La quinta columna de Putin en la UE quiere acabar con el apoyo a Ucrania y aboga por la paz impuesta por Trump

La desastrosa reunión en Washington entre Donald Trump y Volodymyr Zelensky deja consecuencias que trascienden la suspensión de la ayuda militar a Kiev, la no rúbrica del acuerdo para la explotación por Estados Unidos de los yacimientos de minerales o la victoria moral de Putin y su gobierno en la guerra contra Ucrania, porque las réplicas se extienden entre la clase política europea, dividida tras la llegada del estadounidense a la Casa Blanca.
Zelensky tuvo que adelantar su vuelo a Londres, expulsado de la Casa Blanca junto a su equipo, y allí además de reunirse con el primer ministro Keir Starmer, aguardó la llegada de diversos líderes europeos el domingo. Encabezados por la presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, y el del Consejo, Antonio Costa, doce líderes europeos, entre los que estaba Pedro Sánchez, Emmanuel Macron, Olaf Scholz o Giorgia Meloni, más los primeros ministros de Canadá y Turquía y el secretario general de la OTAN acudieron a la Cumbre 'Securing our future', donde intentar garantizar la ayuda militar y financiera, tratar el futuro de unas eventuales negociaciones de paz y ver si Europa puede sostener el esfuerzo bélico de Kiev sin Estados Unidos.
No estaban todos los socios comunitarios. Faltaba el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, o del Eslovaquia, Robert Fico, reacios a ayudar a Ucrania, próximos a Rusia y que amenazan con boicotear la estrategia de la UE ante una guerra que ha cumplido su tercer aniversario. En la reunión de Londres también había dirigentes críticos, haciendo bueno el dicho de 'no están todos los que son ni son todos los que están'.
Porque en Bruselas ya se habla abiertamente de que dentro del Consejo, es decir, entre los 27 Estados Miembros, hay quinta columnistas de Putin, gobiernos que desde dentro de la Unión trabajan para acabar con la estrategia común de sanciones contra el régimen ruso, el rechazo a su manu militari en Ucrania, las intervenciones en Georgia y Moldavia y las injerencias en los procesos electorales del continente, al mismo tiempo debilitan la fortaleza del proyecto común posicionándose abiertamente a favor de Trump.
Si Orbán y Fico son las caras visibles de este frente populista y prorruso, otros dirigentes como la italiana Giorgia Meloni, presente en Londres, están pasando de puntillas ante el cisma trasatlántico abierto con Ucrania como teatro de operaciones, y hay gobiernos como el neerlandés que juegan a dos bandas. Fico abrió el fuego del 'frente quintacolumnista' después de la fallida reunión entre Trump y Zelensky con una carta abierta en la que declaró que “Eslovaquia no va a apoyar a Ucrania ni financiera ni militarmente para que sea capaz de continuar la guerra”.
El primer ministro eslovaco lanzó un órdago a toda la posición europea sobre Ucrania desde el 2022 asegurando que “la paz a través de la fuerza era una estrategia irreal” con la única intención de mantener una guerra en la que el país “nunca tendrá la fuerza suficiente”. Su exigencia para este jueves 6 de marzo fue que conclusiones de la Cumbre recojan “la necesidad de un alto el fuego inmediato (sin importar el momento en el que se alcance un acuerdo final de paz)”, lo que consolidaría la posición de Rusia en los terrenos conquistados, al tiempo que demandaba “incluir explícitamente la exigencia de reabrir el tránsito de gas a través de Ucrania hacia Eslovaquia y Europea Occidental”, sustrayendo a Kiev de una de sus bazas negociadoras ante Moscú.
El antiguo líder socialdemócrata terminaba su misiva asegurando que “si la Cumbre no respeta que existen opiniones diferentes a simplemente continuar con la guerra”, entonces “el Consejo Europeo no estará en posición de acordar unas conclusiones sobre Ucrania”. Una amenaza de veto en toda regla, al más puro estilo del húngaro Viktor Orbán.
