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Refugiados: la UE abre paso a las deportaciones en masa

Refugiados: la UE abre paso a las deportaciones en masa

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El Consejo Europeo, los 28 jefes de estado o Gobierno de los países miembros de la Unión, aprobó el lunes 7 de marzo uno de los documentos más cínicos y terribles de su historia. Un documento que anuncia la deportación a Turquía de miles de refugiados sirios, con el compromiso posterior de traer desde ese mismo país a un número de refugiados equivalente a los expulsados.

Es difícil creer que los dirigentes europeos se hayan parado a pensar un instante lo que están haciendo: ¿Qué creen que son los sirios? ¿Bultos informes que se intercambian unos por otros, sin mayor problema? ¿Animales sin nombre, familia o derechos, que trasporto de un lado para otro? Que se vayan Ahmed y su mujer y sus dos niños, que cruzaron el Mediterráneo en una lancha de goma, ateridos, aterrorizados y poniendo su vida en peligro, que ya me traeré yo dentro de unos meses a otro cualquiera. Total, qué más da si son todos iguales, ganado sin nombres, sin historia, sin individualidad, sin rasgos humanos diferenciados e inconfundibles. ¿Qué más dará uno que otro?

La Unión Europea ha sido incapaz de poner en marcha el programa ideado inicialmente por Angela Merkel para hacer frente a la crisis de la solidaridad con los refugiados de manera comunitaria y mediante el reparto de cuotas entre todos los estados miembros.

Esta semana, el Consejo dio marcha atrás y se declaró vencido: la democracia europea, el respeto a las leyes internacionales, el derecho humanitario han sido derrotados por los gobiernos xenófobos y ultraderechistas de unos cuantos países del centro de Europa, que levantaron alambradas y cerraron la ruta de los Balcanes, bajo la huidiza y cobarde mirada de quienes hasta hace poco fueron grandes: Alemania, Francia, Reino Unido.

Cobardía, inhumanidad, vergüenza que alcanza plenamente al presidente del gobierno en funciones de España, Mariano Rajoy, que boicoteó el acuerdo comunitario, y que, como un pelele silencioso, estampó su firma, en nuestro nombre, para deportar a cientos de miles de personas, quizás sin pensar siquiera en lo que estaba haciendo, distraído mientras murmuraba que no tiene ganas de abandonar su confortable despacho en la Moncloa.

Porque lo que se ha firmado esta semana en Bruselas es una deportación en masa. Deportar es obligar a un extranjero a abandonar tu país porque no reúne las condiciones necesarias para su migración. Pero los refugiados que huyen de una guerra están sometidos a la Convención de Ginebra y al protocolo 167 de Naciones Unidas y tienen unos derechos que no pueden ser violados. Con lo que se decidió el 7 de marzo lunes --que quedará en la memoria durante décadas--, la regulación del derecho europeo de refugiados deja de llevarse a cabo con absoluto respeto de la Convención de Ginebra y de otros tratados internacionales de derechos humanos que, hasta ahora tenían naturaleza jurídica obligatoria y carácter prioritario con respecto a las legislaciones nacionales. El Consejo Europeo, de una simple tacada, ha cambiado el sistema jurídico de la protección internacional de refugiados.

El argumento esgrimido por el Consejo hubiera avergonzado a cualquier político de los años 50 del siglo pasado. Los refugiados serán deportados a un “país seguro”, Turquía, que casualmente no ha suscrito del todo la Convención de Ginebra. Evidentemente no se habla de repatriarlos, porque significaría devolverlos a una muerte segura, bajo los bombardeos de nuestros aliados rusos, británicos, norteamericanos o franceses. No, se les envía a Turquía, porque los 28 países de la Unión Europea no están dispuestos a acoger mediante cuotas al millón de personas que han llegado a sus costas. Así que Europa, el conjunto de países más ricos de la tierra, los deporta a Turquía, un país que ya acoge a DOS MILLONES y MEDIO de refugiados. Dos millones y medio de personas que malviven en campamentos levantados deprisa y corriendo por la ONU. Larguísimas hileras de tiendas de campaña en las que se mueren de asco personas que saben oficios, que tienen conocimiento de multitud de cosas que podrían aportar a los europeos.

Turquía, el intermediario elegido por Europa para almacenar esos bultos, recibirá unos miles de millones a cambio, de los que seguramente nadie pedirá cuentas. El gobierno de Ankara tiene, a los ojos de la Unión Europea, una gran ventaja: es cada día más autoritario y seguramente no tendrá inconveniente en meter en cintura a los refugiados, caso de que un día estallen de rabia.

Claro que antes que nada, la Unión Europea, es decir, nosotros, tendremos que encontrar la manera de meter a paletadas a esos cientos de miles de refugiados en trenes, barcos o aviones. ¿Les obligaremos a subir a punta de metralleta? ¿Les inyectaremos calmantes a la fuerza? ¿Y con los niños, qué se hace? ¿Se les tapa la boca con cinta de embalar? Seguramente los guardas de seguridad que hagan el trabajo (¿contrataremos parados, presos?) necesitaran una botella de coñac los primeros días, pero luego se acostumbrarán y ya no sentirán malestar. Estarán haciendo su trabajo.

Quienes deberían taparse la boca con cinta de embalar y no volver a pronunciar palabra son los dirigentes políticos españoles que están dedicados a sus cosas y se tapan los oídos para no oír el ruido de lo que se avecina. Si no son capaces de protestar por lo que está sucediendo en Europa, ¿cómo podremos confiar en ellos para cualquier otra cosa? Si no son capaces de reaccionar en algo que afecta a la esencia del ser humano y a la esencia de los derechos humanos, ¿por qué hemos de creer que servirán para algo?

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Piensen bien en lo que están haciendo. Se están negando a movilizar a los ciudadanos ante una de las mayores vergüenzas de nuestro tiempo. Luego no nos pidan que acudamos en su apoyo porque necesitan algunos votos de más.

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