Orgullo 2020

Quince años y 54.000 "sí quiero" después, el movimiento LGTBI celebra el matrimonio igualitario como su gran hito

El entonces secretario de Movimientos Sociales del PSOE, Pedro Zerolo, y la portavoz del área de Transexuales de la FELGT, Carla Antonelli, celebran en la puerta del Congreso de los Diputados, acompañados de integrantes de diversos colectivos de gays y le

"Una sociedad decente es la que no humilla a sus miembros". Con estas palabras clausuraba el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero el debate parlamentario en torno a la ley del matrimonio igualitario. La Cámara Baja daría luz verde a la norma después de una segunda votación y con el apoyo de 187 votos a favor, incluido el de la diputada conservadora Celia Villalobos. En el extremo opuesto se encontraba el Partido Popular y la entonces Unió Democràtica de Catalunya: juntos sumaron 147 votos en contra. La votación definitiva fue un 30 de junio de hace ahora quince años. España empezó a presumir de ser el cuarto país del mundo en contar con una ley de tales características. Una victoria para el colectivo y para la ciudadanía en su conjunto. "Nos hace mejores a todos", dijo el entonces presidente socialista.

El matrimonio igualitario fue una de las grandes promesas electorales del Partido Socialista el mismo año en que consiguió llegar al poder. Así lo indicaba la formación en la página 32 de su programa: "Modificaremos el Código Civil a fin de posibilitar el matrimonio entre personas del mismo sexo y el ejercicio de cuantos derechos conlleva, en igualdad de condiciones con otras formas de matrimonio, para asegurar la plena equiparación legal y social de lesbianas y gays".

El Gobierno de Zapatero llevó la propuesta al Congreso de los Diputados y en abril de 2005 salió adelante por mayoría. El problema llegó del Senado, donde los conservadores contaban con una representación mayoritaria. La Cámara Alta vetó el texto. Como consecuencia, el proyecto volvió entonces al Congreso el 30 de junio de 2005. Esta vez cosechó la mayoría absoluta necesaria para superar todas las trabas: el veto se levantaba y daba vía libre a su entrada en vigor.

Tan sólo dos meses después, a finales de septiembre, medio centenar de diputados conservadores presentaron un recurso ante el Tribunal Constitucional. Fue admitido a trámite, pero no resuelto hasta siete años después. Con ocho votos a favor de la reforma y sólo tres en contra, la formación conservadora perdía la batalla. Y ganaban otros muchos. Desde entonces y hasta el año pasado se han registrado un total de 54.258 matrimonios entre personas del mismo sexo. En 2019, según el adelanto provisional del Instituto Nacional de Estadística (INE), se batió el récord con 5.108 enlaces.

Ana Cabeza y Gema Segoviano el día de su boda.

Una de esas parejas es la formada por Gema Segoviano y Ana María Cabeza. Ambas se turnan para hablar al otro lado del teléfono. Calculan en voz alta la edad que tendría cada una cuando contrajeron matrimonio. "Si yo tenía 45 años, tú tenías diecisiete menos", dice Cabeza. "Sí, ¿pero ya había sido mi cumpleaños?", replica Segoviano. Fueron las primeras mujeres que decidieron casarse en Segovia, aunque las dos son madrileñas. Se mudaron porque entonces el precio del alquiler en la capital era inasumible. "Cuando aprobaron la ley todavía no estábamos viviendo juntas, pero esperábamos con mucha ilusión que saliera", dicen en conversación con este diario. Mientras preparaban la mudanza hacia la comunidad vecina, la ley salió adelante y lo celebraron. De hecho, hubo una segunda celebración: cuando el Tribunal Constitucional resolvió el recurso del Partido Popular. "Yo lloré", reconoce Segoviano, "porque la sensación era que todavía tenías que vivir con una espada de Damocles".

La ley salió adelante, recuerda la pareja, pero el problema es que "había un desfase" respecto a la sociedad. Todavía hacía falta pedagogía. Los familiares de uno y otro lado no acudieron a la boda. "Nos casamos el 9 de diciembre de 2005 y la ceremonia fue muy bonita, incluso después la gente nos aplaudió, pero las familias no quisieron participar". Sólo un hermano de Gema Segoviano y una amiga íntima de Ana María Cabeza asistieron al enlace. El progreso había sido inmenso, pero todavía quedaban muchas contiendas por librar.

La casilla de salida

Santiago Rivero también recuerda con nitidez aquel año. Él nació en 1988 en un pueblo de la sierra de Huelva. "En ese momento estaba dentro del armario", dice en conversación con infoLibre. "La verdad es que sentía atracción por los chicos, pero no me había planteado que podía ser gay", reconoce. Aunque pueda parecer una contradicción, la lógica se repetía en las cabezas de muchas personas dentro del colectivo: "No es lo normal, ya se me pasará".

Entonces, recuerda Rivero, aquello "no se hablaba ni en los centros educativos, ni en casa, ni en la televisión". En consecuencia, los más jóvenes carecían también de cualquier tipo de referente. "Tienes un dilema interno y no sabes muy bien qué te pasa", lo resume el ahora activista y secretario de Cogam. Con el proyecto del equipo socialista se introdujo no sólo el debate, sino también la clave para llevar a lo público lo que hasta entonces había sido privado. "Teníamos debates en clase de Filosofía", recuerda Rivero, entonces estudiante de Bachiller. Aquello, admite, lo vivió como algo más académico que social, más ajeno que propio. "Pero en el fondo sabía que sí me afectaba".

