Energía

Por qué España dejó pasar el tren nuclear: una decisión más económica que ideológica

La central nuclear de Almaraz, en la provincia de Cáceres.
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El presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, anunció el pasado miércoles una inversión de 1.000 millones de euros para fomentar la energía nuclear en uno de los países del mundo que más ha apostado por esta tecnología. Dado el sombrío panorama de la crisis energética actual, lo atractivo de un modelo galo que ofrece su electricidad procedente del uranio a precio fijo a los consumidores y la gran ventaja de estas instalaciones (mucha potencia y cero emisiones), muchos ojos en España se han vuelto hacia la fisión, a pesar de su impopularidad en todos los círculos ecologistas. Dependemos del gas natural, por las nubes; tenemos que abordar una transición hacia la descarbonización inaplazable; y la soberanía energética cotiza al alza cuando decisiones tomadas en Rusia, en Argelia o en China nos suben la factura. Pero no es oro todo lo que reluce y los expertos consultados advierten de los peligros de mirar hacia el pasado con ojos del presente. 

La energía nuclear sigue siendo una de las principales fuentes de electricidad de nuestro país. Con datos de este mismo viernes, es la segunda tecnología en generación tras los ciclos combinados de gas natural pese a que es solo la quinta en cuanto a potencia instalada, por detrás de la solar fotovoltaica. Emite un total de 0 toneladas de gases de efecto invernadero, un respiro en tiempos de urgencias climáticas. Y si la amenaza de las grandes eléctricas no se cumplen, hay nucleares para rato: el primer cese previsto es el de Almaraz I, en noviembre de 2027, y el último reactor de la central de Trillo echará la persiana en mayo de 2035. A corto y medio plazo, el mix energético español seguirá contando con el uranio. 

"La energía nuclear es esencial en la transición energética al tratarse de una fuente que ofrece estabilidad al sistema eléctrico y ayuda a alcanzar los compromisos ambientales, ya que no emite CO2. Es imprescindible para España y se trata desde hace una década de la fuente que más electricidad produce", asegura Foro Nuclear, la patronal de la industria –es decir, las eléctricas–. Los defensores de esta tecnología argumentan que la seguridad ha mejorado muchísimo en estas décadas: accidentes como los de Three Miles Island, Chernobyl o Fukushima, aunque terribles, son excepciones y cada vez menos probables conforme avanzan los requisitos. Es perfectamente sano vivir cerca de una central nuclear –las de carbón no pueden decir lo mismo– así como al lado de un almacén de residuos nucleares. Aunque siguen siendo difíciles de gestionar, caros y muy perdurables. 

Sin embargo, el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (Pniec), la hoja de ruta en la materia de España de aquí a 2030, contempla un cierre progresivo de la nuclear y un mantenimiento de las centrales de ciclo combinado, que están disparando el precio de la electricidad y la calefacción y que sí emiten CO2 y metano, para respaldar a las renovables mientras esperamos a que se hagan con toda la tarta. ¿Por qué España no construyó más nucleares, por qué no construye más ahora o por qué no alarga la vida útil de las que están en funcionamiento? 

Son distintas preguntas con distintas respuestas. Para la primera, hay que remontarse a los años 80 y al ascenso al poder de Felipe González (PSOE), que incluía en su programa limitaciones a la energía nuclear. En 1982, se paralizaron los planes (años antes de Chernobyl, pero cinco después de Three Miles Island), y desde 1983 se empezó a abordar una reestructuración que se consolidaría finalmente en 1994 con una moratoria que cancela definitivamente las obras de siete centrales proyectadas: Lemóniz I y II, Valdecaballeros I y II, Trillo II, Regodola I y Sayago I. Nunca se conectaron a la red, aunque algunas llegaron a estar terminadas al 100%. El expresidente ha reconocido que temía la posibilidad de un desastre atómico y la dificultad de gestionar otros residuos. Pero otros análisis posteriores han apuntado a razones económicas. Construir una central nuclear nunca ha sido, y no es, barato. 

