Del genocidio selectivo a la "inmigración culturalmente próxima", anatomía del racismo del PP

El pasado 16 de septiembre, la Comisión Internacional Independiente de Investigación de la ONU presentó un informe que concluye que Israel ha cometido genocidio en Gaza. Dirigido por Navi Pillay, quien presidió el Tribunal Penal Internacional que estableció el genocidio ruandés, el texto es contundente y documenta cuatro de los cinco actos genocidas definidos en la Convención de 1948. Sin embargo, el Partido Popular español se niega a reconocerlo y condiciona el uso del término a lo que dictamine la Corte Penal Internacional (CPI). Una posición llamativa si consideramos que esta misma formación no tuvo reparo alguno en tildar de "genocidio" la invasión rusa de Ucrania sin esperar veredicto judicial. En paralelo, Feijóo acaba de presentar su plan migratorio proponiendo priorizar la "inmigración culturalmente próxima". No estamos ante contradicciones políticas, sino ante la expresión coherente de un pensamiento que ordena jerárquicamente a la humanidad según criterios étnicos y culturales.

Para aprehender la gravedad de lo que recoge el informe de Naciones Unidas conviene precisar de qué estamos hablando. El historiador Ben Kiernan, fundador del Programa de Estudios sobre el Genocidio de Yale y coeditor de The Cambridge World History of Genocide, define este crimen como la acción intencional, por parte de un Estado o una organización, destinada a destruir total o parcialmente una colectividad humana identificada por su etnia, religión o nacionalidad. Esta destrucción puede manifestarse a través de muerte física directa, creación de condiciones de vida insostenibles, traslado forzado o medidas que buscan eliminar a dicha población como tal. El informe Pillay documenta en Gaza precisamente esto, con asesinatos masivos, comisión de lesiones graves, sometimiento a condiciones calculadas para destruir físicamente al pueblo palestino e imposición de medidas para impedir nacimientos. La Asociación Internacional de Especialistas en la materia, el mayor organismo académico mundial, respalda esta conclusión con el apoyo del 86% de sus quinientos miembros.

El PP rechaza llamar genocidio a lo que sucede en Gaza y supedita su reconocimiento a lo que decida la CPI. Una posición supuestamente prudente, jurídicamente responsable. La paradoja reside en que esa supuesta sensatez desaparece cuando se trata de otros conflictos. Dirigentes conservadores, incluidos el propio Feijóo y Díaz Ayuso, no dudaron en calificar de "genocidio" la invasión rusa de Ucrania desde los primeros meses, sin esperar a ningún pronunciamiento judicial internacional. No hubo condicionantes, ni esperas, ni llamadas a la cautela jurídica. ¿Por qué la doble vara de medir? La respuesta es ideológica. Ucrania es europea, de tradición cristiana, "culturalmente próxima". Gaza es palestina, árabe, musulmana, el "otro" lejano y prescindible. Esta geometría variable desenmascara una jerarquía de razas donde unas víctimas importan más que otras sobre la base de criterios identitarios.

El PP rechaza hablar de genocidio y supedita su reconocimiento a lo que decida la CPI. Una posición supuestamente prudente. La paradoja reside en que esa supuesta sensatez desaparece cuando se trata de otros conflictos

La conexión entre la negativa a reconocer el genocidio en Gaza y la propuesta migratoria de Feijóo no es anecdótica. Cuando el líder del PP habla de priorizar la "inmigración culturalmente próxima", no hace una propuesta técnica sobre gestión de flujos migratorios, sino que asienta un criterio de selección basado en la proximidad cultural, étnica y religiosa. Normaliza así la idea de que hay inmigrantes deseables e indeseables según su procedencia. Exactamente la misma lógica que opera en su doble rasero sobre genocidios: hay víctimas que merecen solidaridad y otras que no, en función de su parecido con "nosotros". Human Rights Watch, en su Informe Mundial 2025, advierte que las políticas migratorias de la Unión Europea se enfocan cada vez más en la disuasión, debilitando derechos y provocando un aumento de muertes en el mar, expulsiones ilegales y devoluciones a países donde enfrentan graves abusos. El plan de Feijóo se inscribe perfectamente en esta deriva.

No hace falta lenguaje explícitamente segregacionista para perpetuar la exclusión racial. Las formas más peligrosas de discriminación contemporánea son aquellas que se disfrazan de sentido común, de pragmatismo y realismo político. El concepto de "inmigración culturalmente próxima" funciona como un eufemismo civilizado para la segregación étnica. Es racismo con corbata, de guante blanco, que se presenta como política responsable pero sigue siendo racismo. El Plan de Acción de la UE Antirracismo 2020-2025 reconoce que estos comportamientos pueden estar arraigados en las instituciones sociales, financieras y políticas, repercutiendo en todos los niveles de poder y en la elaboración de políticas. Cuando un partido de gobierno como el PP propone criterios de selección migratoria basados en la proximidad cultural, está contribuyendo a legitimar precisamente esa discriminación estructural que las instituciones europeas dicen combatir.

He cubierto sobre el terreno zonas de conflicto y crisis humanitarias durante lustros. He visto cuerpos de niños en las playas del Mediterráneo, familias sirias bloqueadas en fronteras europeas tras la guerra mientras se abrían corredores humanitarios para ucranianos, refugiados sahelianos huyendo de la violencia yihadista sin encontrar amparo, muertes ante las vallas de Melilla. Esos criterios selectivos tienen nombres, rostros, historias de sufrimiento y esperanzas truncadas. No son abstracciones, sino vidas que se consideran prescindibles porque no encajan en lo "culturalmente próximo". Cuando un partido decide qué víctimas de genocidio merecen ser reconocidas y qué inmigrantes son dignos de ser acogidos en virtud de su origen, no estamos ante errores de cálculo ni legítimos matices ideológicos. Una estructura de pensamiento que ordena vidas, derechos y dignidades según su parecido con "nosotros" socava los fundamentos mismos de una democracia de la que el PP se pretende adalid.

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David Alvarado es Doctor en Ciencia Política, profesor universitario, periodista y consultor.

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