Quiénes son los quintacolumnistas de Putin en la UE
Robert Fico había ostentado el poder de Eslovaquia en dos periodos distintos, entre 2006 y 2010 y del 2012 al 2018. Cuando Rusia se hizo con el control de Crimea, como primer ministro condenó esa conquista ilegal y apoyó las sanciones de la UE pero ya entonces fue crítico y había amagado varias veces con romper la unanimidad comunitaria. La deriva del antaño líder socialdemócrata había empezado hacía tiempo y desde que volvió al poder en 2023, Robert Fico centra su política europea en una oposición frontal a la Comisión, sumándose a Orbán. Como él, Fico rompió la unidad europea de no reunirse con Putin y el pasado diciembre viajó a Rusia para garantizar el suministro de gas a su país.
Unos meses antes lo había hecho Orbán al verse bilateralmente con el presidente ruso en Moscú. El primer ministro húngaro habló entonces de “una misión de paz”, justo cuando su país ostentaba la presidente rotatoria del Consejo. Bruselas estalló por el uso partidista de ese cargo y la mayoría de Estados Miembros rechazaron que viajase en representación del bloque comunitario. Pero la voladura de la posición común ya se había consumado y el declaró que “eran necesarios muchos pasos para acabar con la guerra, el primero de ellos restaurar el diálogo”.
Igual que Fico, Orbán publicó una carta tras la implosión de la reunión en el Despacho Oval, pero esta privada al presidente del Consejo, Antonio Costa, aunque ha circulado por Bruselas. En ella, pide abrir negociaciones directas con Rusia “siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos” sobre un alto el fuego y exige que de la Cumbre no salgan unas conclusiones porque existen “diferencias estratégicas en nuestra posición sobre Ucrania que no pueden salvarse”. Budapest y Eslovaquia intentan romper la unidad de los 27 días antes de la Cumbre.
También lo quiere hacer el populista neerlandés Weert Wilders, aunque más sibilinamente. El líder ultra de los Países Bajos no ostenta el poder pero su partido es el principal en un precario gobierno de coalición. Wilders no se ha posicionado abiertamente como Orbán y Fico pero lo que considera “sentimiento histérico anti-Trump” en la UE, que “no sirve para nada” porque “sin Estados Unidos no habrá paz, ni garantías de seguridad, ni nada en absoluto” para Ucrania. Mientras decía esto abiertamente, el primer ministro tecnócrata de su país, al que controla, asistía en Londres a la reunión sobre la seguridad de Ucrania, pero con un bajo perfil. Países Bajos ha pasado de ser uno de los líderes políticos de la Unión, aunque fuese en el bloque de los frugales con Alemania, a jugar un papel secundario y rebajar los anuncios de ayudas militares para Ucrania.
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Dos gobiernos de extrema derecha como los de la República Checa y Croacia no han virado todavía hacia posturas pro-Putin ni expresado su apoyo a las tesis de Trump sobre Ucrania. En ambos casos juegan a favor los pasados bajo la órbita soviética o en un régimen comunista y la agresión de una superpotencia, como Rusia, contra la integridad territorial de un país más pequeño es rechazada ampliamente por su opinión pública.
La italiana Giorgia Meloni hace equilibrios. Admirada por Trump, la única dirigente en activo invitada a la mansión de Mar-a-Lago, de corte ultra, desde su llegada marcó un carácter europeísta y atlantista a su gobierno, distanciándose de las veleidades putinistas de su socio de coalición, la Lega de Matteo Salvini. Meloni defiende una paz justa y duradera en Ucrania, lo que colmaría las demandas de Ucrania y Bruselas, pero aun así delante del premier Starmer habló de “tender puentes” con la Administración Trump al considerar “muy, muy importante evitar el riesgo de que Occidente se divida” y volvió a insistir en su idea de “una reunión entre líderes europeos y el estadounidense”. Una manzana envenenada porque Trump la rechaza y Bruselas no está en posición de formalizarla, sin comunicación directa con Washington.
Meloni juega sus cartas, sabe que la Comisión Europea depende de sus votos en la Eurocámara y que Italia es la tercera potencia de los 27, rechaza la agresión militar rusa y ha garantizado ayuda militar a Kiev, pero de cara a los cruciales meses por delante para Ucrania y la UE en Bruselas es una incógnita si su posición irá modulándose hasta abrir fisuras menos evidentes pero más profundas que las de los quintacolumnistas de Putin.