"Se generó la tormenta perfecta", considera el profesor de Tecnologías Energéticas en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) Eloy Sanz. "Todas las centrales contaban con financiación preferente estadounidense". Subieron los tipos de interés, la peseta se depreció frente al dólar y pronto se hizo patente que nunca se iban a poder pagar. El especialista explica que muchos expertos hablan, en vez de moratoria, de rescate: las eléctricas fueron generosamente compensadas y los españoles lo pagaron durante décadas en su factura nuclear. rescate

Evidentemente, las razones ideológicas también pesaron: el ecologismo ya era profundamente antinuclear por entonces, a lo que se sumó la presión terrorista de ETA, en contra de Lemóniz. Pero pudo no ser la principal.  Coincide Pedro Fresco, experto en energía y director de Transición Ecológica de la Generalitat Valenciana. "La moratoria tuvo un componente de endeudamiento muy fuerte". 

Tras la moratoria, España ha clausurado dos centrales nucleares más: Zorita y Santa María de Garoña. Pero no fueron decisiones que impactaran de lleno en el mix del país, a juicio de Sanz. "Zorita era una central con una potencia neta de 140 MW, o sea, nada. Y Garoña no llegaba a 500 MW. No es ni la mitad de lo que tenemos en marcha ahora mismo". Fresco alerta de que a toro pasado, todos somos Manolete. ¿Fue una mala idea hacer caer, o dejar caer, siete centrales nucleares entre los 80 y los 90? ¿Podríamos estar ahora mejor que por entonces? "Puede que sí", concede. "Pero aunque hubiéramos construido todas esas nucleares, pasando de un porcentaje del 20% al 40%, seguiríamos pagando lo mismo". Con más soberanía energética, eso sí; pero con el gas natural marcando los precios del pool y generando beneficios caídos del cielo a todas las demás. 

Francia, recuerda el experto, no cuenta con un precio fijo en su factura por tener más nucleares, sino porque esas nucleares forman parte de un monopolio estatal gigantesco que la Comisión Europea presiona para derrumbar. La pública EDF es un símbolo de independencia con respecto a Europa para los franceses, así lo recordó Macron el miércoles, pero en España se siguió un camino diametralmente opuesto con la progresiva liberalización del sector eléctrico. Además, es difícil aventurarse en el qué habría pasado: podrían haber obstaculizado la inversión y el desarrollo masivo de las renovables.

"Francia tiene menos porcentaje renovable porque la nuclear ha dejado menos hueco", explica Fresco. La generación eléctrica de un país no es infinita, porque solo se aspira a cubrir la demanda y porque los puntos de acceso a la red son limitados: las tecnologías se obstaculizan mutuamente. Sanz recuerda que la iniciativa pública nunca ha sido muy proclive a las nucleares en España, pero la privada tampoco. Las instalaciones actuales tienen un calendario de cierre pactado con las eléctricas, no impuesto. Y Garoña paró su producción porque sus titulares no estaban dispuestas a afrontar las costosas reformas necesarias para seguir operando con la seguridad mínima exigible.

"A partir del 97, con la liberalización del sector eléctrico, cualquier empresa podría haberlas construido. Pero no pasó", recuerda Sanz. "Hubo propuestas por parte de algunas eléctricas. Pero no las llegaron a presentar nunca. Dudaban mucho de la rentabilidad", ni siquiera estableciendo contratos bilaterales con la industria –como los que se intentan fomentar ahora– para garantizarse ingresos jugosos a largo plazo. Una inversión masiva del Estado tampoco habría sido muy entendible, considera, sobre todo tras el fin del Gobierno de Zapatero, cuando el Ejecutivo de Rajoy cortó las subvenciones a las renovables en plena aplicación de la doctrina de la austeridad. 

¿Y si las construimos ahora? Para empezar, y dada la liberalización del sector, sería difícil convencer a una eléctrica de embarcarse en tamaña empresa. En caso de que el capital privado no arrime el hombro, el capital público necesario no sería poco. Y para terminar, opinan los expertos, no da tiempo. Una central tarda en concluirse entre 10 y 20 años. Y entre 2030 y 2050, según las previsiones –y los deseos– del Gobierno, el país ya estará camino de un 100% renovable en su generación, apoyado por el hidrógeno verde y las baterías para el almacenamiento necesario. Una central nuclear necesita años para amortizarse, si es que se amortiza. 

