Igualdad

Las Alexandria Ocasio Cortez españolas que pusieron rostro a la violencia sexual para romper con el silencio

Teresa Rodríguez, Isabel Lozano e Isabel Serra.

Decía hace dos semanas Alexandria Ocasio Cortez, congresista demócrata, que las víctimas no deberían tener que "seguir adelante sin que se rindan cuentas por lo ocurrido". Hablaba del asalto al Capitolio, perpetrado el pasado 6 de enero en Estados Unidos. Pero no sólo se refería a aquel ataque. En un vídeo publicado el pasado lunes en redes sociales, la política estadounidense establecía un símil entre aquello y los abusadores sexuales: "Nos dicen que sigamos adelante, que olvidemos lo que pasó. Esa es la misma técnica de los abusadores sexuales. Yo misma soy una superviviente de un abuso sexual". La congresista daba un paso clave a través de sus redes sociales: el de contar la violencia sexual en primera persona. Sin detalles explícitos ni relatos especialmente elaborados. Sin embargo, la sola mención de la violencia sexual mediante su propia experiencia se convertía en un acto simbólico de gran calado.

En España son varias las mujeres en primera línea política que han decidido revelar la violencia sexual sufrida, especialmente desde la eclosión del movimiento #MeToo y de su homólogo español, #Cuéntalo. Pero incluso antes de aquello, resuenan algunos nombres de mujeres. Nevenka Fernández es uno de los ejemplos más claros, aunque señalar la violencia tuvo para ella un coste irreparable. Fue hace ahora dos décadas, con sólo 26 años denunció judicial y públicamente al alcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez (PP), por acoso sexual. Ganó el juicio, pero sacrificó una carrera política que quedó enterrada. El lema feminista de "yo sí te creo" era apenas una ilusión hace veinte años. Netflix recupera ahora su historia a través de una serie documental que se estrena el próximo mes de marzo.

Después de Nevenka Fernández vinieron otras muchas. Coinciden en lo costoso de dar el paso, pero la batalla feminista ha cuidado de que el coste –político, personal– no sea ahora el mismo. "Un médico utilizó su posición de poder para abusar sexualmente de mí. Cumple condena". Las palabras pertenecen a Isabel Serra, diputada por Podemos en Madrid. Lo expresó en abril de 2018 como parte de la campaña #Cuéntalo. Lo recuerda ahora en conversación con infoLibre.

"No fue hace muchos años, aproximadamente seis", rememora. Después de sufrir la agresión, la ahora diputada decidió dar el paso de denunciar y su experiencia le sirvió para "ver la importancia de la perspectiva de género" a la hora de juzgar una agresión sexual. "Yo denuncié, pero no en el mismo momento, sino al día siguiente". El agresor fue condenado a cuatro años y medio, pero la defensa utilizó argumentos de descrédito hacia la víctima: su abogado se sirvió del silencio inicial de Isabel Serra para probar la inocencia del acusado. "Me lo archivaron en un primer momento, recurrí y se activó". En ese momento, la diputada entendió además el modo en que las muchas trabas procesales juegan en contra de las mujeres: la revictimización, la dilatación de los tiempos, la insistencia en revivir los hechos levantan barreras que no todo el mundo es capaz de sortear. Otra de las herramientas empleadas contra Isabel Serra fue precisamente su condición de política y especialmente su compromiso feminista: "Yo ya era diputada, yo ya hablaba de estos temas y eso en el proceso se utilizó contra mí". Se insinuó algo así como una suerte de "aversión a los hombres" por parte de la denunciante.

Isabel Lozano es concejala de Bienestar Social en el Ayuntamiento de València (Compromís). También en el marco de la campaña #Cuéntalo, la política decidió verbalizar la violencia sexual que sufrió siendo menor. "Yo calculo que tenía once años, fue en medio de unas clases de kárate", dice al otro lado del teléfono. "Fueron tocamientos, el profesor me tocaba mis partes, sacaba sus genitales por el pantalón. Me sentía incómoda, pero no sabía lo que estaba pasando". Aquello, rememora la concejala, pasó "unas cuantas veces". La menor se lo contó a sus padres, pero las consecuencias no fueron las esperadas. "Visto con perspectiva, me dio rabia. Mis padres fueron al centro y allí les contaron que habían recibido más quejas de los padres. Pero ya está. Me desapuntaron y este señor siguió dando clases".

