos, mercenarios del Africa Corps ruso (antiguo Grupo Wagner) y soldados colombianos coordinados desde Dubái.
La incomprensión de Trump en torno a esta nueva realidad geopolítica se revela especialmente peligrosa en la gestión del conflicto con Teherán. La decisión de bombardear instalaciones nucleares iraníes responde a la misma mentalidad que llevó a Washington a fracasar en los contextos iraquí y afgano, a saber, la creencia de que la superioridad militar estadounidense puede imponer soluciones rápidas a problemas complejos. Tal y como advierte el analista militar Lawrence D. Freedman en un reciente artículo publicado en Foreign Affairs, que "las nuevas tecnologías de combate tienden a ser evaluadas según el grado en que pueden contribuir a un éxito rápido en el campo de batalla, en lugar de por su capacidad para conseguir una paz duradera". Trump, quien unos días antes impulsaba negociaciones con el régimen de los ayatolás, optó finalmente por la vía militar evidenciando por enésima vez su ignorancia de las dinámicas regionales.
De esta nueva realidad geopolítica militar emerge la certeza de que las democracias occidentales deben reconsiderar de forma radical sus estrategias de defensa
El concepto de "no perder" emerge como una aportación significativa a la comprensión de los conflictos contemporáneos. Buen número de contiendas actuales llegan a un estado en el que ninguna de las partes puede infligir una victoria decisiva al oponente, aunque tampoco se puede considerar que pierdan de modo categórico. Esta situación puede perseverar durante años o décadas, sin resolución aparente. El caso de la Península de Corea, donde el alto el fuego dura ya 70 años, fue durante largo tiempo una excepción; pero hoy se ha convertido en la norma. Sudán representa uno de los ejemplos más dramáticos de cómo la comunidad internacional subestima la complejidad y duración de los conflictos modernos, pasando de una confrontación entre el general Al-Burhan y Hemedti a una guerra que afecta ya hasta a cinco países vecinos. Irán, tras recibir los ataques israelíes y norteamericanos, respondió con el lanzamiento de misiles a la base de Al Udeid, en Qatar, anticipando y avisando de sus intenciones previamente, en una demostración calculada de su capacidad para prolongar indefinidamente la escalada sin llegar al estadio de confrontación total.
La imposición de inversiones del 5% del PIB a los miembros de la OTAN refleja un objetivo comercial, que no de eficacia militar. Los modelos de "gasto intelectual" frente al tradicional "gasto masivo" en armamento están redefiniendo los equilibrios estratégicos. Ucrania ha demostrado que un simple dron modificado puede destruir un tanque de tres millones de euros, mientras que Hamas mantiene operativa una red de túneles en Gaza construida con materiales domésticos que resiste los bombardeos más intensos de la historia militar de Israel. La capacidad de improvisación y adaptación tecnológica de pequeños países y actores no estatales es capaz de compensar asimetrías presupuestarias. Incluso la operación "martillo de medianoche" estadounidense contra Irán, que movilizó más de un centenar de aeronaves incluyendo bombarderos B-2 Spirit, cuyo coste unitario se estima en más de 2.000 millones de dólares, tan solo consiguió una cierta demora en las capacidades nucleares iraníes.
De esta nueva realidad geopolítica militar emerge la certeza de que las democracias occidentales deben reconsiderar de forma radical sus estrategias de defensa. La planificación castrense basada en conflictos cortos y resoluciones rápidas ha mostrado no ser únicamente ineficaz, sino también contraproducente. Trump y el populismo de la ultraderecha y —cada vez más— la derecha tradicional, alimentados por la desinformación y promesas de soluciones simples, encarnan esta mentalidad obsoleta que ignora las dimensiones políticas, económicas y sociales de los conflictos. La alternativa no pasa por gastar más recursos en armamento avanzado, sino por gastar mejor desarrollando teorías de victoria realistas en sus objetivos políticos y flexibles en su implementación. La era de las victorias militares terminantes fue enterrada bajo los escombros de Mariupol, las galerías subterráneas gazatíes y las trincheras del Sahel sudanés, en guerras que nadie sabe cómo terminar.
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David Alvarado es Doctor en Ciencia Política, profesor universitario, periodista y consultor.