Y a partir de ahí, se empezó a hacer evidente que las personas del colectivo existían, que siempre había estado ahí. "Estábamos como escondidos, en nuestros barrios o en nuestros locales", observa el activista, pero entonces aquel adolescente empezó a ver. "Empecé a ver, sobre todo en las ciudades, a más parejas de la mano, más campañas, más carteles. Una explosión que a mí mismo me hizo ver que no era algo pasajero". Fue el principio de un proceso, salir del armario, que para Rivero duró dos años. "Toda la vida te dicen que esto está mal, lo primero que haces es culpabilizarte, preguntarte por qué soy así, qué puedo cambiar para ser como la sociedad exije", relata. Aquel 2005 fue la casilla de salida para muchos.

Fefa Vila tiene exactamente veinte años más que el joven onubense. Conserva el recuerdo de aquel año marcado por el activismo y en consecuencia retiene alguna anécdota de las acciones contra las manifestaciones ultracatólicas en la capital. "Lo recuerdo con una gran ilusión, no tanto por el matrimonio, sino porque se abría la posibilidad de hablar de todas las modalidades familiares que estaban surgiendo y que no estaban reconocidas socialmente". Finalmente Vila se casó, un año después de la aprobación de la norma, por un motivo de peso: "Quería tener una hija". Cuando se para a pensar, dice abrumada, no parece que haya pasado tanto tiempo.

A partir de aquel momento se empiezan a "visibilizar vidas diferentes", se reconocen "amores muy diversos", pero sobre todo se abre "un escenario mucho más amplio para discutir las relaciones: qué familias existen, quiénes las forman y qué significa la crisis de familia como institución".

También Lorenza Machín lo vivió desde la militancia. En su caso, todavía dentro del armario. Ella nació en 1946 y estuvo casada con un hombre durante más de cuatro décadas. "Me divorcié con 58 años y con 60 me enamoré de una mujer", relata a este diario. Peleó por el matrimonio igualitario, pero no desde la trinchera del colectivo, sino de su mano. "Yo estaba implicada en la lucha LGTBI sin quitarme el velo", rememora. "Colaboraba con ellos, participaba en las manifestaciones y más tarde me di cuenta de que mi vida era con una mujer".

Machín recuerda las multitudinarias movilizaciones primero y las grandes fiestas después. De todo formó parte. Pero no fue hasta pasada más de una década que hizo uso de la norma: en septiembre del año pasado. "Yo siempre digo que nos casamos el primer día que nos encontramos, que una persona no tiene que decidir nuestra unión, pero finalmente lo hicimos", añade la activista. Y lo hicieron, dice, entre mucho "ruido para que se enterase todo el mundo: estábamos haciendo activismo mostrando al mundo que dos señoras mayores que se querían habían decidido casarse". Ambas, presume Machín, tuvieron "la fuerza y el coraje de salir a la calle a decirlo". Fue posible gracias a la reforma aprobada hace ahora quince años.

Debate político, público y social

El año de la aprobación del matrimonio igualitario fue también una "época muy bonita para el colectivo", que vio cómo sus demandas sí tenían cabida en el debate público y político. "Tuvimos la suerte de encontrarnos con un presidente que en ese momento fue valiente", señala Santiago Rivero. Y que llevó hasta el final una promesa con la que "ni la iglesia ni los movimientos ultraconservadores pudieron". Al mismo tiempo marcó "un antes y un después en lo que se refiere al debate político: supuso que las personas LGTBI empezaran a ser sujeto de derechos". Se empezó a tomar conciencia de ellos "globalmente, como población, como comunidad". Y aquello, reflexiona el activista, fue clave para empezar a fortalecerse.

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Fefa Vila bebe del activismo feminista y comulga con un sector especialmente subversivo del movimiento LGTBI. "Teníamos una crítica fundamental a la relación de pareja heterosexual y al concepto de familia, enraizada en toda una tradición de discriminación de la mujer, reproducción de roles de género y como célula principal del funcionamiento del sistema capitalista", explica la socióloga. "Mi generación política, mi activismo político, hacía una crítica a la heterosexualidad en cuanto sistema que jerarquiza las relaciones sexuales y de género". Entonces, ¿por qué querer imitar aquello que era objeto de crítica? "Porque supuso la apertura hacia un modelo que en sí acentuaba la crisis de la familia y de las relaciones heterosexuales" introduciendo "nuevos sujetos políticos". La victoria, observa Vila, "fue de todos los grupos y personas" que en aquel momento luchaban por abrir ese debate. "La consecución de esos derechos es un logro de todo el movimiento de gais y lesbianas, hayan pactado o no en los despachos. Fue nuestra acción política la que hizo vertebrar nuevos discursos en la sociedad", remacha la activista.

Los avances en materia legislativa sirven, en esencia, para recoger el sentir de la ciudadanía pero también, en ocasiones, para conducir hacia situaciones de dignidad. El debate que generó la ley sirvió en esencia para integrar al colectivo en la normalidad que hasta entonces le había sido negada. Santiago Rivero lo expresa así: "Se vio que no sólo éramos el bicho raro, sino también el politólogo, el periodista, el obrero de la fábrica, el librero y el artista. Que no éramos diferentes".

Los retos legislativos siguen estando presentes quince años después. Rivero cita tres: la ley LGTBI, la ley trans y la ley de igualdad de trato. "Un cambio tan masivo como el de entonces es complicado, no tanto por los cambios legales sino porque fue la primera vez que se legislaba para la población LGTBI". Sin embargo, recalca el activista, "el mayor avance en dignidad se tiene que dar ahora con las personas trans, especialmente las mujeres". De nuevo, el desafío político y el debate social caminan de la mano, en la búsqueda de herramientas que permitan dotar de derechos a todas las personas sin excepción.

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