Lozano habló de aquel episodio en público, ya desde su cargo, de una manera "muy natural, muy automática" y probablemente sin "tener mucha conciencia de que podía trascender". La valenciana no lo había ocultado a su entorno, pero con la campaña contra la violencia sexual como telón de fondo entendió la necesidad de hacerlo público.

Algo así pensó también Teresa Rodríguez, diputada en el Parlamento de Andalucía. Su caso trascendió a los medios de comunicación hasta su resolución en los tribunales. La andaluza denunció a un empresario por abalanzarse sobre ella y simular un beso en los labios. Los jueces determinarían que aquello era abuso sexual. "El mismo día que me ocurrió, no lo denuncié", recuerda Teresa Rodríguez. De nuevo, la reflexión, las dudas de las víctimas. "Los primeros días los utilicé en reflexionar muy bien sobre si tenía los suficientes medios de prueba", prosigue la parlamentaria, "lo primero que piensas es si te van a creer o no".

Teresa Rodríguez se asesoró a través de varios juristas y no todos le aconsejaron denunciar. "Cuando ocurren esas cosas, la persona que acusa es la que está bajo sospecha". Ahí empezó un trabajo incesante de recopilación de pruebas. No fue sencillo. "El mismo policía que viene a tomarme declaración intenta convencerme de que no ponga la denuncia, me dice que el empresario no está pasando por su mejor momento y que me lo piense. Eso te hace dudar". La parlamentaria, sin embargo, no ceja en la denuncia: "Lo que yo pretendía era que esta persona no volviera a hacer nada parecido y que el conjunto de la sociedad supiera que este tipo de cosas no son bromas, sino delitos".

Los procesos judiciales de Isabel Serra y de Teresa Rodríguez avanzaron hacia buen puerto. En el caso de la primera, haber denunciado sirvió para que otras víctimas dieran el paso: poco después, otra joven que había sido agredida el mismo día que ella denunció porque se enteró del caso de la diputada. En cuanto a Teresa Rodríguez, el proceso derivó a la vía penal y el propio juez sugirió la posibilidad de que aquello podía haber sido abuso sexual, no acoso.

A día de hoy, la diputada andaluza dice estar "muy satisfecha" de lo que hizo. Pero reconoce que no todo el mundo habría llegado hasta el final. "Lo pensé mucho. Una persona cualquiera no tiene la red de contactos que yo tenía, el asesoramiento, no todas pueden empoderarse como yo hice". Precisamente por eso, argumenta, tenía "la obligación de ir hasta el final e ir a por todas". En el caso de Rodríguez, la banalización de lo que resultó ser un delito redimensionaba la importancia de hacerlo público. "Este tipo de cosas, cuando se verbalizan, es cuando se ve la gravedad de lo ocurrido", señala la parlamentaria. No siempre las tuvo todas consigo: "Una reacciona huyendo del conflicto", pero además "tampoco a mí me sale hacer un linchamiento público de una persona". El empresario, sin embargo, empezó a hacer declaraciones en los medios que animaron a la política: "Quitaron de mi cabeza cualquier elemento de culpa. Me llevaron a pensar que no podía dejarlo pasar".

Compromiso político

Teresa Rodríguez cuenta orgullosa el final de su historia. El condenado tuvo que pagar 2.500 euros que la parlamentaria donó a organizaciones de mujeres, como coño insumiso. "Me agrada pensar que su contribución a la lucha feminista va a ser ayudar a las compañeras a no tener que sufrir el castigo del sistema patriarcal a través de los juzgados", señala la política andaluza, con una sonrisa fácil de intuir a través del cable telefónico.

