Tumbar la transición energética a base de bulos

Pedro Fresco

A lo largo de la historia siempre ha habido movimientos de oposición a cualquier nueva tecnología, entendiendo por tecnología no complejas maquinarias o sofisticadas invenciones, sino cualquier innovación que hoy nos parecería casi rudimentaria. El propio Platón, por ejemplo, era hostil a la escritura, porque según él destruiría la memoria y desvirtuaría el conocimiento al caer en manos de ignorantes. Varios siglos después, la Iglesia también se opondría a la imprenta, ya que amenazaba su cuasi monopolio de la difusión del saber escrito.

Durante los últimos siglos ha habido innumerables casos de este tipo, sostenidos en distintas motivaciones. Los luditas se oponían a los telares industriales porque temían que les dejasen sin trabajo. También hubo oposición al tren y, hace dos siglos, algunos llegaron a afirmar que a la altísima velocidad de un tren de la época (poco más de 30 km/h) los pasajeros sufrirían daños en la salud y las mujeres embarazadas tendrían abortos espontáneos. Usar el miedo ha sido una constante en estas cuestiones: El gran Thomas Edison electrocutaba animales para sembrar el miedo sobre la corriente alterna, que amenazaba su apuesta por la corriente continua. En tiempos más recientes hemos visto casos similares con la supuesta prevalencia de cánceres cerca de antenas de telefonía móvil, con el autismo que los movimientos antivacunas aseguran que provocan estas o con los especulativos efectos nocivos del 5G.

En la actualidad estamos asistiendo a un nuevo episodio de esta tecnofobia basada en afirmaciones pseudocientíficas y que está enfocado contra las tecnologías de la transición energética. Lo vemos destacadamente en los continuos bulos sobre los vehículos eléctricos, también con el hidrógeno, pero si hay un caso que llama la atención por disparatado es el de los bulos contra las plantas de generación renovable que están extendiendo las plataformas antirrenovables.

Les tengo que reconocer que algunos días, cuando leo un resumen de prensa de la mañana, se me llevan los demonios. La cantidad de bulos, barbaridades pseudocientíficas y estrategias con intención de aterrorizar a la opinión pública son crecientes, ante la inhibición de algunos medios que transmiten cualquier barbaridad tal y como se la cuentan, sin contrastar y muchas veces sin ni siquiera dar voz a una contraparte. Yo no solo me dedico a la transición energética, también he hecho divulgación científica durante mucho tiempo, y estos miedos y bulos es una de las cosas que más intensamente intentamos combatir desde la divulgación.

Una cosa es naturalizar el conflicto, que es natural, y otra es aceptar que se intente engañar y asustar a la gente con mentiras, mitos y bulos

Las barbaridades que leo darían para un libro, pero déjenme que les comente dos en concreto. La primera es la afirmación de que las plantas fotovoltaicas aumentan la temperatura de los alrededores varios grados. Esto es total y absolutamente falso, y se puede comprobar fácilmente con dos mediciones en cualquier entorno de una planta solar. Este bulo tiene como origen una torticera interpretación de un estudio científico que hablaba de un aumento de temperatura justo encima de los paneles por pura irradiación, que contrasta con la menor temperatura debajo de ellos y que no afecta en absoluto al entorno de la planta.

El otro bulo que estoy comenzando a ver es que, donde hay grandes plantas solares, llueve menos. Otra patraña. El origen, de nuevo, es un estudio, pero en este caso es todavía más esperpéntico porque proviene de una mala traducción del inglés. Una planta solar no puede afectar a las lluvias, a no ser que hablásemos de una cobertura de millones y millones de hectáreas que llegase a alterar los propios vientos de una región entera de la tierra. Hay algún estudio teórico sobre qué pasaría si cubriésemos una amplia parte del desierto del Sáhara de paneles solares y, ahí sí, podría haber alteración en el patrón de lluvias, concretamente parece que llovería más, pero esto no tiene absolutamente nada que ver con los tamaños de plantas fotovoltaicas reales.

Estos bulos vienen acompañados normalmente de la afirmación de que las plantas pueden producir afecciones a la salud de los vecinos y con referencias a los “campos electromagnéticos”, un clásico que tiene décadas de antigüedad y que ya se ha usado en el caso de las antenas de telefonía móvil, tendidos eléctricos u otros casos, y que está ampliamente estudiado y rebatido, con las necesarias salvaguardas contempladas en la legislación.

Estos bulos, estas estrategias para crear miedo en la población y que tanto recuerdan a los bulos sobre las vacunas del COVID en la pandemia, son usados por muchísimas plataformas antirrenovables tanto en sus declaraciones como en sus alegaciones por escrito. Se las pasan las unas a las otras, ya que estas plataformas trabajan en red, y las difunden por redes sociales y medios de comunicación, que transcriben declaraciones directamente y así difunden involuntariamente estos mitos.

Y creo que esto merece una reflexión. Durante la pandemia, los medios de comunicación no se hicieron eco de las teorías de la conspiración sobre las vacunas de forma responsable, ya que hubiesen puesto en peligro la salud pública. Los medios hicieron lo correcto. En este caso no se pone en riesgo la salud pública en el corto plazo, pero sí se pone en riesgo la transición energética y la lucha contra el cambio climático. Y, en el fondo, estos bulos también dañan la salud pública, pues evitan la eliminación de los contaminantes atmosféricos. Su difusión acrítica, por tanto, va más allá de un mero conflicto de intereses y tiene efectos sociales y ambientales nocivos. 

Como tantas veces en la historia, hoy se vuelven a difundir bulos pseudocientíficos para intentar evitar la implantación de nuevas tecnologías. Los conflictos sociales ante los grandes cambios tecnológicos son normales; existen miedos, posiciones de dominio amenazadas e intereses diversos. Pero una cosa es naturalizar el conflicto, que es natural, y otra es aceptar que se intente engañar y asustar a la gente con mentiras, mitos y bulos. La pseudociencia debe ser combatida, por honestidad intelectual y porque una de sus derivadas es pensamiento conspirativo, y detrás de este se refugian las oscuras sombras de los movimientos más infames de la historia.

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Pedro Fresco, exdirector general de Transición Ecológica de la Generalitat Valenciana.

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