En este contexto, ha llamado la atención la inversión francesa anunciada de 1.000 millones de euros para minirreactores nucleares, cuyo nombre técnico es SMR, siglas en inglés de reactor modular pequeño. De hasta 300 MW de potencia, pueden fabricarse en cadena, son más baratos –en principio–, necesitan menos inversión en seguridad, se construyen antes... "Es una tecnología que se va a probar y que se está probando en Estados Unidos y en Rusia", asegura Fresco, pero matiza: esos 1.000 millones (un 3% del presupuesto total para la reindustrialización francesa) no van a servir, probablemente, para construir reactores porque solo daría para uno o dos: sino para fomentar la investigación. No es, tampoco, una solución a corto plazo para España. 

La energía nuclear está estancada en el mundo

Los altos precios del gas y el fin de determinados prejuicios sobre la peligrosidad de la fisión nuclear no han generado, al menos por ahora, un nuevo amanecer atómico en el mundo como se puede leer en algunos titulares. Tampoco está cayendo en picado. Se mantiene, en términos generales, igual. Así lo dicen los datos. Según el World Nuclear Report de 2021, la potencia nuclear instalada alcanzó su máximo en 2002, sufrió un bajón tras el accidente de Fukushima y posteriormente inició una lenta recuperación que la coloca en 2021 en los 369 GW, no muy lejos de los 310 GW de 1989. Con respecto a la generación eléctrica de estas centrales, el siguiente gráfico de Our World in Data lo ilustra bien: más o menos la misma desde hace décadas.

La derecha europea y española, así como algunos sectores minoritarios de la izquierda, suele defender la energía nuclear como sinónimo de soberanía energética y para abanderarla contra los ecologistas. Pero las empresas eléctricas no están por la labor de grandes inversiones que distraigan del negocio más rentable en la actualidad: las renovables, baratas, de fácil amortización, incentivadas por casi cualquier ordenamiento jurídico y con riesgos mínimos. La Comisión Europea y el Gobierno español, en plena gresca por la reforma eléctrica, coinciden en que la solución a la crisis energética actual es dejar de depender del gas no para instalar reactores atómicos sino para avanzar hacia un futuro 100% limpio. El uranio, simplemente, no forma parte de la conversación.

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Sin embargo, la Agencia Internacional de la Energía (IEA, siglas en inglés) sí que reserva un papel a la nuclear en la transición necesaria. En su último informe, de este mismo mes, el organismo asegura que es necesario ampliar la capacidad nuclear para pasar del escenario actual, en el que no se cumplen las promesas actuales, a uno en el que se limite el calentamiento global a un grado y medio a finales de siglo. En el mejor de los planteamientos, la nuclear debería "redoblar sus esfuerzos para garantizar las operaciones seguras de las centrales actuales y acelerar nuevas construcciones en países favorables para ello. Tras 2030, las tecnologías nucleares avanzadas, como los reactores modulares pequeños, pueden expandir las oportunidades de generar electricidad, calor e hidrógeno de bajas emisiones". 

El diagnóstico es claro, aunque Sanz es escéptico: la IEA tiene demasiada buena relación, a su juicio, con el lobby nuclear, e históricamente ha tendido a infravalorar el avance de las renovables: sus estimaciones siempre se ven superadas por la realidad. En todo caso el organismo, en sus recomendaciones específicas para España, no pide alargar la vida de las nucleares actuales o construir otras nuevas. Solo se queda en un genérico "considerar la utilidad de la energía nuclear, incluso para aplicaciones no eléctricas, para diversificar las opciones técnicas para lograr la neutralidad de carbono en 2050".

El gas natural, combustible fósil muy emisor, está marcando precios históricos que abonamos cada mes en el recibo. Ante la escasez de viento en Europa, se sigue quemando metano en las centrales de ciclo combinado, con las consecuencias esperables para la crisis climática. Asia está aumentando su demanda tanto para la luz como para la industria, llevando a países como China a aumentar el CO2 que emitieron en 2019. Hay un problema económico y medioambiental. Pero Fresco insiste: necesitamos más y mejores renovables. Con generación distribuida, sin depender de ningún oligopolio, mejor. Y una reforma del sistema marginalista para corregir la injusticia actual, pese a las reticencias desde Bruselas.

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