Isabel Serra lo contó como forma de "romper el silencio" y alimentar la evidencia de que "muchísimas mujeres han sufrido agresiones sexuales". Y, sobre todo, que las víctimas no son "responsables ni culpables". Para la diputada, el proceso de contarlo era especialmente relevante para las mujeres que, como ella, se sintiesen seguras y ocuparan un cargo público. "No tiene más valor, pero sí un valor diferente", explica. La propia Isabel Serra reconoce que no siempre se sintió lo suficientemente respaldada para verbalizar aquella agresión y que su condición de diputada no fue un aliciente. Hay quien hablaba de rédito político, hay quien le aconsejaba no contarlo para no parecer débil. Arropada por el movimiento #Cuéntalo, dio un paso al frente. Y visto en perspectiva, volvería a hacerlo.

Tampoco se arrepiente Isabel Lozano. "Hay mucha necesidad de visibilizar esas situaciones, contar esas vivencias, no irnos a la tumba con ese pesar y con esas heridas, como sí han hecho mujeres de otras épocas". Romper con el silencio, especialmente desde las instituciones y los partidos políticos, puede servir a aquellas mujeres que "quieran denunciarlo, contarlo, buscar ayuda e iniciar un proceso de sanación si ve que socialmente se acepta y se apoya".

Lucha feminista y cuarta ola

La eclosión de las voces feministas en torno a la campaña #Cuéntalo no germinó únicamente en el plano político. Artistas, escritoras, actrices y otras mujeres con visibilidad dieron un paso al frente. Paula Bonet fue una de ellas. A raíz de la campaña que se viralizó en redes sociales, la pintora decidió expresar con palabras aquella violencia que la había acompañado desde hacía años. El #MeToo y el #Cuéntalo "sirvieron para que enfrentara situaciones cuya existencia me había estado negando durante más de diez años", dice a este periódico.

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La artista echa la vista atrás y no titubea: aquel, dice, fue un movimiento necesario. "Para liberarnos de culpas cuya gestión no era nuestra responsabilidad", pero también para "comprender cómo algo tan duro y tan revelador puede no sólo generar empatía y abrigo, sino acrecentar la violencia denunciada". Hablar de la violencia, mostrarla, ponerle nombre, resulta especialmente útil desde una posición de relevancia pública. "El hecho de que muchas de nosotras estemos hablando de ciertas cosas es un hecho favorable para la mayoría, porque cuantas más historias salgan de las tinieblas y se instauren en el mundo, más diversidad estaremos narrando y más aliviadas podremos sentirnos", reflexiona. Un paso que entiende clave a la hora de reconocerse en otros relatos. Ampliar las voces que narran la violencia hace "más fácil identificarnos con algunas de las historias y muy probablemente nos servirá de alivio".

La directora del Instituto de la Mujer, Beatriz Gimeno, coincide en la fuerza de no callar. "Una de las cuestiones por las que las agresiones sexuales son tan frecuentes" y han anidado tanto tiempo en la impunidad ha sido por "el silencio, porque echan sobre las víctimas la sensación de vergüenza". Esa vergüenza, señala Gimeno, "conduce al silencio, no ayuda a curarse y es un aliado para el patriarcado". La directora del organismo diferencia entre la denuncia y la ruptura del silencio: lo primero, dice, es importante, pero lo cierto es que "los sistemas judiciales son aliados del poder patriarcal y van por detrás de lo que las mujeres exigimos a la justicia". Las leyes, en consonancia, van despacio y la denuncia "no siempre conduce a la justicia y a la reparación".

Lo que ha pasado a denominarse cuarta ola del feminismo tiene mucho que ver con esta laguna. La denuncia, pública y social, de la violencia sexual ha marcado a una nueva generación de mujeres. "No es algo que les pasa a unas cuantas", recuerda Beatriz Gimeno, "es la mitad de la población la que ha vivido, en muchas ocasiones, sometida a una violencia extrema, al miedo y al silencio".

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