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David contra Goliat: por qué Broncano nunca será Pablo Motos

David Broncano, en el plató del programa La Resistencia.

Alborotarle el pelo a Donald Trump, dos meses antes de que ganase las elecciones, marcó el inicio de la caída del cómico estadounidense Jimmy Fallon. Al menos, en las audiencias. En un año, su programa perdió medio millón de espectadores. El rey de los late nights aprendió la lección: él no estaba hecho para meterse en política, enfangarse no casaba bien con su estilo desenfadado y juguetón.

Algo parecido le pasa a David Broncano. No es El Gran Wyoming ni Pablo Motos. Tampoco lo ha pretendido hasta ahora. No se pronuncia políticamente, no defiende ninguna causa con tintes ideológicos, no entrevista a políticos en activo ni conduce una tertulia política en su programa. Es transversal. Y por eso gusta tanto a la generación que ha cambiado la televisión en el salón por ver vídeos de YouTube en su habitación. 

El cómico atrae a unos jóvenes desconectados con el toma y daca diario de la política y no pierde el tiempo en profundizar demasiado en la actualidad, ni siquiera cuando invitados como Alaska defienden teorías de la conspiración frente a su mesa. Por eso, sorprende el ruido generado en torno a su fichaje en RTVE. Más allá de cuitas internas y opiniones legítimas, hay una estrategia, un poco tramposa, de dibujarle como un peligroso comisario político. Para desmontarla, basta con mirar por el retrovisor.

La politización de las hormigas

Mientras que La Resistencia ha conseguido mantenerse fiel al tono y a la autenticidad del formato desde su estreno en 2018, haciendo honor a su nombre, otros programas no pueden decir lo mismo. El show de Pablo Motos ha sufrido un proceso de politización que también se aprecia en otros buques insignias del entretenimiento como el Cuarto Milenio de Iker Jiménez que, en ocasiones, ha dado pábulo a bulos e informaciones de dudosa credibilidad.

Hace cuatro años, en El Hormiguero no se hablaba de política. Se dedicaban a entretener a toda la familia con sus hormigas, sus bailes y sus experimentos. Pero llegó la pandemia y para suplir la falta de contenidos y la imposibilidad de traer invitados se inventaron una mesa de actualidad y empezaron a colar mensajes políticos a una audiencia con la guardia baja, que ponía su programa para desconectar y divertirse.

La tertulia se convirtió en el lugar perfecto para cuestionar algunos ámbitos del feminismo, criticar las políticas del Gobierno de coalición e incluso, acusar a Pedro Sánchez de fraude electoral tras el adelanto del 23J. El programa blanco y familiar se transformó en un espacio en el que editorializar y mezclar información con opinión ante un público no excesivamente politizado ni informado. Algo impensable en La Resistencia.

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Es cierto que el entretenimiento en televisión siempre ha sido una potente herramienta de comunicación política. Es capaz de plasmar una visión de la realidad que condiciona los temas que están en la conversación y que conforman la opinión de los ciudadanos. Un ejemplo clásico es cómo Aquí no hay quien viva fue una de las primeras series que incluyó a una pareja gay como personajes principales, lo que influyó en la buena acogida social que tuvo la aprobación de la ley de matrimonio homosexual por el Gobierno de Zapatero.

En estos momentos, poner al mismo nivel a Broncano y a Pablo Motos parece no tener mucho sentido. Broncano es un cómico que, como Fallon, no lleva la sátira política en la sangre. Y Motos, un showman y empresario que ha encumbrado a su programa en líder indiscutible de su franja, pero que se ha convertido para muchos en un símbolo del azote a la izquierda

Quizás David no sea capaz de destronar a Goliat con su ingenio y sus preguntas irreverentes, pero al menos, si puede mantener su esencia, llegará a TVE para hacer lo que mejor sabe hacer: entretener y poco más. Porque para opinar sobre actualidad y ofrecer criterio, ya está el periodismo.

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